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ARTE / ENTREVISTA

Tino Sehgal: “La reacción común a mi obra es dar marcha atrás”

El artista germano-británico protagoniza su primera retrospectiva en el Stedelijk de Ámsterdam, que reproduce sus ‘performances’ durante todo este año

Álex Vicente
El artista Tino Sehgal, en junio pasado.
El artista Tino Sehgal, en junio pasado.Paul Zinken (DPA)

Eviten llamarles performances: Tino Sehgal (Londres, 1976) prefiere denominar “situaciones construidas” a sus intervenciones artísticas. Según confiesa el artista, con cierto aspecto de hipster jubilado y acento de origen impreciso —es paquistaní por parte de padre y alemán por el lado materno—, el término alude al manifiesto situacionista que Guy Debord publicó en 1957, incitando a los artistas del mundo entero a “construir momentos que provoquen que el espectador abandone su pasividad”, iniciando así su camino “hacia una vida menos mediocre”. Para Sehgal, el arte tampoco puede ser solo una actividad contemplativa. “Lo que me disgusta de la palabra performance es que implica un antagonismo implícito entre el intérprete y su público, en el que el primero es activo y el segundo, pasivo. La noción de interpretar algo ante alguien supone que el espectador quede marginado del proceso cuando, para mí, tiene que estar siempre en el centro”, explica el artista, sentado sobre el parqué de una de las salas del Stedelijk Museum de Ámsterdam, mientras la recepción anuncia el cierre por megafonía.

El museo holandés dedica a Sehgal su primera retrospectiva. Y, como todo lo que toca, no es una exposición común. Desde el 1 de enero y hasta el 31 de diciembre de este año, el artista recrea en el museo algunas de las “situaciones” de su trayectoria, iniciada a finales de los noventa en el campo de la danza contemporánea más experimental. Durante cada uno de los 365 días de este año, Sehgal vuelve a representar sus creaciones más significativas en las salas de este centro pionero en la apertura a nuevas disciplinas, que abrazó desde los años sesenta. En un rincón de la colección permanente, cuatro actores disfrazados de vigilantes de museo dan vueltas alrededor a cada visitante. Ejecutan una esforzada coreografía y cantan un estribillo —“Oh! This is so contemporary! So contemporary!” (¡Oh! ¡Esto es tan contemporáneo! ¡Tan contemporáneo!)— como si de una comedia musical ambientada en un museo se tratara. Un poco más allá, dos parejas de bailarines recrean Kiss, en la que duplican los besos más famosos de la historia del arte, inmortalizados por Klimt, Rodin o Jeff Koons. A su alrededor, los paseantes se amontonan para descubrir un espectáculo cada vez más tórrido.

“Hace 10 o 15 años, su obra generaba rechazo, pero se ha producido un cambio. Sus obras son muy directas y logran hablar al visitante a un nivel emocional”, afirma el comisario Martijn van Nieuwenhuyzen, conservador del Stedelijk, para quien su estatus corresponde a una revalorización de la performance en los últimos tiempos. “En los museos, la performance y las disciplinas colindantes se han vuelto omnipresentes. Lo que en los setenta era elitista hoy se ha convertido casi en un espectáculo”, añade. ¿Simboliza Sehgal, premiado en 2013 con el León de Oro en la Bienal de Venecia, ese cambio de categoría? El artista discrepa. “Las cosas no han cambiado tanto. La reacción más común ante mi obra sigue siendo entrar por la puerta y dar marcha atrás. ¿Cuántas veces logra un espectador ver una obra de arte en vivo, en comparación con un cuadro o una escultura? El porcentaje no debe de superar el 0,001%”, denuncia. “Lo bueno de exponer en un gran museo es que me permite tener acceso a un público que, en realidad, solo venía a ver a Matisse”.

Obtener unos minutos con Sehgal, reconocido alérgico a las entrevistas, no ha sido tarea fácil. Ha hecho falta insistir durante semanas y prometer no hacerle preguntas improcedentes. “Tino no desea tener que explicar qué significa su trabajo”, advirtió su jefa de prensa. No son las únicas imposiciones de un artista sistemáticamente enfrentado a los códigos que rigen el mundo del arte contemporáneo. Por ejemplo, Sehgal no permite fotografiar sus obras, ni difundir imágenes a la prensa que den cuenta de ellas. Sus exposiciones no pueden ir acompañadas de paneles, catálogos u otros productos derivados. Para el artista, las inauguraciones de aire festivo están terminantemente prohibidas. Si un museo o coleccionista privado desea comprar una de sus obras, tendrá que hacerlo a través de un contrato oral ante notario. “No existe ningún documento escrito que demuestre que la obra te pertenece. En el encuentro que precede a la compra, te recuerdan una serie de reglas que fijan las condiciones en que el trabajo deberá ser expuesto”, explica Van Nieuwenhuyzen, que hace años compró una de las performances de Sehgal para el Stedelijk. El MoMA y el Pompidou también disponen de las suyas, valoradas en 100.000 euros por pieza. Si en realidad vende humo, como se ha dicho, tiene engañado a medio planeta.

Lo bueno de exponer en un gran museo es que me permite acceder a un público que, en realidad, solo venía a ver a Matisse”

La obra de Sehgal, hijo de un informático de IBM y un ama de casa que creció en los suburbios acomodados de Stuttgart, encierra una crítica mal disimulada al materialismo imperante. En un mundo plagado de objetos, este artista —con formación de economista— prefiere dar valor a lo efímero e incorpóreo. Por ejemplo, al resultado de la más sencilla interacción humana. En su exposición triunfal de 2010 en el Guggenheim de Nueva York, un niño acogía al visitante en la planta baja. Empezaba entonces un largo diálogo, entre banal y existencial, al que luego darían cuerda un adolescente, un adulto y un anciano, que se sumaban al paseo a lo largo de la rampa en espiral del edificio. “Acceder a los museos me parece importante, porque son lugares donde se legitima nuestra cultura. Me interesa demostrar que se puede exponer en ellos cosas que no sean objetos”, dice el artista.

La historiadora del arte Dorothea von Hantelmann, especialista en su obra (y madre de sus dos hijos), analiza así su propósito: “El trabajo de Sehgal tiene el carácter de un experimento bajo el que yace una cuestión: cómo crear algo a partir de nada, cómo crear significado y valor económico sin crear un objeto físico”, afirma en el ensayo How to do things with art. “Sehgal utiliza formas artísticas como bailar y cantar, que generan significado a través del cuerpo, sin necesidad de producir un objeto material”, añade. Si Sehgal introduce sus creaciones en el museo es para “proporcionarles un escenario ritual” y posibilitar que reciban el mismo aplauso que “nuestra cultura concede al artefacto material”.

Lo que también se le da bien es abordar cuestiones incómodas. En otra exposición, celebrada en la Tate Modern en 2012, un grupo de 70 intérpretes —actores, bailarines y niños que representaban a todos los sectores de la sociedad londinense y que escogió, como tiene costumbre, en un casting— lanzó preguntas con carga política, económica y metafísica a los visitantes que deambulaban por la Sala de las Turbinas. ¿Cuándo sentiste que pertenecías a algo? ¿Cuándo experimentaste el sentimiento de llegar a algún lugar? Muchos no salieron indemnes de la experiencia. El entonces director del museo, Chris Dercon —quien le rebautizó como “el artista de la pregunta”—, afirmó que era “el proyecto más complejo, difícil y peligroso” que la Tate hubiera exhibido jamás. Sus interrogaciones sobre nuestro tiempo —y el arte que lo caracteriza— siguen resonando ahora en las paredes del Stedelijk durante un tiempo récord: doce meses seguidos.

A Year at the Stedelijk: Tino Sehgal. Stedelijk Museum. Ámsterdam. Hasta el 31 de diciembre.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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