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Pictogramas secuenciales

El cómic rompe cualquier barrera de la no ficción y aborda desde las ciencias puras hasta biografías

Una de las ilustraciones de Pajak para la obra.
Una de las ilustraciones de Pajak para la obra.

En el año 2009, la prestigiosa revista de estudios humanísticos Sociétés abría su número especial dedicado al cómic con un apasionado alegato de Serge Tisseron animando a doctorandos y teóricos a dejar los recursos clásicos literarios para realizar sus análisis y tesis doctorales en forma de historieta. Una llamada que reconocía la obvia potencia pedagógica y didáctica del medio, a la par que daba ya por consumado un proceso de legitimación cultural que debía ser necesariamente asumido: desde que en 1845 Rodolphe Töpffer estableciera en su Essai de Physiognomie las posibilidades narrativas de lo que definía como “literatura en estampas” (aprovechando, precisamente, los recursos de la expresión gráfica), el cómic ha recorrido un largo y doloroso proceso de reconocimiento, en recurrente exigencia de la demostración de sus capacidades, que recoge hoy frutos al quebrantar toda frontera impuesta (o autoimpuesta). Una de esas transgresiones sigue el camino de Töpffer para entrar de lleno en la aplicación de las potencialidades de la historieta en el terreno de la no ficción.

En el pasado, el uso del cómic como medio didáctico se había orientado en exclusiva al ámbito infantil: tebeos biográficos o históricos que pensaban que el uso de la imagen favorecía el acercamiento al niño, sin entender que esas virtudes fueran trasladables al lector adulto. Sin embargo, poco a poco, el cómic ha encontrado grietas en los diques de contención de la cultura oficial, primero a través de la autobiografía, que a partir de los años setenta toma en las viñetas un espacio propio con las obras de Robert Crumb o Justin Green, generando un relato particular dentro de la autoficción, en tanto la narrativa dibujada permite un nivel de introspección simbólica imposible de representar en la expresión escrita. Una afirmación que confirmaría sin concesiones Art Spiegelman con Maus en 1980, abriendo camino a autores como Edmond Baudoin, David B., Alison Bechdel, Lynda Barry, Marjane Satrapi o Riad Sattouf, por citar solo algunos casos. La segunda fisura se pude atribuir casi en solitario a Scott McCloud, que en 1993 rompería todo prejuicio con Entender el cómic, un meta-ensayo en el que reflexionaba y analizaba el medio, exponiendo de forma práctica las posibilidades de la metáfora visual y de la secuencialización del pictograma más allá de la ficción y, a la vez, certificaba el uso de la historieta como medio de expresión universal. Desde ese momento, el ensayo ha entrado en el cómic y se ha desbordado buscando la permeabilidad con todas sus formas limítrofes, como el periodismo, donde Joe Sacco marcó el camino para un nuevo periodismo gráfico que exprima el poder comunicador de la imagen. Su obra ha sido la inspiración clara para otros autores que han practicado aproximaciones que van del análisis político (en muchos casos provenientes de la combativa posición del humorismo gráfico, como Ted Rall) a la investigación de actualidad (con el ejemplo más claro de la reciente Barcelona. Los vagabundos de la chatarra, de Jordi Carrión y Sagar Forniés), sin olvidar el reportaje documental que se practica en El fotógrafo, los cómics de Guy Delisle, donde el círculo se cierra al conectar el periodismo y la memoria, o incluso iniciativas de periodismo en papel completamente gráfico como La Revue Dessinée.

La progresión no se ha detenido, contagiando áreas antaño impermeables como las ciencias puras (donde se pueden citar ensayos gráficos tan diversos como Logicomix, de Apostolos Doxiadis y Christos Papadimitriou; Neurocomic, de Matteo Farinella y Hana Roš, o Pseudociencia, de Darryl Cunningham) o ya directamente el desarrollo de discursos propios, ya estudiando las relaciones entre Nietsche y Pavese en La inmensa soledad, de Frederic Pajak, ya analizando el debate sobre las relaciones de género de Les sentiments du prince Charles, de Liv Strömquist. O, simplemente, buscando una nueva forma de pensar a través de la historieta como el reciente Unflattening, de Nick Sousanis.

El camino es casi virgen: el lenguaje de la historieta es una expresión que se hace adulta en el siglo XX, en el siglo de los mass-media y del pictograma —en una relación también estudiada visualmente en 100 pictogramas para un siglo (XX), de Pere Joan—, para proyectarse en la actualidad como un medio que ya no conoce límites a sus posibilidades.

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