Vicentiana
Con 'Desfile de ciervos', el autor se adentra en una de sus pasiones: la pintura, de la que ya ha dejado sobradas muestras
"El laurel tiene dos destinos: la cabeza del héroe o el estofado". Manuel Vicent
Pocas frases definen mejor el estilo de su autor y pocas resumirían mejor esa trilogía que a modo de unos modernos Episodios Nacionales nos ha ofrecido recientemente. Hablamos de Aguirre, el magnífico; El azar de la mujer rubia y Desfile de ciervos, tres obras que narran los últimos 70 años de nuestra vida y en las que sus personajes son capaces de alcanzar cimas excelsas con la misma facilidad que descienden a los fogones cotidianos.
Con Aguirre, el magnífico, Vicent nos muestra una evolución extraordinaria de un personaje irrepetible: Jesús Aguirre, hijo bastardo, sacerdote, introductor en España de la Escuela Crítica de Fráncfort, director general de Música y duque de Alba. Sólo le faltó el Vaticano. Una vida que arranca en la dura posguerra y llega al esplendor de Liria, sin obviar un moderado antifranquismo y una cultura notable, y con ella las de unas generaciones que desde la sobriedad del creyente en el hombre nuevo redescubre el placer del bon vivant.
Con El azar de la mujer rubia, el autor nos sumerge en la política profesional a través de un triángulo de complicidades: Carmen Díez de Rivera, el Rey y Adolfo Suárez, y lo hace a través de los nebulosos recuerdos del primer presidente de la recuperada democracia española. Un experto, o quizá un pedante, hablaría de la metaliteratura de la memoria. Vicent se dedica a entremezclar la condición de héroe con el estofado, consciente —como ha dicho en varias ocasiones— de que los héroes no sobreviven, que sólo lo hacen los cobardes, como lo demuestran las biografías de la mujer rubia y el expresidente. Fueron lo que Hans Magnus Enzensberger llamó “los héroes de la retirada”.
Con Desfile de ciervos, el autor se adentra en una de sus pasiones: la pintura, de la que ya ha dejado sobradas muestras en La novia de Matisse y en numerosos perfiles de artistas plásticos. Conoce ese mundo de la creación desde la mirada crítica, sin mitificaciones ni retóricas huecas. El diálogo del reportero, su amante y el pintor ante el inacabable cuadro de la familia real es toda una lección magistral. Arte y Monarquía, dos conceptos de difícil conjunción en los tiempos en los que el mecenazgo se ha sustituido por la ostentación hortera y el blanqueo de capitales.
Desde los años dorados iniciáticos de su León de ojos verdes a este ciervo que recorre silenciosamente los salones del Palacio Real, Vicent nos recuerda y nos recrea lo que somos, de dónde venimos y dónde estamos, probablemente lo que mejor resume la existencia: un compendio de heroicidades y perolas o, como dejó dicho el gran Pío Baroja, una de sus referencias literarias: la lucha por la vida.
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