Recuerdos y secretos
Entre la revelación de Milena Busquets y la confirmación de Cristina Fernández Cubas caben muchos registros
Me ha parecido un regalo —como suele pasar con Cristina Fernández Cubas, su autora— La habitación de Nona (Tusquets). Esta señora es una cuentista de categoría. Lo que hace, lo hace mejor que casi todos los demás. Silencios, secretos y aguijones en momentos y dosis justas. Clase en una escritura limpia, nunca innecesaria ni amanerada. Otro imbatible en lo suyo es Julián Ibáñez. Harboiled de polígonos, carreteras secundarias y bares de vinos de corcho, Ibáñez es escritor de escritores y de lectores que se transforman en prosélitos. Publica Todas las mujeres son peligrosas (Cuadernos del Laberinto). Club Editor lanzó la excelente Sicilia sin muertos. Guillem Frontera, su autor, sale indemne de tema —corrupción, política y periodismo— y lugares comunes. Oficio y sobriedad en la escritura. Después de meses de leída —y a pesar de los “no hay para tanto” y “por ser vos quién soy” de la feligresía militante— me sigue pareciendo También esto pasará (Anagrama), de Milena Busquets, un viaje de funambulista: ligereza, dolor, exhibicionismo y escondite.
No he perdido de vista a Santiago Lorenzo desde que alguien casi me amenazó de muerte si no me leía Los millones. Blackie Books le publica Las ganas. Se le relaciona con fundamento con Azcona o Mendoza. Además cuenta con un arsenal de recursos, modos y maneras de escritor que sabe armar un reloj. Música para feos (Destino) nos recuerda que Lorenzo Silva, además de ser capaz de llevar a buen puerto platos ambiciosos o novelas con personajes fijos, es un autor de hechura clásica que sabe explicar una historia sencilla y universal y dejarnos acompañarle, intrigados y, en cierto modo, hechizados. Un autor mucho menos conocido, pero que trae bajo el brazo un libro también íntimo y de voz femenina, es Antonio Lozano, con Un largo sueño en Tánger (Almuzara). Lozano te introduce en una burbuja de historias, sentires, apegos y nostalgias —de la ciudad, del mundo que fue, de los personajes— de una manera soberbia y deliciosa.
Siruela publica Pensión Leonardo, de Rosa Ribas. Como a Silva, a Ribas se la conoce más por sus novelas dentro de la negra. Este libro no lo es, pero tiene todo lo bueno que tienen los buenos autores de género: saber hacer andar una trama, enhebrar una historia personal sin olvidar nunca que detrás de un libro hay un lector. Además, Ribas tiene calidad de página porque sabe escribir y leer, y se nota. Les aseguro que eso en un escritor no es una perogrullada. Otro pedazo de escritor: Juan Ramón Biedma. Tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado (Lengua de Trapo). En Biedma siempre acude el monstruo, las aventuras más allá de géneros y épocas —en este caso, el Londres de 1891—, dolor, misterio, talento y ambición artesanal. Háganme caso: sigan a este tipo.
Para finalizar, dos debilidades. Duermevela (Alpha Decay), de María Rodés. La costumbre de transcribir el recuerdo nada más despertar de lo que se ha soñado durante años y años toma forma de libro. Aquello de que la literatura no está en lo que me pasa, sino en lo que pasa aquí, pasa apuros, pero este libro tiene magia, misterio: un perfume raro. Honolulu Books publica Vida de provincias. María Yuste escribe con escalpelo y suele pinchar más cuando incide en lo cotidiano —postales desde el desierto de nuestra España rural— que cuando le tienta el testimonio del aquí y ahora generacional. Pero lo acabas y sabes que no será el último libro que le leas.
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