Compromisos
El Foro Cultural Austríaco de Nueva York cristaliza un momento de cambio crucial para la disciplina de la arquitectura
A punto de subir al estrado para su última conferencia, Raimund Abraham (Lienz 1933- Los Angeles 2010) es presentado por el director del Instituto de Arquitectura del Sur de California, Eric Owen Moss:
“¿Quién no es un esclavo? ¡Dime! ¿Quién no es un esclavo? Quizá Raimund Abraham”.
Influyente pensador, educador y arquitecto, el austríaco Raimund Abraham fue uno de los personajes que mejor simboliza la batalla entre el compromiso y la resistencia a las fuerzas económicas y culturales dominantes del arquitecto posmoderno y que hasta ahora tan solo ha sido juzgado desde su personalidad misticista. Quijotesco, moralista y anacrónico defensor de las vanguardias de principios de siglo, Abraham vive una ruptura fundamental en una disciplina que pasa de ser una plataforma éticamente implicada a una práctica que ha dejado de buscar la capacidad de influenciar el entorno de manera social y política. “Me pregunto”, dijo, “dónde encajo en este entorno de modas y entretenimiento”.
Un idealismo obsesivo, el peso de la moral y la búsqueda de una autonomía en la arquitectura a través de la falta de compromisos, se materializaría con frecuentes salidas repentinas de reuniones con clientes que cuestionaban sus ideas o reventando el premio de la bienal de Venecia del 1985 a los pies de su director, el arquitecto Aldo Rossi, porque el “león de piedra” era en realidad una estatuilla de yeso.
Su visión encontró, sin embargo, gran resonancia en la escuela neoyorquina Cooper Union, donde sería profesor durante treinta años. Esta singular e influyente escuela, fundada con el principio de que la educación debía ser “gratuita como el agua y el aire”, tenía una marcada trayectoria experimental gracias a su director John Hejduk (1929-2000) y un profesorado que contaba con Peter Eisenman y Ricardo Scofidio, ambos fundamentales actores en el panorama norteamericano de fin de siglo. El extremismo de la escuela se basaba en cuestionar los mecanismos internos del lenguaje de la arquitectura y tenía como proyecto la recuperación de un Movimiento Moderno entendido de manera parcial y sesgada. Las metodologías de trabajo que exploraba Raimund Abraham, para el que la educación era el último bastión de resistencia, funcionaban, precisamente, como manera de provocar proyectos en el interior del alumno y no imponerlos, fomentando la idea de independencia frente a factores externos al arquitecto.
Serán sus proyectos en entornos urbanos concretos, realizados a partir de la década de los ochenta, y el Foro Cultural Austríaco de Nueva York en particular, donde Abraham, sin dejar de lado su búsqueda tan personal de una pureza primitiva en la arquitectura, muestra toda su madurez y un delicado respeto hacia el contexto y la memoria colectiva.
El proyecto para el Foro Cultural Austríaco de Abraham, que se impuso en el concurso abierto en 1992 y se construyó diez años más tarde, puede ser leído como la obra donde todas las hipótesis de este arquitecto se prestan a ser verificadas. De 25 plantas y en una estrecha parcela de 7,5 metros de ancho, situado en la calle 52, la afilada pieza de zinc y vidrio se presenta con formas elementales y un estricto eje de simetría que dotan al rascacielos de cualidades totémicas: Busca la condición de trascender lo ordinario y aglutinar la vida comunitaria, a la vez que invitan a confrontar el cuerpo humano vis-a-vis el objeto.
Sin duda la obra más importante del arquitecto, el valor del Foro es palpable al enfrentarlo al triunfalismo corporativo de las torres que inundan Manhattan, desde la Trump Tower hasta el nuevo World Trade Center. Por su significado histórico y radicalidad, se trata de una de las intervenciones más relevantes de la ciudad, comparable con obras maestras como los museos Whitney y Guggenheim, de los arquitectos Marcel Breuer y Frank Lloyd Wright respectivamente, la torre Seagram de Mies van der Rohe o el reciente High Line de los arquitectos Diller y Scofidio.
El rascacielos es también insólito por tratarse de un comprometido espacio cultural y uno de los escasos centros de producción artística del centro de Nueva York. En Septiembre de 2013, en el estrechísimo pasillo de una de las cuatro plantas de exposiciones del centro, una pantalla muestra a una “zebra” descolorándose bajo el agua, imagen que para el artista Sharif Waked, más claramente representa el conflicto Palestino-Israelí. Un año antes, en el mismo lugar, la artista transexual Jakob Lena Knebl se desnuda para entrar en acción en la performance “Beauty Contest”, que cuestiona los estereotipos de belleza en relación al sexo y la raza.
El primer paso para la institución del Foro Cultural Austríaco se dio en 1938. Tras la incorporación de diplomáticos austríacos de Nueva York al consulado de la Alemania nazi, un grupo de disidentes exiliados empezó a reunirse en cafés y apartamentos con una doble intención. Por una parte tenían el propósito de mantener viva la cultura y la identidad austríaca y, por otra, pretendían ejercer como grupo de presión para que Estados Unidos interviniera contra la ocupación Alemana. Desde sus comienzos, el Foro ha constituido uno de los centros más activos y volcados con la sociedad y la cultura contemporánea en la gran manzana. De entre los doscientos eventos anuales que la entidad acoge hoy en día, se encuentran exposiciones sobre islamismo y homosexualidad, o debates sobre el papel del arte en el capitalismo y el nacionalismo. El Foro Cultural Austríaco de Nueva York lleva la impronta de la Europa y el Austria que Raimund Abraham representa y que poco tiene que ver con la visión del “viejo mundo”.
El valor del Foro Cultural reside asimismo en que de las múltiples facetas que se pueden asociar al arquitecto, el hecho de construir no estuvo entre sus prioridades. A pesar de una extensa obra gráfica y escrita, llevaría a cabo menos de una decena de construcciones a lo largo de toda su vida. Si para Abraham la erección de una obra es una negociación con un ilimitado número de “fuerzas hostiles” (clientes, presiones económicas, agendas políticas), la manera para salir del atolladero del compromiso para seguir aferrándose a una idea de autonomía ya imposible fue renunciando al papel del arquitecto como “profesional”. Abraham nunca estableció una oficina.
La resolución formal de esta torre no abandona el espíritu de experimentación que el arquitecto adquirió en el Viena de los sesenta de la mano de cineastas, poetas y escultores, ni tampoco una sensibilidad especial hacia la performación de lo doméstico de sus delicados trabajos sobre la cuestión de la vivienda aislada que desarrolló diez años atrás. Los interiores metálicos, maquinistas, de ciencia ficción, son el sedimento de un interés por sus “Fantasías Arquitectónicas” de los años sesenta, y que expuso en el MoMA de Nueva York bajo ese mismo título junto con sus compatriotas, el arquitecto Hans Hollein y el artista Walter Pichler. Aquellas visiones de Abraham, que supusieron uno de los últimos coletazos de las utopías, mostraban arquitecturas como gigantescas máquinas, fotomontajes de megaestructuras móviles, o dibujos de ingenieriles “ciudades-glaciar”.
La posición reaccionaria, solitaria y mística de este arquitecto ha ocultado un proyecto urbano con rasgos que merece la pena redescubrir, donde la crítica a un posmodernismo que obvia la dimensión social y política de la arquitectura se representa en forma de un tenue fantasma de la utopía. Esta sombra ideológica representa la oportunidad de plantear posibilidades de mejores situaciones de convivencia en las ciudades, dando a la educación un papel protagonista, en un contexto en el que la arquitectura se conforma con buscar maneras menos inhumanas de perpetuar el status-quo, su injusticia y su violencia inherente.
El 3 de Marzo de 2010, minutos antes de morir en un accidente de tráfico, Raimund Abraham se dirige por última vez a sus alumnos en Instituto de Arquitectura del Sur de California con un mensaje de autonomía que resume su visión, y de la misma forma, el espíritu impreso en el Foro Cultural Austríaco de Nueva York: “No hace falta que seáis esclavos de una corporación, ni adoradores de un arquitecto estrella. Todo lo que necesitáis es papel, lápiz y el deseo de hacer arquitectura”.
Igor Bragado es arquitecto y candidato a máster post-profesional de la Universidad de Princeton.
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