El viaje y la inspiración
Robert Louis Stevenson trazó un original mapa en su obra de no ficción, que ha sido compilada
Muchos de los escritores más grandes han educado su mirada en viajes que les enseñaron, sobre todo, paciencia y sustantivos. Sin ellos, La isla del tesoro no existiría. Ni La flecha negra. Ni el doctor Jekyll y el señor Hyde. Y es que el autor de esos libros, Robert Louis Stevenson, fue un entregado viajero que también firmó líneas contundentes, delicadas, virtuosas sobre, por ejemplo, su Escocia natal, Fontainebleau o las planicies de Nebraska. Ahora, Páginas de Espuma ha seleccionado algunos ensayos y crónicas para presentar en España esta cara del gigante.
El arranque asombra: 50 páginas de memorables reflexiones sobre el viajar en las que Stevenson reivindica el camino incómodo, asegura descreer del entusiasmo espontáneo o aporta indicaciones para disfrutar de cualquier lugar, de los menos agradables también, con el objetivo de llenarnos de sentimientos profundos, que son los que mejor justifican la vida. Este despegue revela a un ensayista superlativo capaz de estimular a base de colinas y cielos y vientos mientras se apoya en pasajes de Wordsworth o Shelley al tiempo que rebate a Coleridge ensalzando los valores de la presuntamente aburrida campiña inglesa. Stevenson se expresa categórico, con la calma y la solvencia de quien sabe de lo que habla (viajar), investido con la energía de espíritu inherente a la estirpe de los Whitman y Thoreau.
Luego, la compilación se escora hacia la crónica apuntando a Europa y América. Hay un brinco raro, un par de textos algo monótonos, molesto preludio de las revigorizantes impresiones sobre el bosque que anteceden al fresco de Edimburgo donde un Stevenson veinteañero aprehendió la esencia de esa ciudad meteorológicamente horrenda que tanto le animaría a codiciar lo luminoso y lo templado, para su literatura también.
De hecho, el escocés cavila a menudo sobre el impulso creativo, y es en la residencia de artistas de Barbizon donde capta el talento para la libre asociación de ideas entre los creadores franceses, un signo que distinguirá a su propio estilo, tocado por el don de lo imprevisiblemente eficaz, tan jazzístico.
Stevenson describe cómo se instruyó él mismo, enumera lecturas de infancia, así que Viajar también sirve como guía de inspiraciones íntimas… a las que debe añadirse la enfermedad: de su convalecencia por tuberculosis en Davos extrae un arrebato contra los Alpes que le encarcelan y condenan a la ineludible tabarra del yodel, el canto típico en las herméticas montañas que le trajeron la añoranza del mar. En la furia, Stevenson es divertido y mordaz, aunque suele evitar esa faceta, determinado a comunicar con alegre sencillez.
Magistral perfilando a individuos, convierte la travesía en barco hacia Estados Unidos en un muestrario de emigrantes y motivos para rendirse al discreto heroísmo del obrero. Ya desembarcado en su particular “tierra prometida”, emprende la desmitificadora pero apasionante aventura de cruzar EE UU en tren, y a golpe de locomotora seguirá derribando lugares comunes —los “sucios chinos” le parecen más higiénicos que los occidentales— y lanzando las nutritivas ideas que convierten este volumen en uno de esos raros libros que hacen sonreír, como sonríe Stevenson en su portada.
Viajar. Robert Louis Stevenson. Traducción de Amelia Pérez de Villar. Páginas de Espuma. Madrid, 2014. 467 páginas. 25 euros
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