Juan Verdú: “No soy un quijote, sino un activista del flamenco”
En sus memorias, 'El jardín flamenco', el autor ahonda en el mundo del cante jondo
La ciudad de Córdoba llevaba dos meses sin lluvia. Era verano y el Festival de Guitarra se llevaba a cabo entre días y noches de calor furioso y bochornos descarados. Serían las dos de la madrugada cuando, en medio de su actuación, el guitarrista Vicente Amigo le dijo a Juan Verdú que subiera al escenario para cantar. Verdú se arrancó por fandangos y, al instante, un trueno pareció escucharse ante la indiferencia del público. Pero el cante improvisado no tardó en ser interrumpido por las gotas de agua. Todo mundo corrió a refugiarse donde pudo y, mientras se secaba la frente, el alcalde de la localidad andaluza se acercó a Juan Verdú y le dijo entre risas que quería contratarlo. “¡Cómo cantaría yo, que diluvió! Es que canto como un pollo constipao. Por eso nunca lo he vuelto a hacer”, recuerda ahora, 20 años después de aquella vez, el director del Festival Suma Flamenca de Madrid.
Juan Verdú (Guadalajara, 1948) está sentado en la terraza del bar ubicado en la planta baja del edificio donde trabaja. Frente a él tiene un vaso de agua mineral y un ejemplar de El jardín flamenco (Ediciones Alfabia), sus memorias recién publicadas sobre el mundillo del cante jondo, al que llegó hace más de 30 años. Fuma un puro habano mientras evoca con devoción a los flamencos que salían de su cuna andaluza para venir al trampolín madrileño, dispuestos a conquistar los grandes escenarios internacionales y, cada tanto, mira de reojo y saluda sus vecinos que pasan junto a él.
En el prólogo del libro, la cantante Estrella Morente dice que para ella “Juan Verdú es el Quijote del flamenco”. “Es un piropo maravilloso para mí. Pero yo diría que soy más un activista. Un activista que ha defendido y promovido el flamenco por puro amor”, matiza el hombre que, cuando era niño, escuchaba a Pepe Marchena, Juan Valderrama y Lola Flores. No es andaluz, ni gitano y, sin embargo, eso no le impidió insertarse en un grupo de gente que pasaba los días entre bulerías, soleás, tangos, rondeñas, seguiriyas y rumbas. “Nunca tuve obstáculos. Tal vez los habría tenido en Sevilla o en Jerez o en Córdoba. Pero no en Madrid. Porque es una ciudad muy abierta. Y, como éramos minoría los flamencos, nos apoyamos entre todos”, dice.
La década de los 70 del siglo pasado estaba por concluir cuando Verdú llegó a la capital de España, donde la vida nocturna estaba en plena efervescencia. “Sabías cuándo salías a la calle, pero no cuando volvías a casa. Por eso decíamos siempre que las gafas de sol las habían inventado para los flamencos. No sé qué tenemos nosotros que nos encanta la noche. Yo llamaba muchas veces a Enrique Morente a las ocho de la tarde y estaba desayunando. Como que por la noche el alma se relaja y la gente siente más todo y todos somos más hermanos.”
Entraron las drogas, pero nosotros no sabíamos lo que eran. Y ocurrieron muchas cosas por eso: por no saber exactamente qué teníamos delante"
—Y también están las drogas, que atraparon a muchos flamencos.
—Es que éramos unos bebés al respecto. Entraron las drogas, pero nosotros no sabíamos lo que eran. Y ocurrieron muchas cosas por eso: por no saber exactamente qué teníamos delante. Perdimos muchos colegas así. Nosotros sabíamos de cubata y whisky. Pero de lo demás…
—¿Por qué en este libro de memorias no aborda ese lado oscuro del flamenco?
—Pues por respeto. Por una parte, está el respeto a la vida íntima. Y por otra, hay cosas de las que prefiero no acordarme. Cuando se murió Ray Heredia, Enrique Morente dijo en el cementerio: ‘lo que tenemos que tener en cuenta todos, es que esto no tiene que volver a pasar.’ Como otros, el chaval no estaba preparado para lo que le vino encima.
—O sea que se ha callado mucho más de lo que cuenta en el libro…
—No es que me lo haya callado. Es que lo he olvidado. De las cosas malas me olvido rápidamente. Este libro contiene momentos maravillosos que recuerdo en agradecimiento a todo lo que me ha dado el flamenco.
Juan Verdú sitúa el renacimiento del flamenco en 1984. Ese año se organizó en España la Cumbre Flamenca, un acontecimiento que intentó desprender de su estigma franquista al cante, toque y baile, declarado por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2010. “Cuando llegó la democracia, los intelectuales de izquierda dijeron que la copla y el flamenco eran franquistas. Es que ellos sólo querían lo que viniese de fuera. Muchos conocían a cantantes de otros países, pero muy pocos sabían quién era Paco de Lucía. Y arraigaron eso en los jóvenes. ¡Mira qué torpeza! Porque los grandes músicos del mundo admiran el flamenco. Cuando venían los Rolling Stones, lo primero que pedían era los discos de Camarón. Eric Clapton pedía los discos de Paco de Lucía. La Cumbre Flamenca fue el primer paso para reivindicar el género. Luego llegaron la Bienal de Sevilla y los festivales.”
De las cosas malas me olvido rápidamente. Este libro contiene momentos maravillosos que recuerdo en agradecimiento a todo lo que me ha dado el flamenco"
El quejío profundo y bravío de Camarón y la guitarra de Paco de Lucía recorrían el mundo, ya por separado, mientras en Madrid Juan Verdú organizaba conciertos en tablaos y salas que se extendían hasta la madrugá. “El flamenco es la cultura más importante que tiene España, aunque no se le dé la importancia que tiene. El flamenco se ha salvado gracias a los extranjeros. Carmen Amaya, Sabicas, Paco de Lucía, Antonio Gades… todos han tenido que salir de aquí para triunfar. Y se encontraron con un público mucho más profesional que el español; más enamorado del flamenco, sobre todo. Pero esto no se va a acabar nunca. En la guitarra tenemos a Vicente Amigo, a Tomatito, Gerardo Núñez. En el baile tenemos a Eva Yerbabuena, Sara Baras, Farruquito. En el cante a Miguel Poveda, Estrella Morente, Rocío Márquez y Arcángel”, sostiene el hombre al que Enrique Morente apodaba “el Bojilla” porque, al igual que el banderillo, “era un noctambulo y vividor, que siempre acompañaba a los grandes.”
Ya encarrilado, Verdú se propuso un día salvar también a un símbolo de España: el toro Osborne. “Salió una ley de la Unión Europea para quitar vallas publicitarias en las carreteras, porque decían que despistan al conductor y provocan accidentes. Entonces, nosotros, muy flamencos y muy taurinos, hicimos la asociación cultural España Abierta para salvar al toro de Osborne. Nos juntamos artistas, diseñadores, pintores, periodistas. Hasta Umberto Eco nos apoyó. Porque ese toro es parte del patrimonio cultural de este país. Fuimos sumando comunidades autónomas y al final el Estado español lo aceptó. Y ahora, cuando lo veo en alguna carretera, digo con orgullo: ‘hola, ¿cómo estamos?”
Dice este hombre de cabellera y barba larga que se acuesta y se levanta pensando en el flamenco. De vez en cuando se atreve a bailar. “Por bulerías, en las fiestas. Pero dos rematitos, dos pataditas, nada más.” No canta desde aquella vez en Córdoba, hace 20 años, pero ¿tampoco toca la guitarra? “En mi casa, sí. Lo que pasa es que me da vergüenza tocarla delante de los grandes. Imagínate: estas con los amigos y, de repente, aparece Pepe Habichuela. Pues tú escondes tu guitarra, ¿no?”
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