Milagro
La realidad desnuda, sin maquillaje, sin puesta en escena, captada desde varios ángulos, pone los pelos de punta a cualquier espectador que no sea un zombi
El cine utiliza los efectos especiales, la música, el primer plano de los rostros de los personajes, para potenciar situaciones pavorosas o trágicas. Nada de eso existe en la grabación que hacen las asépticas cámaras de seguridad del café, en la que gente sin alma, robots implacables, perpetran una de las matanzas de París. Pero esa realidad desnuda, sin maquillaje, sin puesta en escena, captada desde varios ángulos, pone los pelos de punta a cualquier espectador que no sea un zombi. Y contiene una secuencia que reinaría en la historia de la infamia. Es la de esas dos señoras refugiadas debajo de una mesa, con la cara entre sus manos e imagino que con los ojos cerrados (los niños hacen ese gesto cuando tienen miedo), a las que se acerca parsimoniosamente un monstruo que acaba de rematar con indiferencia a una de sus víctimas y se dispone a volarles los sesos a las que se esconden. Parece ser que el arma se le encasquilla, y como debe de estar agobiado de tiempo para enviar al cementerio a desconocidos que no le han hecho nada malo, se aleja con paso tranquilo. Esas dos señoras se levantan y escapan. No saben que se han salvado por un bendito fallo mecánico.
Y flipas cuando al desatarse el infierno en Bataclan, uno de los músicos permanece en el escenario con la guitarra en sus manos. Al igual que él, debió de haber más gente paralizada por el terror, incapaz de correr, como en las peores pesadillas cuando el diablo te va a atrapar.
Entiendes el mosqueo y los nervios de los que vamos esta tarde al Bernabéu. Nada que ver con el masoquismo. Yo estaba allí cuando desalojaron el estadio (aseguran que el capitán del barco y sus ilustres invitados fueron los primeros en salir echando hostias, normal) por amenaza de bomba. Y el público actuó admirablemente. Pero también pensabas que si algún descerebrado sádico hubiera gritado “fuego”, el pánico habría sustituido al civismo, a la templanza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.