Una vergüenza nacional

Probablemente la principal virtud del documental Hijos del engaño, con guion y dirección de Miryam Pedrero, sea la de alejarse de un enfoque morboso, de regodearse en un drama tan proclive para los excesos. Ella misma lo define como “una historia contada desde las víctimas, desde el respeto y desde la observación de su realidad...” y así es. Un tratamiento sobrio en torno a ese escándalo social y moral que son los niños robados, una de las mayores vergüenzas nacionales ante la que ni la justicia ni los políticos han hecho otra cosa, mayoritariamente, que archivar las denuncias y pronunciar hueros discursos voluntaristas. De la jerarquía eclesiástica mejor no hablar. Su mayor contribución a esta causa se ejemplifica en sor María, y su actitud más constante, la del ignominioso silencio.

El filme tiene en Antonio Barroso, presidente de la asociación Anadir, el nexo de unión de varios casos de niños robados. Él mismo es uno de ellos: un conductor de autobús que ha dejado su trabajo para dedicarse por completo a la búsqueda de su madre biológica y, sobre todo, a ayudar a los cientos de asociados.

Exhumaciones, manifestaciones silenciosas que recuerdan a las madres de la Plaza de Mayo, reuniones con políticos, con abogados, algún plató televisivo... y siempre el muro oficial de la insolidaridad, la falta de recursos para investigar esa vergüenza que comenzó en la posguerra al amparo de coartadas morales y políticas (madres solteras y republicanas) y que siguió hasta los años ochenta convertida ya directamente en un negocio de compraventa.

Realizado sin ayudas durante dos años, el documental, que se inicia en enero de 2011 con la denuncia colectiva ante la Fiscalía General del Estado de 261 víctimas, se emitió en La 2 en su espacio Documentos TV. El mejor resumen del mismo lo hizo un filósofo y teólogo del siglo IV que se incluye en la cinta: “Cuando se suprime la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?”. Agustín de Hipona.