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Karl Ove Knausgård: “Yo soy simple, pero mi literatura no lo es”

El noruego reventó las costuras de la ficción con un proyecto de escritura autobiográfica a tumba abierta. Llega a España 'La isla de la infancia', tercera entrega de 'Mi lucha'

Andrea Aguilar
El escritor noruego Karl Ove Knaugåard, el pasado abril en Ystad.
El escritor noruego Karl Ove Knaugåard, el pasado abril en Ystad.Claudio Álvarez

En las páginas de las seis novelas biográficas con las que el noruego Karl Ove Knausgård ha reventado las costuras de la ficción y se ha colocado en los primeros puestos del star system literario, el escritor reflexiona sobre su timidez y sus silencios. "Introvertido, introvertido, no quería ser un introvertido", se repite con obcecación el niño protagonista de La isla de la infancia (Anagrama), el tercer volumen de Mi lucha que aparece ahora en castellano.

Si en el primer tomo de esta serie, La muerte del padre, se detuvo en el decadente final de su progenitor y sentó las bases de su osado proyecto; y en el segundo, Un hombre enamorado, calcó las frustraciones que rodeaban su vida junto a su esposa y tres hijos pequeños y reflexionó sobre su pulsión por la escritura; ahora, en La isla de la infancia se sumerge de lleno en las sensaciones de su niñez en una isla noruega, como un Proust escandinavo versión siglo XXI. El niño Karl Ove piensa que él, más llorica que risueño, pasa mucho tiempo encerrado leyendo y decide que quiere ser extrovertido.

Intenté escribir de forma totalmente abierta: no estoy mostrando nada, simplemente esto es lo que es, un estado mental

Lecturas, reflexiones y llantos aparte, parece que aquel crío se salió con la suya y Knausgård se muestra francamente afable una soleada mañana de abril en la estación de Ystad, la más próxima a su casa. Se excusa porque debe comprar tabaco y sugiere caminar hacia un café, en el centro de este pueblo de veraneo en la costa sur de Suecia. Con más de un metro noventa de estatura, vestido con vaqueros y chaqueta estilo militar abotonada, su presencia impone. Su cabello rubio es ahora gris mate, pero la intensidad de su mirada no ha perdido un ápice de potencia, aunque esté relajado. Habla con una vehemencia pausada.

Knausgård atraviesa un buen momento, sigue con el plan de su pequeña editorial que puso en marcha hace cuatro años con su hermano, escribe para revistas y está inmerso en un nuevo proyecto con su editor noruego. Él le ayudó a perfilar Mi lucha cuando, tras entregarle un primer tomo, sugirió que lo dividieran en dos y que siguiera adelante con cuatro más en los que el escritor decidió revisitar su infancia, adolescencia y años de universidad, antes de retomar el presente. Cuenta que fue quien le hizo escritor y no dudó en tacharle las partes en que se justificaba por lo que escribía.

El debate ético y la virulenta polémica que desataron sus libros en Noruega cuando fueron publicados entre 2009 y 2011 han dejado paso, a medida que las traducciones van apareciendo, a una fascinación y obsesión casi sin precedentes. Entre las filas de sus devotos lectores y defensores se encuentran desde Zadie Smith hasta Jeffrey Eugenides; la crítica ha caído rendida; y su estatus ante la publicación en EE UU del cuarto libro es casi literalmente el de una estrella de rock: este mes tocará con su grupo de adolescencia en Nueva York, y también viajará con tres de sus cuatro hijos en la gira promocional del libro.

PREGUNTA. En La isla de la infancia se pregunta si no se debería tener distintos nombres propios para las distintas fases de la vida. ¿Cuál sería el suyo ahora? ¿Siente una distancia respecto de la persona que escribió Mi lucha?

RESPUESTA. Lo que ha pasado con mi nombre es muy extraño, se ha convertido casi en una marca. Está conectado a esta cara que aparece en la portada de los libros, y no es algo con lo que me pueda identificar. Pero si vas más allá, al texto, sí siento que estoy en esa voz. Es la misma que aparece en lo que escribo ahora, aunque intento deshacerme de ella. Mi yo interno no ha cambiado tanto desde la aparición del libro, pero la imagen externa…, no puedo ni mirarme al espejo porque veo esta máscara.

P. ¿Cómo intenta deshacerse de esa voz?

R. Estoy escribiendo un texto cada día sobre un objeto o una palabra. La idea es que dure un año y haya 365. En ellos trato sobre las cosas del mundo, la materialidad. Es una manera de olvidarme de mí mismo e intentar y encontrar otro lugar desde el que escribir.

Adoro la idea de que no tienes control sobre tu libro porque está escrito desde dentro. Hay esos puntos negros en los que no puedo verme

P. En el tercer libro parte de una aceptación del olvido. ¿Es una advertencia?

R. Mi punto de partida era: no recuerdo nada pero tengo estas fotos y eso es todo, veremos qué pasa. Los recuerdos, o ese mundo, llegan mientras escribo. El libro es una búsqueda de la infancia. Aunque había algunas historias que sabía que aparecerían porque, aunque eran bobas, me marcaron y las recordaba muy bien.

P. En el primer libro afirma que "la literatura es lo que las palabras despiertan en el lector". ¿Trataba esta vez de provocar una regresión a la infancia?

R. No lo pensé porque no tenía un lector en mente, pero esa ha sido mi experiencia con la gente que lo ha leído. Debe haber un mecanismo que se activa; y creo que tiene mucho que ver con el punto de vista del niño, muy diferente al de mi yo adulto. Cuando empecé a estudiar en serio literatura en la universidad había mucha teoría, estudio del lenguaje, de las palabras, símbolos y signos, y nada sobre la psicología o la parte más importante de los libros. Yo, como todos los de mi generación, me metí de lleno en esas teorías interesantes, absorbentes y brillantes, pero que no se correspondían con mi verdadera experiencia de lectura. ¿Sabes? Con estos libros fue como si volviese algo que había estado reprimido. Fue una manera de convertir la literatura en algo muy simple y accesible, porque se trata de la vida, no de las palabras o de lo que evocan. No es una norma general, pero es lo que significa para mí. El poso de los estudios fue muy importante para llegar a ese punto.

P. Cuando escribió el tercer libro ya había estallado la polémica sobre los dos anteriores.

R. Sí, tuve que aislarme, cerrar absolutamente todo lo que estaba fuera. Dejé de leer los periódicos, no miraba la televisión, ni escuchaba la radio. Les advertí a mis amigos que no debían mencionarme nada de lo que estaba pasando. Sabía que algo ocurría, pero si hubiera conocido los detalles me hubieran consumido. Me escondí totalmente y escribí. Y funcionó. Aun así, creo que es un libro mucho más amable que los dos primeros, por todo esto.

P. ¿Cómo pudo aislarse completamente si el material de su novela era su vida y ahí estaban su mujer y sus hijos?

R. No pude cerrarles las puertas, pero tenía que aislarme de lo que pasaba en Noruega. La vida familiar era lo más normal posible. La polémica nos afectó a todos, especialmente a mi mujer porque ella sí estaba al tanto de lo que ocurría. Era mucha presión. A mí también me sorprende que pudiera cerrar todo y escribir. Asusta un poco pensar que es posible, pero lo es.

La misión de la literatura no debería ser más ficción, sino la realidad, el sentimiento y el sentido de realidad

P. ¿Hasta qué punto sus hijos le ayudaron a acercarse a las sensaciones de su propia infancia?

R. Con los hijos sientes que hay una infinidad de días; es como un océano de tiempo en el que van creciendo. Para ellos es aún más inabarcable, y un día de verano puede ser como dos meses para mí, y luego, si ocurre algo dramático, esto cambia. A lo mejor eso fue lo que me ocurrió a mí: recuerdo esos momentos muy tensos, pero también había ese océano de horas fuera de aquello que no recuerdo. Esa fue la perspectiva que tomé de ellos y me dio una visión más realista de cómo me crié. Pero, cuando empecé el libro, decidí que no iba coger nada de fuera, escribiría solo lo que tenía en mi cabeza. Abordo la manera en que la memoria funciona —si puedes fiarte de ella o cómo puedes detectar si es falsa—, porque eso es todo lo que tienes.

Knausgård atiende una llamada y de paso se fuma un cigarrillo en el patio del local. Al regresar, pide otro café y habla de los errores que no quiso corregir en el libro para no traicionar su recuerdo. Había perdido totalmente el contacto con sus amigos de la infancia pero antes de que el libro saliera publicado logró contactar con ellos y enviarles el manuscrito. Seguían en el mismo sitio. Se mostraron entusiasmados: "Sentí que les estaba dando algo, nuestra niñez, mientras que el resto de la gente en los otros libros siente que les quité algo". También visitó la isla y se encontró con su vecino y mejor amigo de niño. Su padre había trabajado con el de Knausgård, y le habló de lo bueno que era como maestro y de los traumas que a su vez ese terrorífico padre arrastraba.

P. En La isla de la infancia la maestra le reprende por su indiscreción al contar intimidades familiares de un compañero. ¿Fue aquella una lección difícil de aprender?

R. Recuerdo claramente cómo de niño no respetaba los límites que deben ser respetados. No pensaba en otra gente, simplemente estaba en esa situación y quería brillar. Me he dado cuenta de que es lo mismo que he hecho ahora, es el mismo mecanismo, y por eso lo escribí. Creo que la profesora estaba en lo cierto. La diferencia es que esta vez sabía lo que hacía.

Karl Ove Knausgård.
Karl Ove Knausgård.Claudio Álvarez.

P. No presumir es un valor que le inculcan desde niño, aunque desea destacar. ¿Mostrar la vulnerabilidad, la vergüenza y el miedo es una manera de compensar que escribe sobre sí mismo?

R. Mostrarse y esconderse es algo que va siempre en relación con los demás: te colocas en un sitio y luego lo evalúas a través de esos ojos. Lo que intenté fue librarme de eso y escribir de forma totalmente abierta: no estoy mostrando nada, simplemente esto es lo que es, un estado mental. Es la única manera en la que podía escribir, sin la presencia del otro, porque no podía contar muchas de las cosas que hay en el libro, la vulnerabilidad u otras cosas de las que es imposible hablar. Buscaba una libertad literaria donde fuera posible ser simplemente, y escribir sobre todo. Da igual si es bueno o malo, no hay cálculo. Aunque claro, obviamente, hay un elemento de construcción, un equilibrio.

P. El niño protagonista entra en una tubería y se bloquea. ¿Una sensación similar a la que tuvo cuando empezó a escribir y se metió en sí mismo?

R. Nunca lo había pensado, pero es probable que inconscientemente esté ahí por ese motivo. Lo escribí porque ocurrió. Adoro la idea de que no tienes control sobre tu libro porque está escrito desde dentro. Hay esos puntos negros en los que no puedo verme. Cuando escribes, a un nivel subconsciente aparecen una líneas, pero no soy consciente. Esa es la maravilla de la escritura, sientes casi como si se estuviera haciendo ella misma.

P. ¿Leyó realmente todos los libros al teléfono a su amigo Geir?

R. Sí, mientras escribía hablábamos sobre lo que de verdad ocurría en el texto. Fue una conversación constante, estaba dedicado a mi libro. Dejó de lado algunos aspectos de su vida para atenderme porque le llamaba varias veces al día. Y también hablaba con él de las reacciones de mi familia, cuando Linda, mi mujer, se puso furiosa por el libro.

P. En La isla de la infancia el protagonista aprende a distinguir entonces entre las reacciones de grupo y las individuales. ¿Le pasó lo mismo ante los violentos ataques a Mi lucha

Tengo esta sensación de que lo que nos rodea está ficcionalizado, las noticias, todo

R. Era imposible discutir con quienes estaban en conflicto con mi libro. No seguí las reacciones, pero sabía que había mucha indignación moral por el nivel de privacidad que expuse. No hice entrevistas, pero la ofensiva llegó a una cota imposible, había tanta crítica y la gente en los periódicos se volvió loca; las cosas que había omitido salieron a la luz. Al final fui a un programa de radio, hablé y llegó el silencio, porque me habían convertido en un monstruo y habían decidido que no tenía ninguna sensibilidad. Pero los rumores sobre el libro fueron muy distintos de las reacciones individuales, porque si lo habías leído sabías que no era un proyecto malvado que hice para ganar dinero. Al final la gente lo leyó y dejó de indignarse. Socialmente fue una transgresión, ahora, ese muro ha caído, se ha movido un poco. Pero esto es todo muy difícil porque es personal, y da igual lo que diga, me estoy defendiendo. 

P. Al entusiasmarse con la lectura el niño dice que aprende que hay que tener valor y nunca dejarse vencer, ni darse por vencido, aunque estés solo, y que al final hay recompensa. ¿Fue ese el motor en Mi lucha?

R. No había hecho esa conexión hasta ahora, pero lo que sentía de niño es que esa era la forma en que uno debía ser. Y nunca lo he logrado, porque siempre he sido un cobarde, he sentido que no defendía nada, que hacía concesiones frente a mis ideales. Mi libro trata mucho sobre ese sentimiento de fracaso, de no ser quien sabes que debes ser, porque siempre hay alguna interferencia. Las lecturas infantiles me marcaron y mi sentido de la moral viene de ahí. Otros niños no leyeron esos libros y sin embargo vivían más de acuerdo con esos ideales. Yo tenía esta aproximación teórica.

P. Había libros sobre los que volvía una y otra vez. ¿Ahora también tiene lecturas recurrentes?

R. Hay libros sobre los que vuelvo siempre porque son un pozo sin fondo, por ejemplo Ulises, de Joyce, o Proust. Madame Bovary es probablemente mi novela favorita.

P. Pero en sus libros hay apasionados discursos contra la novela clásica. Cansado de la ficción, se propone combatir la ficción con ficción.

R. Bovary debió de producir un gran shock cuando se publicó porque se siente tan real la descripción del mundo que ofrece, los detalles. La realidad que contiene está enfrentada a la visión romántica, a la ficción de Emma. Flaubert dio un giro nuevo hacia el realismo. Ahora hay que hacerlo de nuevo, hay que dar otra vuelta de tuerca para lograr alcanzar esa sensación del mundo real. Es el tema de mis libros también.

Estos libros simplemente quería que fueran en serio, que fueran algo verdadero, una cuestión de vida o muerte

P. Con su aproximación, ¿trata de derribar un muro a través del artificio?

R. Sí. Podría haber publicado un diario, pero está contado como una novela. Eso es muy importante. Tengo esta sensación de que lo que nos rodea está ficcionalizado, las noticias, todo. La misión de la literatura no debería ser más ficción, sino la realidad, el sentimiento y el sentido de realidad. Cuando terminé mi serie leí Hambre de realidad, de David Shields. Es muy bueno. Creo que hoy sentimos una falta de realidad. En el último libro de Mi lucha hablo de la masacre en la isla de Utøya que fue una ficionalización del mundo. El asesino no era consciente del mundo real. En el juicio contó paso a paso su ataque. Había unos jóvenes junto a una pared a los que iba disparar. "No se movían, ¿por qué no? En una película siempre se mueven y tratan de escapar", decía. La realidad se infiltró, pero siguió. No le importaban, y aún no le importan las vidas de esas personas, pensaba que eran avatares. No digo esto como una advertencia ante los videojuegos, eso es estúpido, millones de personas juegan y no matan a nadie. Pero pienso que está pasando algo, hay un cambio radical en el mundo.   

P. ¿Estamos atrapados en la ficción?

R. No soy pesimista. En algún lugar debe haber algo que no sea posible traducir, que es lo que es, sin concesiones posibles. Y el único sitio que se me ocurre es la literatura. Soy muy idealista en esto. Yo soy simple, pero mi literatura no lo es. Es también interesante el asunto de la estructura literaria, porque obviamente la necesitas para hacer un texto más atractivo, ¿pero cuál es el mínimo posible? Por eso estoy fascinado con Ulises, es una caja de herramientas. Leí un diario de un escritor sueco que escribe 50 páginas sobre jardinería y es hipnótico. Esto es una cualidad literaria que no tiene que ver con la narrativa o con contar una historia. Es simplemente el sentido de estar cerca de otra mente u otro ser, quizá cerca del mundo.

P. ¿Qué dejó fuera de su libro?

R. Deliberadamente lo único que no metí fueron descripciones sexuales, por motivos obvios. Cuando mandé el manuscrito, alguna gente me pidió que sacara alguna historia, así que están fuera cosas que obviamente hacían daño. Pero realmente seguí un camino y dejé a un lado todo lo que no estaba en esa ruta. Por ejemplo, el fútbol: casi no hablo de ello y es una parte grande de mi vida.

P. En sus libros escribe que no le gustan las entrevistas. ¿Ha cambiado esto?

R. Estoy más acostumbrado y no las leo nunca. Para mí esto es solo un encuentro y hablamos de mí, que es algo que no habría hecho fuera de este contexto. Si nos acabaran de presentar y no me preguntara nada, no habría podido pronunciar una palabra.

P. ¿La gente asume ahora que le conoce más de la cuenta?

R. Mi amigo Geir dice que soy mucho, mucho peor que en el libro y mucho, mucho mejor. Piensa que me importa menos la gente de lo que parece, soy más autista. Y mejor porque soy más amable. Creo que básicamente es cierto. Cuando empecé a escribir, sentía que era una persona buena y, de alguna manera, ahora ya no. He tenido que admitir muchas cosas de mí mismo.Tengo una visión más realista de todo, y he empezado a dudar más de la gente. Pero sigo siendo muy naif y creo que eso se transmite en los libros, ¿no?

Cuando empecé sentía que no tenía nada que perder. Luego, el mundo atacó y me refugié en mi familia

P. En ellos hay humor pero no ironía, ¿a propósito?

R. Fue deliberado. En Noruega, mi generación se llama la de la ironía, y cuando eso llegó, en 1992, fue muy liberador. Pero estos libros simplemente quería que fueran en serio, que fueran algo verdadero, una cuestión de vida o muerte.

P. ¿Cuáles son los peligros de esta manera de escribir que propone en su serie?

R. Para mí es un método, una fórmula que ya está en su lecho de muerte. No puedo escribir otra novela con esa aproximación, porque entonces sería algo mecánico. Está muerto.

P. ¿Cuál fue el libro más complicado de escribir?

R. El segundo, porque cuando escribía trataba lo que tenía más cerca, y el sexto. En este último quería volver a llevar el proyecto adonde arrancó, sin concesiones. Fue muy difícil. No lo logré. Cuando empecé la serie, sentía que no tenía nada que perder, tenía esa frustración de estar en una familia y desear estar fuera. Luego, el mundo atacó y me refugié en mi familia, eso es lo que tengo y fue muy, muy importante. Al final no podía volverme contra eso. Tenía mucho que perder.

P. Ha definido Mi lucha como un suicidio literario. ¿Cómo se siente ahora?

R. El objetivo era partir de una tabula rasa cuando terminara y ahí estoy. Tengo que encontrar algo nuevo o dejar de escribir.

P. En el libro habla con Geir sobre si es espectador o protagonista de su vida. ¿Esta pregunta aún le persigue?

R. Tenía la sensación de que no vivía realmente más que en la literatura y que me escondía de la realidad, de lo que me dolía. Quería que este libro fuera lo que me llevara de la literatura hacia la vida. Era muy naif, pero me ayudó a encontrar los temas. Ahora he aceptado que soy así, vivo a través de la literatura, y así es como brego con todo. Tengo cuatro hijos, estoy rodeado de vida. Veremos cuando crezcan y sepan que nuestra historia está ahí fuera.

P. ¿Les ha leído algo del libro a sus hijos?

R. No, les he contado cosas, pero son un poco pequeños. La mayor tiene 11.

P. Si alguno quiere ser escritor, ¿se lo desaconsejaría?

R. Escriben mucho, porque les parece que eso es lo que la gente hace. Pero espero que no lo hagan en el futuro. Cuando tienes hijos quieres que sean felices, es lo único. No creo que los escritores lo sean.

Karl Ove Knausgård.
Karl Ove Knausgård.Claudio Álvarez

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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