¿Fin de la era de los partidos?
'Gobernando el vacío' es una de esas escasas joyas que han aparecido en ciencia política estos años
Este libro es una de esas escasas joyas que han aparecido en ciencia política estos años, y viene de uno de los más destacados politólogos europeos. Es el feliz legado de alguien que falleció inesperadamente antes de publicarlo, que siempre se caracterizó por un trabajo bien hecho, un académico honesto que aquí nos espeta sus grandes dudas sobre el cariz que toman las democracias contemporáneas. Comienza de forma enigmática: “La era de la democracia de partidos ha pasado”; hemos entrado en una nueva fase de la democracia liberal en la que sus principales agentes dan síntomas de agotamiento. El “vacío” al que se refiere el título es la galopante crisis de representación, la creciente falta de conexión de los partidos con su electorado tradicional. Hasta aquí de acuerdo. La dificultad comienza a la hora de buscar las causas de esta situación y si hay o no equivalentes funcionales de estas organizaciones que eventualmente puedan suplir ese espacio vacante. Porque, sin partidos que funcionen, no hay democracia. Respecto a la primera cuestión sí se nos ofrecen respuestas más que verosímiles; no así en lo que atañe a la segunda.
Su diagnóstico se fija en las dos partes de la ecuación, los ciudadanos y los partidos. Aquellos ya han dejado de ser esos leales votantes dispuestos a hacer valer preferencias estables. Ahora se refugian en formas de vida individualizadas, privatistas, ajenas a lo público y configuradas a partir del paradigma del consumo político. Ejemplos de ello son el menor interés por lo político, la volatilidad y la menor participación electoral, algo favorecido por la contumaz pervivencia de las mismas políticas a pesar de la alternancia en el poder de partidos diferentes.
Del otro lado, estaría la correlativa retirada de las élites políticas de su soporte en las bases a favor del partido en el Parlamento o el Gobierno, y el predominio de los “partidos de cártel”, casi indistinguibles ideológicamente entre sí a pesar de la fiereza con la que pueda disputarse la competición electoral. Siempre asistimos a una “gran coalición” de facto. Esto crea, a su vez, una creciente interpenetración entre Estado y partidos y hace que aquellos devengan en férreas organizaciones marcadas por una profesionalización tecnocrática más pendiente de su supervivencia y sus beneficios que de conectarse con las necesidades de su electorado.
Al final rebrota el síndrome de Tocqueville: si las élites son inaccesibles —por lejanas— e impotentes —por incapaces de adecuarse a los deseos ciudadanos—, ¿por qué las seguimos manteniendo? Parte de la responsabilidad hay que atribuírsela a la expertocracia europea y a la reducción de la política a mera administración. El problema es que cada vez resulta más difícil compatibilizar eficacia y popularidad. El déficit de legitimidad está servido.
Gobernando el vacío. Peter Mair. Traducción de María Hernández Díaz. Alianza. Madrid, 2015. 192 páginas. 18,50 euros
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