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OBITUARIO

Patachou, figura de la 'chanson' de posguerra

Su cabaré parisino fue el trampolín de gigantes la canción francesa, como Georges Brassens o Jacques Brel

Álex Vicente
Henriette Ragon, 'Patachou', en una imagen de los años cincuenta en París.
Henriette Ragon, 'Patachou', en una imagen de los años cincuenta en París. AFP

Cuando uno piensa en Patachou, visualiza a una mujer de edad imprecisa subiendo por la escalera de un avión, procurando que el viento no le estropee una permanente de otra época, envuelta en un frondoso abrigo de pieles y un fular de estampado leopardo. La cantante y actriz francesa, que reinó en las noches de la capital francesa en un tiempo ya lejano, falleció el 30 de abril a los 96 años en su domicilio de Neuilly-sur-Seine, rico suburbio adosado a París. En el registro civil, respondía al nombre de Henriette Ragon, pero se dio a conocer con un nombre artístico que remitía a la pâte à choux, la preparación que se utiliza para hacer los profiteroles.

Antes de ser cantante, había trabajado como dactilógrafa en la discográfica de Charles Trenet, pero también peón de fábrica, comerciante de hortalizas y, precisamente, pastelera. Pero, si se hizo conocida, fue regentando uno de los cabarets insignes de la posguerra parisina, que había fundado en 1948 junto a su primer marido, el anticuario y resistente Jean Billon, en la colina de Montmartre. No tardó en convertir el lugar en vivero nocturno de la chanson francesa. Por él pasarían Édith Piaf, Charles Aznavour y Maurice Chevalier, que vivía a solo algunas puertas y que le impulsó a entonar sus primeras canciones. Patachou regentó el lugar con mano de hierro. Las paredes estaban decoradas con las corbatas cortadas de los clientes que no se comportaban como era debido. Ella misma manejaba las tijeras.

De su sonrisa, se decía que también era un mohín. Patachou encarnó como pocas la llamada gouaille parisina, esa sorna tan autóctona que prevalecía en las zonas populares de la ciudad en el ecuador del siglo pasado. La tradujo en canciones pícaras y costumbristas que triunfaron en su época. Pero también pasará a la historia su olfato para detectar el talento ajeno. Patachou hizo debutar a Jacques Brel, Guy Béart, Hugues Aufray o Georges Brassens. Este último, entonces un joven desaliñado e inseguro que había sido rechazado por todos los cabarets parisinos, se presentó ante Patachou en 1952. Cuentan que ella cayó rendida ante la modernidad y el gracejo de sus canciones, que integró inmediatamente a su repertorio. Una noche, tras terminar su recital, pidió a Brassens que subiera a escena. “No es un cantante profesional. Si les gusta, mejor. Y, si no, el espectáculo ha terminado”, exclamó. Por suerte, les gustó. “Sin Patachou, no estaría aquí”, reconoció el cantante veinte años más tarde.

Cuando llegó la moda yeyé, las canciones de Patachou parecían de otra época. Cerró entonces su cabaret y se exilió en Estados Unidos, donde se volvió a casar con el empresario Arthur Lasser y cantó en el Carnegie Hall, en el Walford-Astoria y hasta veinte veces en el programa de Ed Sullivan. A partir de los ochenta, abandonó la chanson y se pasó al cine, donde ya había hecho sus pinitos a las órdenes de Sacha Guitry y Jean Renoir. Pese a su imagen trasnochada, no dudó en trabajar con autores tan conectados con su época como Bertrand Blier, Leos Carax, Pierre Salvadori o Paul Vecchiali.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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