Natalie Dessay, la antidiva
Me ha sorprendido la blasfema proliferación de asientos disponibles en el recital que Natalie Dessay oficia esta noche en el Real. O no me ha sorprendido tanto, pues sucede que el público de Madrid –no dije la afición- se ha demostrado bastante veleidoso y arbitrario en sus comportamientos, especialmente cuando no media un acontecimiento social o cuando recala un cantante desprovisto de un penetrante aparato mercadotécnico.
Pensaba uno que Natalie Dessay escapaba a las restricciones, respondiendo como responde la antidiva francesa de una trayectoria apabullante. Y bastante versátil. Se ha columpiado en el trapecio de la Reina de la Noche como ha sido una formidable exegeta del belcantismo. Ha cantado la música barroca con la misma competencia –mucha- con que se ha prodigado en el repertorio de Verdi, Puccini, Debussy y Strauss, aportando además un escrúpulo escénico y una personalidad que le permiten ahora abjurar de la ópera en sus amenazas endogámicas.
Se han abandonado recíproca y puede que no cordialmente. Dessay no soportaba la hostilidad del hábitat operístico, aunque la decisión de consagrarse a los recitales y al teatro, ejemplos ambos de su estatura artística autosuficiente, no puede sustraerse a los contratiempos médicos. Pólipos en las cuerdas vocales, desgastes fisiológicos y patológicos que expusieron a la soprano francesa al síndrome de Antonia.
Me refiero a la protagonista del cuento de Hoffmann que debe escoger entre vivir sin cantar o morir cantando. No es que Dessay se haya retirado –tiene sólo 50 años- , pero ha puesto todas las precauciones para seguir viva. Empezando por renegar de la ópera y de sus encorsetamientos, incluidos la rutina, la competencia desleal, la dictadura de los directores de escena, el estajanosvismo, el sadismo de los espectadores en las arias de muerte, acaso decepcionados porque Dessay recuperaba sus constantes vitales después de haber expirado “realmente” en el delirio de Lucia de Lammermoor.
Tendrían que valorarse todas estas cuestiones para comprender su decisión. Y para alistarse en el recital del Teatro Real esta noche. Se diría que me llevo comisión con la venta de entradas, pero voy a convencerlos a ustedes no con una grabación, sino con una fotografía.
¿Qué les parece? Yo la encuentro fabulosa. Abre un mundo de posibilidades a la estética de Tim Burton, incluso parece una extrapolación inanimada de “La novia cadáver”, película memorable y breve en cuyo mensaje sin mensaje se nos inculca que el mundo de los muertos está bastante más vivo que el mundo de los vivos.
Lo quiere demostrar Dessay, sobreviviendo a la ópera, implicándose en un repertorio de canciones que exige grandes cualidades vocales –las tiene- y mayores nociones dramatúrgicas, más aún cuando la escenografía la componen el pianista, Philippe Cassard, y ella misma, sin otras condiciones atmosféricas que la capacidad de sugestionar y de emocionar.
Ocurre con el disco que les he presentado. Dessay se desdobla en una cantante actriz y en una actriz cantante que interpreta la música porque interpreta la letra, sublimando el maridaje –de matrimonios hablamos- entre el poema de Louise de Vilmorin y la traslación al pentagrama de Poulenc. Son los mejores momentos de la grabación. Los menos afectados y relamidos, aunque el recital de Real se abre a un repertorio más heterogéneo -Schubert, Mendelssohn- y consiente apreciarla en “vivo”, con todos los atractivos de un animal escénico que acaba de salir de la jaula.
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