Epopeya a través de ventana
Johnson es uno de los grandes de EE UU a la espera de un plus que lo convierta en maestro. Su novela refleja bien un mundo extinto, pero no deja ningún arañazo emocional
Denis Johnson, autor estadounidense, nacido accidentalmente en Múnich en 1949, llega, por fortuna, periódicamente a nuestras librerías. Autor de culto, se nos presenta siempre con la mitología pertinente y la ristra de ajos de los Hawthorne, Melville, O’Connor colgada al cuello. En esas circunstancias, ¿qué demonios puede hacer un crítico con la corona de laurel o la estaca de madera? ¿Con respecto a qué baremos se puede juzgar o comparar un autor como Johnson? ¿Con respecto a su propia obra, con entregas como Hijo de Jesús oÁrbol de humo? ¿Con la del resto de novedades? Johnson es un trozo de escritor que hace deslizar desde lo alto de su aislamiento su Sueño de trenes para que dé la buena nueva al mundo. Y aquí la esperamos. Todas las veces que quiera.
La mitología yanqui. Caída y redención. Johnson se metió todo lo que fuera inyectable, esnifable y bebible. Todo eso fue destilado literariamente en los relatos del más que recomendable Hijo de Jesús. El libro fue vendido a su editor por la misma cantidad que nuestro hombre debía en impuestos. Podríamos hablar de Johnson como de Bukowski, Thompson o Johnny Cash. En este caso, la mitología nos habla de un autor exyonqui, encerrado en su vida privada, sin contacto con los medios y que estuvo a punto de ganar un Pulitzer con este libro en 2011.
Para muchos, Johnson es uno de los grandes en activo, a la búsqueda de ese plus que le haga maestro y no el mejor alumno de la clase. De pegada precisa, prosa cincelada, honesto en lo que escribe y sabedor de que una palabra de más lleva al artificio. Poeta, dramaturgo y narrador con prestaciones que lo pueden acercar a Carver, a Hemingway o a cualquiera de los popes de la tradición estadounidense en la que él —gloriosamente— inserta a veces un humor casi de comedia gamberra.
Sueños de trenes es una novela corta publicada en The Paris Review en 2002 y que fue apareciendo en antologías hasta su publicación como libro en 2011. Escrita como una epopeya de la vida de un hombre cualquiera, Robert Grainier (1893 -1968), quiere dar fe de una época, de un mundo extinguido, cruel y hermoso por su libertad con respecto a los dominios del ser humano. Grainier es un jornalero del Oeste. Se gana la vida en aserraderos de los grandes bosques y en la construcción aquí y allá de la línea ferroviaria, que dejará en cautividad el mundo salvaje que dibuja Johnson. Trata de asentarse en una granja, se casa, tiene una hija, pero una tragedia le rompe la vida en dos. Grainier, como ha hecho siempre, se levanta y sigue viviendo. Es un mundo de hechos, no de interpretación de estos. Un mundo en el que los hombres no tratan de entender los hachazos de la vida, los accidentes, los comportamientos de sus semejantes. Sin psicoanálisis, sin control, sin responsabilidad, sin culpabilidad, sin conciencia ni juicios. En el que las cosas pasan porque hay fuerzas superiores e incomprensibles como la naturaleza, la suerte. Esta visión de un universo opuesto al nuestro es destilado con maestría por Johnson. Lees Sueños de trenes como si patinases sobre hielo. Texto muy bien escrito, cada frase pesada y medida, con dosis justa de sentido del humor o realismo mágico en ocasiones, y una narración que no se detiene. Sin embargo, los sueños de estos trenes los miramos desde dentro de los vagones, a través de las ventanas y nunca —o casi nunca— los sentimos. Casi nunca te pellizca lo narrado. No sería un impedimento para otro tipo de libro, pero sí para este, donde el escenario ha de ser algo más que el paisaje al fondo del cuadro. No es un problema de distanciamiento del personaje con lo que le sucede, sino del lector y el autor con el marco. Se siente ese mirar a través de una ventana sin un solo arañazo descriptivo o emocional.
Sueños de trenes. Denis Johnson. Traducción de Javier Calvo. Random House Barcelona, 2015. 144 páginas. 14,90 euros.
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