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Julia Margaret Cameron, la retratista indomable

La fundación Mapfre expone la obra de una de las grandes artistas de la fotografía del siglo XIX

'Peace' (1864).
'Peace' (1864).Julia Margaret Cameron / Victoria and Albert Museum, Londres

En diciembre de 1863, ya con 48 años, Julia Margaret Cameron (Calcuta, 1815-Ceilán, 1879) recibió un regalo que transformaría para siempre la aburrida vida convencional que llevaba junto a su marido en Freshwater, un pequeño pueblo de la Isla de Wight. Era una aparatosa cámara de madera acompañada de una nota firmada por su hija en la que decía: "Quizá te divierta, madre. Intenta hacer fotografías durante tu soledad en Freshwater". Inmediatamente, transformó la casa en función de su nueva ocupación. Convirtió la carbonera en el cuarto oscuro y el gallinero en su estudio y comenzó a hacer retratos. No había transcurrido un mes cuando consiguió lo que ella misma llamó su primer éxito: el retrato de una niña, Annie Philpot, hija del poeta William Benjamin Philpot. En ese trabajo estaba ya lo que sería la esencia de su obra y lo que la convertiría en una de las más importantes artistas de la fotografía del siglo XIX: iluminación intensa, enfoque indefinido y composiciones de primeros planos en los que, casi siempre, aparecen mujeres y niños que, en ocasiones, representaban personajes bíblicos o literarios.

Mujer resuelta y segura de si misma, envió sus primeros trabajos a Henry Cole, fundador y director del South Kensington Museum, el embrión del actual Victoria & Albert, quien adquirió y expuso las tempranas series realizadas por Cameron. Por esa razón, el museo londinense atesora su legado fotográfico y el pasado año le dedicó una antológica de un centenar de obras que, hasta el 15 de mayo, se puede ver en la sede madrileña de la Fundación Mapfre.

Julia Margaret Cameron era hija de un oficial de la East India Company y de una aristócrata francesa. La cuarta de siete hermanas, desde pequeña destacó como la más extravagante y sociable de todas ellas. Aunque nació en Ceilán (hoy Sri Lanka) se educó en Francia y volvió a India en 1834. Durante un viaje a Sudáfrica conoció a Charles Hay Cameron, político y dueño de enormes plantaciones de café en Ceilán, 20 años mayor que ella. Se casaron en Calcuta y, dentro de aquella sociedad colonial, se convirtió en la gran anfitriona y animadora social, aunque en 1860 la pareja volvió a Inglaterra por motivos familiares, una estancia de 15 años en la que el matrimonio tuvo seis hijos. En 1875, retornaron a sus plantaciones y ella siguió haciendo fotos hasta el final de su vida.

La exposición de Mapfre, comisariada por Marta Weiss, conservadora de Fotografía del Victoria & Albert, está articulada a través de cinco secciones. Las cuatro primeras están centradas en la evolución de la artista: Del primer éxito al South Kensington Museum, Electrizar y sorprender, Fortuna además de fama y Sus errores eran sus éxitos. La quinta sección contextualiza la obra de Cameron y la enmarca entre la producción artística de otros fotógrafos contemporáneos. Junto a un collage de sus retratos más irónicos puede leerse una frase que resume su filosofía creativa: "Aspiro a ennoblecer la fotografía, a darle el tenor y los usos propios de las Bellas Artes, combinando lo real y lo ideal, sin que la devoción por la poesía y la belleza sacrifique en nada la verdad".

Los trabajos de sus primeros años son Retratos, en los que usaba como modelos a personas de su entorno: sirvientes, vecinos de las fincas próximas, sus hijos y amigos y personajes conocidos del panorama cultural y artístico de la Inglaterra victoriana, como Alfred Tennyson, Charles Darwin, William Michael Rossetti o Julia Jackson (la madre de Virginia Woolf). Aquí se incluye su serie de  las Madonnas, composiciones de temática cristiana con un fin moralizador e instructivo, siguiendo sus creencias religiosas, y las Fantasías con efecto pictórico, inspirada en la pintura renacentista y en temas del medievo y cuyo resultado son fotos muy próximas estéticamente a la pintura de su época.

No todo fueron aplausos en su carrera. Al menos en sus comienzos. El efecto de desenfoque, alabado por muchos como una innovación, el raspado de los negativos o la impresión sobre negativos rotos o dañados, fueron considerados por los más críticos como la prueba de que era una dama aficionada que no dominaba los secretos del oficio. Ella rechazó siempre las observaciones negativas y aseguró en los textos con los que solía acompañar sus fotografías que ningún resultado era ajeno a sus intenciones. Quería electrizar y sorprender al mundo y le gustaba jugar con varias interpretaciones. Una de las más bellas obras de la exposición, La estrella doble (1864), es un buen ejemplo. En ella se ve a dos hermanas abrazadas que parecen flotar. La imagen tiene un efecto acuoso conseguido con las ralladuras, volutas y burbujas producidas por el baño irregular del negativo. Se cree que Cameron buscó ese efecto para aludir a las investigaciones astronómicas sobre las estrellas dobles. Sin embargo, también podrían representar a Cristo y San Juan Bautista.

La sucesión de imágenes muestra niños retratados con ternura y mucha poesía. Solos o acompañados, conmueven la mirada del espectador e incluso sorprende la inocencia con la que aparecen abrazados o besándose, con gran delicadeza, un tipo de imagen que actualmente sería considerada políticamente incorrecta por una sociedad aún más puritana en muchas cosas que la de la época victoriana.

Al final del recorrido, en el apartado dedicado a los fotógrafos contemporáneos de Julia Margaret Cameron, se encuentra una de las joyas de la exposición: el retrato de una niña que mira desafiante tumbada en un sofá, firmado por Charles Lutwidge Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, que visitó a Cameron en 1864 en la isla de Wight.

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