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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La herencia

'Allí abajo' (Antena 3) finalizó el martes su temporada, y lo hizo con esa profesionalidad que estimula el deseo en el espectador de que llegue pronto la continuación

Ángel S. Harguindey

El martes finalizó la primera temporada de una de las series de mayor éxito: Allí abajo (Antena 3), y lo hizo con esa profesionalidad que estimula el deseo en el espectador de que llegue pronto la continuación. La historia de unos vascos en Sevilla (lo opuesto a Ocho apellidos vascos), cargando las tintas en los estereotipos y tópicos al uso y tratado todo ello con un notable sentido del humor permite confirmar, mal que le pese al ministro Montoro, que la industria cinematográfica y televisiva nacional tiene una mala salud de hierro, por seguir con los tópicos.

De igual modo, se confirman las bondades de personajes como Luis García Berlanga y Rafael Azcona en lo que respecta a la espléndida herencia recibida por las nuevas generaciones de cineastas, actores y guionistas pues si en el planteamiento inicial de la serie podría pensarse en una antisecuela del taquillero filme de Emilio Martínez-Lázaro, en el concepto y tratamiento de Allí abajo subyace ese sentido del humor crítico y coral que entronizó a los creadores de la trilogía Nacional.

El matriarcado, el fantasmeo, la cuadrilla, la gracia, el desparpajo... todos los sentimientos y lugares comunes del norte y del sur surgen a lo largo de los trece capítulos de la primera temporada de la serie, y lo hacen para caricaturizarlos con amabilidad, sin excesos porque el tópico ya es en sí mismo un exceso. María León y Jon Plazaola son los protagonistas de una historia de amor en la que los encuentros y desencuentros la identifican con una montaña rusa sentimental con final feliz. Pero su excelente labor se ve reforzada por una serie de secundarios más que notables, con esos amigos vascos del protagonista, las enfermeras y personal de la clínica o las vecinas de un patio que le habría gustado a Váquez Montalbán, experto en coplas de posguerra y ventanas de interior.

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