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Lucinda Williams, o la Gran Canción Americana

La compositora muestra una madurez artística envidiable en su nuevo disco

La cantante Lucinda Williams en una reciente imagen promocional.
La cantante Lucinda Williams en una reciente imagen promocional.EL PAÍS
Fernando Navarro

Con el ardor propio de la luz a orillas del Misisipi, escribía Faulkner que “la vida es un camino sin retorno”. Lucinda Williams (Lake Charles, Louisiana, 1953), que lleva toda su vida atravesando cruces, bien lo sabe, pero no quita para que, con su voz dolida y desafiante, gruña: “Conozco todas esas carreteras como la palma de mi mano”. Lo dice en Dust, primera canción de su nuevo disco The Ghosts of Highway 20, último testimonio de una compositora capital para el folk estadounidense. “Canto a los recuerdos de mis hermanos, de mis padres, de mis primeros años creciendo…”, explica por teléfono desde Londres.

A sus 63 años, Williams puede que tenga una mano rugosa pero firme, como esas canciones tan suyas, transitando con pundonor y orgullo de supervivencia entre el country, el folk y el soul, y mostrando una madurez artística envidiable. “Nunca quise hacer un álbum conceptual. Las canciones salieron como algo natural”, cuenta. “Quería evocar los lugares o momentos que me hicieron persona”. La cantante habla con tono venerable, de alguien que ha mordido el polvo demasiadas veces, incluso en aquellos primeros años bajo el sol de Louisiana.

The Ghosts of Highway 20, como casi toda su sobresaliente obra, no es un disco de celebración. Es un canto melancólico, de una profundidad emocional que no se muestra a la ligera, resguardaba bajo el influjo de su intensa voz susurrante. La misma que por teléfono recuerda el día que, siendo una niña, su padre le dio una libreta y un bolígrafo para enfrentarse a la incomprensión del mundo y al desgaste sentimental. Poeta de reconocido prestigio en el sur, Miller Williams sabía que su hija estaba agotada de ver a su madre de “hospital en hospital”, aquejada por una enfermedad mental, que sus dos hermanos heredarían. Le dijo que escribiese todo lo que tuviese que decir y, “especialmente”, lo que sintiese pero no le saliese decir. “Fue mi gran inspiración”, confiesa.

El litúrgico West, disco publicado en 2007, nació de unos versos de su padre. En 2013, con motivo de la gira española correspondiente a Blessed, ya comentó en otra entrevista con este redactor que su padre era su “gran mentor”. Enfermo de alzhéimer, Miller Williams murió hace un año, aunque la compositora reconoce que sintió que lo perdía sin remedio bastante antes, el mismo día que le dijo que no podía escribir más poemas porque no se acordaba cómo se hacía. “Son cosas de las que no son fáciles hablar. Perdona que no me extienda”, se disculpa rebajando el tono de voz al otro lado de línea. Recuerdos, en forma de canciones dedicadas a sus hermanos, padres y amigos, y fantasmas del pasado que, sin embargo, planean con fuerza bajo el método de la libreta y el bolígrafo y su experiencia como compositora, que bebe en su crudeza y realismo cortante de Flannery O'Connor o Raymond Carver.

Con su inmersión en los sonidos del delta blues y el bastardo folk sureño, escuchar The Ghosts of Highway 20 es conducir en marcha lenta por esos parajes del sur norteamericano. Abruptos, vagabundos, cinematográficos, novelescos. “El paisaje norteamericano no se puede entender sin la Ruta 66 como nuestra simbología de país no se puede entender sin lo que representa esa carretera y tantas carreteras, como representan esos viajes que Jack Kerouac plasmó En el camino”, afirma. Como en su mejor cancionero, su particular forma de cantar, encarando las canciones con un desgarro sentimental penetrante, sin gorgoritos ni medias tintas, transforma la música en un estado del alma.

Como sucede con los grandes creadores, el alma de Lucinda Williams sigue siendo un universo fascinante, repleto de prismas emocionales y claroscuros existenciales. De alguna manera, su obra en la madurez, que podría incluir discos como Down Where the Spirit Meets the Bone, Blessed, Little Honey o West, recuerda e incluso enlaza con la de su admirado Bob Dylan. Ambos artistas, memoria viva de un país en continuo cambio, juegan con maestría con el espacio-tiempo en sus últimos álbumes y, con su mirada de una bella compasión, dan pistas valiosas sobre un pasado trascendental pero que se descompone, un lugar de una poderosa evocación poética. Son canciones y voces que se resisten a desvanecerse. Y si todo es un camino sin retorno, como decía Faulkner y recuerdan en la música popular las recientes muertes de David Bowie o Glenn Frey, de los Eagles, Lucinda Williams todavía cura las heridas.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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