Hombres pequeños, mujeres leonas
Mia Couto denuncia en una fábula misteriosa y fascinante la situación de las mujeres de una aldea de Mozambique, víctimas de una sociedad patriarcal, abusiva y cruel
Mia Couto (Beira, Mozambique, 1955) está considerado uno de los escritores más importantes en lengua portuguesa. Es el autor mozambiqueño más internacional a merced de las traducciones de sus obras. La editorial Alfaguara ha venido vertiendo al castellano su obra narrativa desde hace años; libros como Tierra sonámbula, El último vuelo del flamenco, Cada hombre es una raza y Jerusalén. La confesión de la leona es el último título que nos llega con todos los parabienes de la crítica de su país e internacional.
La lectura de La confesión de la leona que me permito recomendarles desde ya mismo nos introduce en un paisaje distinto al del alud de novedades que sepultan nuestras librerías favoritas. No es un mérito per se que el mundo en el que nos encierra Couto sea un pequeño poblado africano mozambiqueño. Pero al menos no es el mismo balbuceo con las coordenadas espacio-tiempo anglosajonas, occidentales de siempre. Pero, ya les digo, eso no es un mérito del autor ni del libro. El mérito es que luego la narración discurre lo suficientemente bien como para que el viaje valga la pena.
La novela relata una situación en el pueblo de Kulumani. Un grupo de leonas se han atrevido a entrar en el pueblo y devoran a lugareñas. Se trata de una aldea mozambiqueña aislada y atrapada en una serie de creencias y tradiciones arcaicas. Sin embargo, el hecho de que una compañía extranjera esté haciendo por esa zona unas prospecciones sísmicas y deba desplazar hasta allí a una serie de técnicos medioambientales hace que envíen a Arcángel Baleiro, “el último cazador”, a solucionar el problema. La historia de esa llegada, de esas cacerías, de los secretos que hay en ese poblado son explicados tanto por Baleiro (dueño también de un pasado novelesco) como por Mariamar, hermana de la última víctima del ataque de las leonas. Mariamar recuerda a Baleiro de otra visita y espera que la rescate. Sin embargo, su padre la encierra en casa, atrapados como todos los hombres de Kulumani por el miedo a lo nuevo tanto como por el miedo a las mujeres, a las que oprimen, maltratan, con las que se ensañan y de las que abusan basándose en unas costumbres terribles e inhumanas de las que no son ni conscientes, dentro en su propio terror.
La propuesta de Couto es unificar de alguna manera una forma narrativa occidental directa, plana, de una cierta verosimilitud que le permita no solo dirigir la acción, sino denunciar la opresión de las mujeres a cargo de los hombres, con un imaginario, un tono de fábula misteriosa y fascinante de una espiritualidad africana, donde lo real y lo irreal, lo posible e imposible, los vivos y los muertos negocian intervenir en todo, desde lo más trivial hasta lo más trascendental. No es fácil el envite. La narración explicada por “el último cazador” y por Mariamar, resuelta en una serie de personajes secundarios soberbiamente dibujados —el abuelo Adjiru, la madre Hanifa Assulua, el político Florindo Makwala y su mujer Naftalinda— es siempre sentenciosa, con réplicas a veces oscuras y enigmáticas —en ocasiones harto amaneradas— que te introducen en la fábula. Al mismo tiempo, está una historia occidentalizada de un agrimensor K que representa tanto el progreso como una cierta belleza en lo ya caduco, la caza no mercantilizada, donde diálogos y descripciones no sentencian, sino que secuencian la acción. La mezcla en los primeros metros de lectura no acaba de fluir, pero finalmente el talento de Couto posibilita que encuentre una manera de hacer que la embarcación se deposite sobre una corriente que nos permita acabar la novela, bien rematada, en un punto medio no realista del todo, pero tampoco edificado sobre el aire. Esto es muy importante porque el autor no pierde en ningún momento de vista el tono y el objeto de denuncia sobre la situación de las mujeres, víctimas absolutas de una sociedad patriarcal, abusiva y cruel, aferrada a costumbres, leyes y tradiciones terribles. Couto no solo explica el cómo, sino que hace algo más. Escenifica el pánico del hombre ante la mujer, empequeñeciendo a aquéllos en su carácter gregario y belicoso. Las mujeres leonas se rebelan, se inmolan para pedir justicia, para exigir un mundo más justo, para que el silencio —algo que, como señala Couto, solo existe en el mundo de los humanos, nunca en el animal— no tape la crueldad masculina. Y lo consigue unificando tono, narración, voces y denuncias en una mezcla que discurre y te anega por completo.
La confesión de la leona. Mia Couto. Rosa Martínez-Alfaro. Alfaguara. Barcelona, 2016. 216 páginas. 17,90 euros
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