El antro de los sueños
‘El cabaret de los hombres perdidos’ es la historia de un joven dispuesto a todo por la fama
Un joven golpeado por la vida —sin su madre, muerta, y con un padre que lo maltrata— busca prosperar en la gran ciudad. Tras dos semanas de penurias, se ve envuelto en una pelea callejera de la que se refugia en una tienda de tatuajes donde también se sirven copas y que está a punto de cerrar. En ese antro, tres personajes le van a mostrar cómo puede ser su vida desde ese mismo instante. Esta es la historia que traza El cabaret de los hombres perdidos, el musical estrenado el pasado martes en los Teatros del Canal, en Madrid, tras pasar por Zaragoza, y que se quedará en la capital hasta el 8 de noviembre como adaptación del espectáculo original, nacido en el offde París en 2006. En Francia consiguió dos Premios Molière (uno al mejor espectáculo musical) y después rodó por Viena, Varsovia y Buenos Aires.
El director de la obra, el barcelonés Víctor Conde, señala que, a pesar del título, el espectador no verá exactamente un cabaret, “sino una obra de teatro con canciones”, quizás porque no es un musical al uso, con docenas de actores, números espectaculares y complicados cambios de escena. Aquí todo transcurre en un “lugar oscuro, con solo cuatro personajes y un pianista”, dice el protagonista, Cayetano Fernández (Badajoz, 1989), que interpreta a Dicky, el muchacho descarriado que anhela la fama y el dinero. Conde subraya que este montaje “rompe con las normas de un espectáculo convencional”. “Casi no hay decorados, porque un sofá se transforma en un coche y luego puede ser un pedestal o unos asientos de cine…”. Muchas escenas transcurren entre el público pero que nadie se asuste, los actores no sacan a la gente a cantar.
En este cabaret de hombres perdidos, Dicky conoce a Dedé (al que da vida Ignasi Vidal), dueño de ese local clandestino; Lullaby, la mujer de la función (Ferran González), y al camarero tatuador (Armando Pita), “que le marca en su piel los obstáculos que se va a encontrar”, explica el director. Los tres escenifican los distintos caminos que puede escoger Dicky para su futuro. Todo transcurre en una noche que, sin embargo, muestra los dos años siguientes de la vida del protagonista. Es el juego del teatro dentro del teatro.
Trama cáustica
“Es una trama cáustica, sobre un personaje que busca su destino pero que se dará cuenta de que a lo mejor eso que quiere no es precisamente lo que necesita”, comenta Conde, que ha dirigido entre otras obras, La ratonera, el clásico de Agatha Christie, Pegados (premio Max al mejor musical en 2011), The Hole 2 y Los miserables. “Es una historia de lo que puede ser capaz el ser humano por conseguir lo que desea”, añade Fernández que, como dice (o mejor, canta) metido en la piel de Dicky: “Quiero pensar que existe un mundo mejor”. El protagonista remarca que, a pesar de lo que pueda pensarse, “hay mucho humor en esta hora y media de representación que incluye 12 canciones”. Los cuatro actores “no salen de escena, es un ritmo que te obliga a no despistarte ni un segundo, así que tienes que estar en todo momento metido en la energía de la obra”.
De este extenuante viaje en el que Dicky sube a la gloria y baja a los infiernos, queda la idea final de que “hay que vivir el presente, sin obsesionarse de lo que pueda pasar en el futuro”, apunta Fernández. “No debes dejar que tu vida se te escape, mejor manéjala tú”.
Babelia
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