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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bien vengas, mal, si vienes solo

'Cinco esquinas' es un prodigio de sabiduría narrativa para todos los gustos

Manuel Rodríguez Rivero
Fotograma de ‘El fantasma y la señora Muiro’, de Joseph L. Manckiewicz (1947).
Fotograma de ‘El fantasma y la señora Muiro’, de Joseph L. Manckiewicz (1947).

Le robo el refrán del título a Vargas Llosa, que lo utiliza dos veces en su última novela (ver más abajo). Me viene bien en los tiempos indecisos y suspensos que corren, con los partidos “constitucionalistas” orquestando el tedioso y repetitivo vodevil de no ponerse de acuerdo y volver a empezar para llegar a lo mismo, mientras ahí sigue el estólido presidente en funciones, aguardando otra oportunidad para no aprovecharla y convertido ya en una especie de terco fantasma de sí mismo. Bien vengas, mal, si vienes solo: la aprensiva paremia me sirve para romper el conjuro de otra aún más supersticiosa: las desgracias (Rajoy) nunca vienen solas. Tiempo de fantasmas, me digo, mientras me viene a la cabeza la definición que de esas presencias sin cuerpo da Stephen Dedalus en el shakespeariano capítulo IX de Ulises (y que Borges, Bioy y Silvina Ocampo elevaron, a pesar de su brevedad, a la categoría de obra maestra de la literatura fantástica): “Un fantasma es alguien que se desvanece hasta hacerse intangible por muerte, por ausencia, por falta de costumbre”. Además del que mora (todavía) en La Moncloa, aún existen (pero ¿es ese el verbo apropiado para referirse a quienes ya no están del todo?) en Madrid otros fantasmas que también purgan sus penas en (otras) casas encantadas: ahí tienen, por ejemplo, el del palacio de Linares (Casa de América), cuyas lastimeras psicofonías se hicieron célebres; o el de la Casa de las Siete Chimeneas (hoy sede de la Secretaría de Estado de Cultura), que por allí pena desde el siglo XVI y que quizás haya despertado (con motivo) tras el infausto protagonismo del señor Wert. Algunas de las mejores historias de fantasmas que conozco están incluidas en el volumen de Henry James, Fantasmas, recién publicado por Penguin Clásicos: no olviden, por ejemplo, los relatos ‘El último de los Valerios’, ‘Sir Edmund Orme’ o ‘El mejor de los lugares’. Y si desean informarse mejor acerca de quiénes son, cuándo surgieron y por qué necesitamos creer en ellos, pueden recurrir con provecho al instructivo manual de Roger Clarke La historia de los fantasmas (Siruela), un ameno recorrido por los últimos 500 años de fantasmagorías a cargo de esos espectros que, a veces, resultan simpáticos, como el de aquel capitán Gregg (Rex Harrison), enamorado de la viuda Muir (Gene Tierney) en la película El fantasma y la señora Muir (Joseph Mankiewicz, 1947), que tanto gusta a Javier Marías. Pero les advierto: en las páginas del libro no he podido encontrar ni la menor referencia a Rajoy.

Entusiasmo

Les confieso que cuando me llegaron noticias de la faraónica cantidad que había percibido (vía Balcells) don Mario como anticipo por Cinco esquinas (Alfaguara, Penguin Random House) lo primero que pensé es que, en estos tiempos recortados, sería muy difícil que la editorial llegara a vender los ejemplares necesarios para cubrirlo y, además, ganar dinero. Pero, como afirmó Engels (con perdón) en el prólogo (de 1892) a Del socialismo utópico al socialismo científico, la prueba del pudín está en comérselo. Y la misma noche en que devoré el “pudín” de Vargas Llosa de una sola sentada y pasando sus páginas compulsivamente me di cuenta de mi error de apreciación. Porque esta novela, la enésima de un maestro (sí, aunque su lado de doctor Jekyll sea tan de derechas) que ha demostrado su dominio en todos los registros que ha tocado en su larguísima carrera, es un prodigio de sabiduría narrativa para todos los gustos, además (y no es baladí) de una máquina de vender libros. Una comedia social a la vez divertida y amarga, atrevida y crítica, que transcurre en los últimos años de Fujimori, cuando los peruanos vivían permanentemente en un ¡ay!, aterrorizados por los secuestros y “ejecuciones” de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru y oprimidos por una dictadura siniestra y estúpida (por ese orden). Un relato sustentado en una variada galería de personajes estupendamente dibujados y con el telón de fondo (en realidad, un personaje más de la historia) de una Lima con un violento Barrio Alto que recuerda a menudo al Londres lumpen y nocturno de Dickens. Una historia de escándalos (sí, también periodísticos), venganzas y melodramas domésticos, cuya arquitectura descansa en un lenguaje que es una fiesta para el idioma que compartimos 500 millones de personas: una lengua brillantísima, salpicada de americanismos y peruanismos (pachamanca, cachascán, chingana, disforzar, tombo, chompa, huachafo, carcocha, jirón, chamba, angurriento, calato, chifa, chilcano, lisura, cachuelito, pasacanita, chancado, pericote, bamba, chumbeque) que confieren a la narración una insólita resonancia. Desde ese primer capítulo inflamado de erotismo a cuyos estímulos sucumbirán incluso los lectores más gélidos hasta esas dos estupendas vueltas de tuerca narrativas —el remolino coral del capítulo XX y la esticomitia periodística de preguntas y respuestas del capítulo XXI—, esta novela singular es toda una lección del arte de contar una buena historia. Y, por favor, disculpen mi entusiasmo de lector agradecido: hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien con una novela.

Matrimonio

Las primeras caracterizaciones de la novela prescribían que aquellas nuevas y extensas narraciones en prosa debían tratar de situaciones y protagonistas excepcionales: para lo de todos los días bastaba con la vida, con lo que sucedía a la gente corriente. En realidad, y hasta el siglo XIX —y, quizás, dejando aparte la picaresca—, la novela no empezó a afincarse firmemente en el suelo de la realidad banal y, aún entonces, las historias sobre las que se construían se focalizaban mayormente en irrupciones o desajustes más o menos dramáticos (un adulterio, una muerte, una herencia, un regreso) en lo normal-cotidiano. Departamento de especulaciones (Asteroide), la segunda novela de la estadounidense Jenny Offill, no cuenta nada excepcional, pero demuestra que con lo más prosaico de la vida se puede elaborar una buena historia. Se trata de un relato minimalista y de interiores protagonizado por una mujer (“la esposa”) desconcertada (y a veces asustada) que cuenta y recuerda escenas de su matrimonio, de su reluctante y contradictorio sentimiento de maternidad, y también de lo que hubo antes, cuando era más joven y libre y aspiraba a convertirse en una artista. Y lo hace de forma fragmentada, sin drama, con tristeza y ternura, componiendo un fresco de viñetas separadas que, con frecuencia, parecen sin terminar, como esperando ser completadas. Un relato de pocos personajes en el que no hay nada excepcional (como la vida misma), pero contado de modo original e intenso y que termina de cocinarse en la conciencia del lector. Un interesante experimento novelesco para una época en que pocos escritores se arriesgan a hacerlo.

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