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DIOSES Y MONSTRUOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dylan desprende luz hasta en la oscuridad

Al cantautor le dan igual los reconocimientos. Pero pronunció un conmovedor discurso, con ajuste de cuentas incluido, al recibir el Premio MusiCares Person of Year 2015

Carlos Boyero
Bob Dylan, el pasado 6 de febrero en Los Ángeles.
Bob Dylan, el pasado 6 de febrero en Los Ángeles.Michael Tran / FilmMagic

En la portada del disco Shadows in the Night su autor mantiene gesto reflexivo y melancólico tras los barrotes de una simbólica prisión. En la contraportada luce con desaliño un esmoquin blanco (hay señores que visten esa prenda como si la hubieran inventado exclusivamente para ellos, tipos como Cary Grant, David Niven, Humphrey Bogart, Sean Connery, Frank Sinatra, pero no es el caso de este cantautor, aunque todo en él desprenda estilo) y parece observar con gesto ensimismado un objeto no identificable junto a una dama con pechos exuberantes y que oculta sus ojos con un antifaz. Y, como le ha ocurrido siempre, habrá millones de ojos interpretando cada gesto y cada palabra de este hombre, preguntándose por el nuevo camino, las claves y el estado de ánimo que han elegido esta vez su música y sus canciones. Y a él, como siempre, le importará un pimiento lo que diga el personal sobre su arte. Se atribuye a Picasso esa certidumbre tan osada y arrogante de: “Yo no busco, yo encuentro”. La obra de este anciano de 73 años (ahora tal vez haya que denominar esa edad como señor mayor, señor crepuscular, no sé, esas chorradas), bendecida tantas veces por el estado de gracia, podría identificarse con esa seguridad altiva. O simplemente lúcida, demostrable, transparente. O sea, estamos hablando de Bob Dylan.

Aunque en las últimas décadas podamos verle y oírle con múltiple frecuencia en los escenarios, no creo que esa actividad febril obedezca a problemas económicos, no creo que le hayan estafado y arruinado, algo que al parecer motivó a Leonard Cohen, para inmensa suerte de los que amamos su música, a abandonar el monasterio budista y volver a lanzarse al ruedo. Será que se aburre en casa, o su forma de sentirse vivo, o que verdaderamente disfruta recorriendo incansablemente infinidad de rutas cantando en directo para la gente. O para sí mismo, ya que desde que era muy joven ha pasado cantidad tanto del amor incondicional que le profesaban unos como del cabreo o la decepción por parte de otros, convencidos de que Dylan estaba traicionando su antigua música, el espíritu poético y reivindicativo que había alcanzado valor de profecía, de himnos colectivos, de crónica inaplazable de una época, de identificación emocional absoluta con los sentimientos, imágenes, sensaciones, ideas, símbolos, atmósferas, predicciones, lamentos, lirismo, rabia, y que expresaba con voz nasal su tótem supremo.

Todavía no le han concedido el Nobel de literatura a este magnífico narrador de historias

Dylan se las ha ingeniado para no perder ni una gota de su justificada leyenda ni que el eterno campo magnético que caracteriza a su personaje envejezca o pierda temporalmente la fuerza. Sabe que el misterio alimenta a la seducción. Ha logrado cubrir su vida privada. Jamás ha soltado discursos en público. Nunca ha sido previsible ni calculador o ha explotado los caminos fáciles. Simplemente, ha obedecido a lo que se le salía del cerebro, del corazón o de los genitales. Y ese material es tan potente, genuino, heterodoxo, complejo y emotivo que siempre ha encontrado receptores. Muchos o pocos, según las épocas. Todavía no le han concedido el Nobel de Literatura a este magnífico narrador de historias, a alguien con una capacidad poética inimitable, al creador de cientos de canciones que te pueden conmover, seguirte intrigando, hacerte vibrar, sugerirte cosas hermosas o tristes, consolarte, en cualquier periodo de tu existencia, en momentos de luz y de oscuridad, en soledad y en compañía. Presiento que los honores y el reconocimiento de su genio le dan un poco igual. Él, a lo suyo. Por ejemplo, el tipo cuyas canciones han sido interpretadas por tantos músicos ilustres publica un disco en el que hace su versión de temas ajenos, de un material que utilizó Sinatra y no precisamente sus temas populares, destinados a la inmortalidad por aquel artista tan grande y tan chulo que aseguraba no vender voz sino estilo. A un oyente que no haya seguido exhaustivamente la discografía de Sinatra, le sonará en Shadows in the Night la canción ‘Autum Leaves’ y poco más. Por mi parte, he escuchado tres veces este disco en el que la voz de Dylan tiene ecos sombríos. No me apasionó en la primera audición, pero va ganando a medida que lo escucho. Es bonito, suena a tristeza. En terreno propio o interpretando lo que crearon otros, Dylan es Dylan.

Y hay más noticias venturosas del personaje. Alguien que ha defendido con tanto celo su alergia a que le etiquetaran, que no apareció en protestas ni causas en las que le esperaban como si fuera el Mesías, que valora ante todo lo que describe su arte y no se siente compañero de viaje de nadie, maestro del sarcasmo y del surrealismo cada vez que le han entrevistado intentando que desvelara sus principios y su opinión sobre el estado de las cosas (pero sí nos jodió a unos cuantos observar su fervor y su emoción ante el Papa polaco, no recuerdo muy bien si en esa época se había hecho católico, o era agnóstico, o había retornado al judaísmo, que más da), tampoco se ha prodigado ni ha sido demasiado generoso nunca en elogios públicos a los artistas que admiraba o amaba, con los que se sentía en deuda. Ni sobre la gente que le ayudó. Lo acaba de hacer en el brillante y conmovedor discurso que soltó al recibir el Premio MusiCares Person of Year 2015.

“Me han puesto a caldo desde el primer día. Han dicho de mí que sueno como una rana. ¿No lo dicen de Tom Waits?”

Nada en él tiene desperdicio, incluido su demorado y rencoroso ajuste de cuentas (él, que parecía pasar de todo) con los críticos que, según Dylan, no entendieron nada: “Me han puesto a caldo desde el primer día. Dicen que no puedo cantar. Que croo, que sueno como una rana. ¿Por qué no dicen lo mismo sobre Tom Waits? Dicen que mi voz está fundida, que no tengo voz. ¿Por qué no dicen lo mismo sobre Leonard Cohen? ¿Por qué me dan este tratamiento especial? Los críticos dicen que no puedo aguantar una melodía y que hablo a mi manera durante las canciones. ¿De verdad? Nunca escuché decir eso sobre Lou Reed. ¿Por qué él se va de rositas?”.

Estas son algunas perlas: “Ya sabéis, mis canciones no han llegado solas hasta aquí. Ha sido un largo camino y ha habido muchas cosas que hacer. Mis canciones son como historias de misterio, del tipo que Shakespeare imaginaba cuando iba haciéndose mayor. Creo que podríais seguir el rastro de lo que hago hasta ese extremo. Estaban fuera de lo convencional entonces, creo que están fuera de lo convencional ahora. Y suenan como si hubieran viajado con los pies en el suelo”. Sobre su primer productor, Lou Levy: “Me dijo que si yo andaba adelantado a mi tiempo —y no estaba en realidad seguro de ello, pero si eso estaba sucediendo y era verdad, al público le costaría tres o cuatro años pillar lo que hacía—, yo debía estar preparado. Y eso sucedió. El problema era que cuando el público lo pillaba yo ya andaba tres o cinco por delante de eso, así que la cosa se complicaba”. Y cita a Sam Cooke cuando, harto de que le contaran que tenía una voz maravillosa, respondió: “Las voces no deben ser consideradas por lo bonitas que son. Solo importan si te convencen de que están diciendo la verdad”.

Dylan siempre ha contado su verdad. Que no tiene por qué ser la verdad de los otros. Lo ha hecho con una clase, una capacidad expresiva y una personalidad lírica que reconocerían fraternalmente Billie Holiday y Rimbaud. Por lo que dice y por cómo lo dice. Y que siga componiendo y cantando hasta la eternidad. Y ya sé que no existe.

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