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Premios Goya
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una gala de los Goya funcional y sobria

En algo más de tres horas de ceremonia se volvió a demostrar la mala salud de hierro del cine español

Ángel S. Harguindey
Dani Rovira, presentador de los Goya 2016.
Dani Rovira, presentador de los Goya 2016.Juan Naharro Gimenez (WireImage)

"Si no me rebajan el IVA de los yates, a mi no me importa, no tengo yate. Lo mismo le pasa a Montoro con el IVA de la cultura", un conciso resumen de Dani Rovira sobre los impuestos considerados como un arma cargada de revancha. No fue la única referencia que se produjo en la gala del 30 aniversario de los premios Goya a la desastrosa relación del mundo de la cultura con el Gobierno. Antonio Resines, presidente de la Academia, y alguno de los premiados también hicieron unas educadas alusiones a la mencionada cuestión.

Fue una gala funcional y sobria a la que, por supuesto, le sobraron las, al parecer ineludibles, alusiones al amor a los padres, las madres, las compañeras, compañeros, abuelas, hijos y hermanos que alargan considerablemente la ceremonia a la vez que desmontan el tópico de que los cómicos son gentes de mal vivir: de hecho son los únicos, con los futbolistas, que se acuerdan de la familia cuando triunfan.

Un arranque de revista musical apto para todos los públicos, un par de actuaciones estupendas del mago Jorge Blass, un presentador que desarrolló con profesionalidad un guion austero, varios políticos ("la Academia tiene una sala con una mesa, cuatro sillas y un plasma. Os podéis sentar allí y dialogar los cinco", animó Rovira a los presentes Garzón, Iglesias, Sánchez y Rivera), división de opiniones al agradecer la presencia de Manuela Carmena y tres grandes ovaciones con el público en pie: a Mariano Ozores con sus 96 películas a sus espaldas, flor y nata de la cultura popular; a Joan Manuel Serrat y su interpretación de Los fantasmas del Roxy y al homenaje a Luis Buñuel con los tambores y bombos de Calanda.

Algo más de tres horas de gala en las que se volvió a demostrar la mala salud de hierro del cine español que, pese a todo, consiguieron hacer olvidar la desastrosa conexión previa, la alfombra roja, un disparate de desencuentros entre las cámaras y los presentadores.

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