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Robyn Hitchcock: la poética de los sueños hecha rock

El músico londinense trae a Valencia y Barcelona su estilo literario

El músico Robyn Hitchcock.
El músico Robyn Hitchcock.

Siendo un niño, construyó una máquina del tiempo. Defraudado al ver que no funcionaba, eligió refugiarse en un mundo imaginario del que sigue entrando y saliendo a sus 62 años. El londinense Robyn Hitchcock —que actúa hoy en Valencia y mañana en Barcelona— es uno de esos brillantes excéntricos a los que el rock británico debe parte de su lustre. Durante más de cuatro décadas su talento ha hecho gala de una fluidez que parece inagotable, y que discurre ajena a lo que exijan las modas. Hitchcock tiene el don de extraer melodías de la incertidumbre existencial, es tan eficaz en su faceta de cantautor acústico como eléctrico, y posee un estilo literario donde lo real y lo irreal se concilian como suele puede lograrlo alguien que ha escuchado los discos de Dylan a conciencia. Hitchcock escribe –y esto son palabras suyas- según las viejas normas canciones que pertenecen al tiempo presente.

The Soft Boys fue su primer grupo y también el primer indicativo de que iba a operar al margen de las corrientes en boga. La que estaba en alza cuando surgieron, en 1976, era el punk. Mientras otros compañeros de generación idolatraban la violencia de Iggy Pop y lucían un look agresivo, ellos mantenían sus melenas y exhibían su pasión por The Byrds, los Pink Floyd psicodélicos y el folk de Fairport Convention, defendiendo un estilo que iba contracorriente. Duraron el tiempo suficiente como para grabar dos álbumes de estudio. El último de ellos, Underwater moonlight (1980), apenas recibió la atención merecida en su momento pero terminaría siendo saludado como un clásico. Que se convirtiera casi de inmediato en pieza de culto en Estados Unidos vino a confirmar la que sería una constante en la carrera de Hitchcock. Allí fue admirado por Ira Kaplan -crítico musical que años después fundaría Yo La Tengo-, y los miembros de R.E.M., quienes años después y ya en la cúspide su éxito fueron fundamentales a la hora de ampliar la difusión de su música.

Pero antes de que ocurriera eso, el londinense hubo de atravesar la década de los ochenta. Nunca encajó en el concepto de modernidad pop imperante en su país, ni siquiera cuando su debut en solitario, Black snake diamond role (1980), constató que tenía una mente estrafalaria sin perder nunca la lucidez. El rastro de un periodo depresivo se deja entrever en una de sus mejores obras, I often dream of trains (1984), álbum completamente acústico cuyas letras –Hitchcock opina que el “97% de las letras de rock son clichés”- están impregnadas de una hermosa y extraña poesía que ha definido a muchas de sus canciones. La que le da título al álbum, una espectral fantasía sobre amor, trenes y estaciones, captura con su lírica absurda emociones que solo se viven vivirse en los sueños. Esa poética rebosante de humor, muy cercana en ocasiones a Monty Python, seguramente le viene dado seguramente por herencia genética. Su padre fue el novelista y caricaturista Raymond Hitchcock, autor entre otros títulos de comedias sexuales como Percy –adaptada al rock por los Kinks- y Hay una chica en mi sopa, cuya versión cinematográfica protagonizó Peter Sellers.

Hitchcock, que descubrió a la vez a Captain Beefheart y a Shakespeare cuando tenía 16 años, fue construyendo un repertorio poblado de insectos y peces, de títulos chocantes –“El cerebro abandonado”, “Mi esposa y mi esposa muerta”, “Devorada por su propia comida”-, letras dignas de una mente espoleada por sustancias alucinantes. La realidad es que su relación con las drogas psicodélicas es anecdótica; pero ha estudiado las obras de artistas admirados como Syd Barrett o John Lennon, que sí las tomaron. Heaven, la canción que en 1985 le dio cierta notoriedad en Inglaterra, inauguró su época como personaje de culto. Un par de años después, y gracias al apoyo de R.E.M., firmaría contrato con una multinacional. Gracias a este cambio, que coincide con el auge del college rock, logra una modesta visibilidad en el mercado norteamericano, el territorio donde mejor le ha ido comercialmente. Que su condición de autor excéntrico le haya impedido vender a pesar de la claridad sonora y melódica que alcanzan sus canciones, mantuvo viva la fascinación por su obra a lo largo de los noventa. Soft Boys se reunieron para giras puntuales y Jonathan Demme lo filmó actuando en el escaparate de una tienda en Nueva York en la película Storefront Hitchcock  (1998). Peter Buck, que entonces ya colaboraba regularmente con él es, actualmente, miembro de The Venus 3, una de las bandas que suele acompañarle. Con ellos registró en 2006 Olé tarantula, otra de sus obras imprescindibles.

Su discografía, que supera los 25 discos de estudio, alterna álbumes con banda y obras acústicas con las cuales se acerca a sus raíces folclóricas. En su último disco perfecciona esa faceta con la ayuda del Joe Boyd, productor ligado a la música británica de los años setenta y setenta, que dio forma a muchos de los discos que han definido a Hitchcock como artista. The man upstairs (2014) contiene canciones propias y de autores como Bryan Ferry, del que siempre ha dicho que es uno de sus compositores  favoritos. Canciones sobre la vida y la muerte, realizadas con una producción austera, con las que el autor continúa, tal y como él mismo ha dicho, atrapando cosas que no están entre nosotros e ignorando las que están. Recordándonos, tal como mantenía Schopenhauer, que la vida y lo ensueños siempre son hojas del mismo libro.

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