El ‘selfie’ como caso de estudio
Antes de generalizarse gracias a los teléfonos móviles, el autorretrato fue una vía de exploración fotográfica de la identidad. Una exposición en el Musac estudia ejemplos
La primera fotografía que se conserva, Punto de vista desde la ventana de Gras, la creó Joseph Nicéphore Niépce en el patio de su casa y por su valor pionero supera la simple representación. La imagen, de perfecta composición, no nos dice mucho; sólo el título, la fecha —1822— y unas pocas notas de su autor —que murió arruinado después de dedicar toda su fortuna al invento— son suficientes para considerarla revolucionaria, como la penicilina o Las señoritas de Avignon. Desde aquel año, que conviene recordar siempre, la fotografía ha sido el punto de partida de los mass media y el lenguaje más corriente de nuestra civilización. Por ella conocemos y nos reconocemos.
Como documento social o soporte narcisista, el (auto)retrato es un fenómeno omnipresente de la cultura popular, incluso en su degradación, de manera que adonde no llegan la educación o el respeto llega un teléfono móvil que permite al usuario retratarse frente a, digamos, un contenedor de basura en llamas o un mendigo en estado lamentable. Es el signo de la comunicación en las redes sociales y también de la mayoría de prácticas artísticas.
La exposición Self-Timer Stories, organizada por el Musac a partir de sus fondos y de la Colección Federal de Fotografía Austriaca (en depósito en el Museum der Moderne Salzburg), es un recorrido a través de la historia del autorretrato realizado con autodisparador o temporizador. La artista vienesa Dorit Margreiter (1967) ha ideado un complejo y atractivo escenario donde deja a la vista lo que hoy consideraríamos “aparatosos” elementos tecnológicos del selfie, pero que le sirven para situar como “casos de estudio” los trabajos de tres generaciones de artistas que reflexionaron sobre el medio y la identidad. En este baile de máscaras son mayoría las mujeres: las fotografías de Heidi Harsieber, Catrina Daschner, Cristina Núñez, Renate Bertlmann, el colectivo DISBAND o Anja Manfredi, además de otras más conocidas como VALIE EXPORT, Esther Ferrer o Àngels Ribé, son reveladoras en el sentido más amplio del término, van más allá del gesto performativo de inscribir el propio cuerpo en el mundo o reivindicar su feminidad.
Self-Timer Stories es una galería de nombres propios que piden a gritos una visión más generosa y compleja de su trayectoria. De momento aquí se ven confusas, indiciales, son el hueco de una bala dejada en la historia de la fotografía, como aquella primera imagen del inventor borgoñés que de la química exacta consiguió reproducir la imagen de un hombre en el patio de su casa, absorto en las páginas de un libro. Quién sabe si se trataba del mismo Niépce.
Self-Timer Stories (Historias del autodisparador). Musac. León. Hasta el 23 de septiembre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.