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LIBROS / ENTREVISTA

Gonzalo Celorio: “Tuve que aprender a desnudarme”

El escritor mexicano novela la historia de su familia en una lucha contra reloj por miedo a perder la memoria

Juan Diego Quesada
Gonzalo Celorio, en su casa de México DF en febrero de 2015
Gonzalo Celorio, en su casa de México DF en febrero de 2015JAIME NAVARRO

El Covadonga es una cantina mexicana que lleva el mestizaje en el nombre y en platos de la carta como el lechón asado. Allí coinciden escritores, artistas y algún que otro farsante. Con la devoción de un peregrino, Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) acudía al restaurante con sus hermanos varones. Benito, uno de los mayores, el memorioso, relator de las anécdotas familiares más deliciosas, se levantó un día de la mesa en dirección al baño. Esa vez acabó, sin quererlo, en la cocina, desorientado y confundido. Era una señal inequívoca de que estaba perdiendo la memoria.

El Metal y la escoria, la última novela de Celorio, es una batalla sin tregua contra el olvido. El miedo a que el Alzheimer que sufrió Benito estuviera inoculado en sus genes le llevó a plasmar en papel cualquier recuerdo: un número de teléfono, el nombre de un arquitecto (“¿Cómo se llamaba….? Ah sí, Luis Barragán”), el primer polvo, los amigos muertos. Al dictado de su memoria, el escritor y académico recupera la historia de su familia, empezando por la de su abuelo, Emeterio, un campesino de origen asturiano que llegó a México el siglo pasado.

PREGUNTA. ¿Hay alguna manifestación concreta de que esté perdiendo la memoria?

Respuesta. No. Mis hermanos se quedaron muy preocupados cuando leyeron la novela. Me dijeron que no sabían que estaba tan grave. El Alzheimer no se ha estudiado lo suficiente y no se sabe si puede ser hereditario. Ante la posibilidad de tener esa enfermedad, escribo como si realmente estuviera invadido por ese mal. Más que un vaticinio es un exorcismo. Al publicar ese miedo, deja de pertenecerle al autor y se deposita en el pecho del lector.

P. Héctor Aguilar Camín y Rafael Pérez Gay también han escrito recientemente novelas sobre sus familias. ¿Por qué los escritores mexicanos de su generación tienen esta necesidad?

R. Obedece a la necesidad de definir identitariamente quién es el escritor. Uno no sabe quién es si no sabe de dónde viene. La novela no se limita a reproducir lo que el escritor ya conoce, sino que es un mecanismo de indagación. Curiosamente, el recurso de la ficción narrativa contribuye a la iluminación de esas zonas oscuras del pasado.

P. ¿Qué trampas tiene la autobiografía novelada?

R. Yo no sé si esto es una autobiografía. Sé que es una novela. Es el género más dúctil de todos los géneros literarios. Decía Carlos Fuentes[c1] que era un género sucio porque nació lleno de impureza pero eso es precisamente lo que alimenta el discurso novelístico. Cuando la novela trató de restringirse en términos preceptivos, sobre todo en el siglo XVII, se volvió un género anoréxico. Perdió los nutrientes importantes que la novela como género tiene y yo creo que gracias a esa impureza la novela admite biografía, ensayo, reflexión política, testimonio…

P. ¿Qué sensación experimentó escribiendo cosas tan íntimas? ¿Qué parte de pudor hay que vencer?

R. He dicho siempre que si la poesía debe ser poética, la prosa debe ser prosaica. La verdad es que uno de los trabajos más arduos aprender a desnudarse porque la desnudez[c2] es la única manera de andar por una novela. A mi me cuesta trabajo. Hay que vencer un cierto pudor y una cierta decencia.

P. Fue a España a buscar sus raíces.

R. La idea de buscar el origen es un estímulo novelístico que tienen muchos escritores. Pienso en Alejo Carpentier en El viaje a la semillla. Esa necesidad de ir en busca de la génesis de la historia personal me parece que es algo que está en la conciencia de todo el mundo. Ese viaje fue muy interesante por varios motivos. Me di cuenta de la situación tan humilde y modesta del origen de mi familia. Hizo que yo valorara a un abuelo que tuvo el arrojo de hacer la América y hacer una considerable fortuna cuando procedía de una cuna modesta.

P. En el libro vemos la presencia de un inmigrante, su abuelo Emeterio, que llega a América en busca de fortuna. Y un tío republicano exiliado. Son, básicamente, las dos formas de ser español en México.

R. No conozco ninguna novela en donde esté presente esta España del inmigrante y también la representación del exilio español republicano. Los dos fueron muy importantes para la cultura mexicana, seguramente más lo segundo que lo primero. Gran parte de los emigrantes del norte de España llegaron a Argentina, Brasil y obviamente a las provincias que todavía pertenecían a España: Cuba o Puerto Rico, porque estaba prohibido que vinieran a América hasta 1853, año en que se levanta esta prohibición. México no fue el principal puerto de acogida porque a partir de la independencia política de México hubo un proceso de desespañolización muy furibundo en busca de una identidad nacional. Incluso hubo dos expulsiones masivas de españoles en el siglo XIX. Los españoles no venían a México como destino fundamental, de todas maneras hubo una presencia importante. A diferencia de aquello, el exilio republicano encontró las puertas abiertas y el mayor número de exiliados recalaron en México.

P. ¿Cuando se ve en el espejo se topa con su padre?

R. La imagen de mi padre la tengo muy difuminada. Conocí a un padre mayor, que tenía más o menos la edad que yo tengo ahora. Era un anciano para mí. Había perdido el oído. Mis hermanos mayores fueron mis padres. Gracias a la novela recupero un padre que no tuve y eso es muy conmovedor.

P. Ha escrito un libro sobre su familia materna (Tres lindas cubanas ) ambientado en Cuba, este sobre la familia paterna con varios capítulos en España. ¿Habrá una tercera sobre la saga de Los Celorio con México como fondo?

R. No lo sé. Alguien me dijo que ya no podré seguir escribiendo sobre mi familia. Le contesté que si eso se lo hubieran dicho a Proust no existiría En busca del tiempo perdido.

P. A veces parece que el libro está escrito por un mecanógrafo, como si alguien lo estuviera dictando de memoria.

R. ¿Si? Qué bueno. Es una voz en segunda persona que me cuenta las cosas. Esta novela es una obsesión que tengo desde hace mucho tiempo. El primer capítulo lo tengo en archivos fechados en 1973. Hace más de 40 años. Eso no significa que me haya tardado 40 años en escribir esta novela. Sería un escritor fracasado. No tenía entonces los recursos literarios para emprender esta tarea. Cuando uno es muy joven tiene una gran ambición y entonces yo quería hacer una novela verdaderamente totalizadora y gigantesca, y escribí una especie de protonovela. Eran mis primeras pesquisas y me di cuenta de que el proyecto era demasiado ambicioso. Lo que me gusta es que ahora la novela no tiene esa ambición. La madurez consiste en aplacar esas ambiciones tan gigantescas que uno tiene cuando es joven.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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