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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Linklater

David Trueba

De todos los nominados al Oscar ha sido Richard Linklater el que puede presumir de carrera más compleja bajo la aparente simplicidad. Capaz de afrontar películas convencionales, nunca ha esquivado, desde su irrupción con Slacker, formatos muy particulares y ajenos a la fórmula. En casi todos ellos la exploración del tiempo vital a través del tiempo cinematográfico le ha permitido verdaderos equilibrios como el que culmina en Boyhood. Sin embargo, la película con la que Linklater se hizo un director adulto fue una fantasía infantil. Escuela de Rock fue su sensata apuesta por un cine para niños que hablara de los adultos no como un fácil enemigo, un patético supervisor, sino un tipo que tras crecer y fracasar podía seguir atesorando valores de infancia, entendiendo como el valor supremo celebrar el día de hoy y no el día de mañana.

Jack Black interpretaba a un falso profesor que acababa por rescatar a sus alumnos de la sumisión de oro de un cole privado, gracias a una clase de música volcada en celebrar el rock y recuperarles la infancia robada. La sencillez del planteamiento ofrece un reverso de cine de entretenimiento a la crisis de madurez que Boyhood retrata. Linklater ha logrado alimentar una patria para el cine en la ciudad tejana de Austin, con una orgullosa identificación con los materiales de derribo entre los que creció. No se ha mudado a Los Ángeles a parapetarse tras sus agentes, sino que ha renovado salas perdidas, rescatado un aeropuerto como plató y ofrecido al entorno natal una salida rabiosa hacia la expresión colectiva.

En Boyhood hay una escena sin relevancia en la que el protagonista asiste a la clase que su madre da en la universidad tras obtener el título. En la pizarra está escrito el nombre de John Bowlby, el psicoanalista inglés que formuló la teoría del apego. Esa obsesión por los valores de protección y cuidado emocional en la infancia sobrevuela toda la película, en la que apego y pérdida son los dos extremos del retrato vital. No es lo más valioso la plasticidad de ver crecer al actor en pantalla, ya antes mostrado con rigor por otros cineastas, Truffaut, Apted, Perlov, sino fabricar memoria emocional para que un personaje de ficción nos acompañe siempre.

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