¿Tienen que desnudarse las mujeres para entrar en los museos?
Centímetro a centímetro, se fue haciendo visible la evidencia: ¿por qué se escamoteaba a las artistas?
Por fin, vestidas
Por Estrella de Diego
Hablemos claro. Si ahora encontramos mujeres artistas en las salas de los museos no se debe a que un día los responsables de las instituciones recuperaran el sentido común y se dieran cuenta de la exclusión intolerable, sino a la pelea de otras mujeres que, centímetro a centímetro, fueron haciendo visible la evidencia: ¿por qué se escamoteaba a las artistas?
La tarea había sido ardua desde 1971, año del tan citado texto de Linda Nochlin, en el cual se preguntaba por las artistas en la historia. Aunque en los años ochenta, con un mercado neoyorquino en pleno auge, incluso con la primera muestra en solitario de Louise Bourgeois en el MOMA y Lippard hablando de las exposiciones de mujeres en las galerías, los “museos clásicos” no se daban por enterados. No se habían decidido a rebuscar en sus almacenes, a la caza y captura de pintoras o escultoras, esas que ahora quieren recuperar a toda costa para que nadie los tache de antiguos y excluyentes. Porque bastaba con darse una vuelta por esos grandes museos y la evidencia saltaba a la vista como un golpe bajo: las mujeres —muchas— que ocupaban las salas estaban siempre desnudas. Susanas, Venus, ninfas, odaliscas… llenaban las paredes y los ojos ávidos.
Hoy todos miramos asombrados el nuevo gabinete griego: ni una mujer. Por fin, entramos al museo vestidas, pero parece que queda mucho camino por delante"
En este contexto, a mitad de la década de 1980, aparecía en Nueva York un grupo de activistas que se publicitaban a través de un cartel muy atractivo, donde se tomaba a La gran odalisca, de Ingres, como punto de partida. La cara y el turbante sexy habían sido sustituidos por la cabeza de un gorila, la misma que las integrantes del grupo vestían cuando el día de una inauguración te las tropezabas en el Metropolitan, el MOMA o el Whitney, tratando de colarse para boicotear el acto y, sobre todo, para volver a hacerse la pregunta incómoda: ¿tienen las mujeres que estar desnudas para entrar en el Metropolitan o en otro museo importante? ¿Tienen que ser odaliscas o Venus? ¿Tienen que ser musas y modelos? Dicho de otro modo, ¿están condenadas a desnudarse para entrar en la historia?
Nadie conocía sus identidades —atrincheradas bajo la máscara— y algunos se quejaban entonces de aquella performance que lo único que buscaba era notoriedad. Hacerse ver. ¿Y qué? De eso se trataba y era una técnica muy ochentera que habían practicado artistas como Jenny Holzer. Se llevaba la mirada a un estadio de béisbol, a un lugar donde se sintiera cómoda, y se obligaba luego a leer lo que nunca hubiera querido leer: “La falta de carisma puede ser mortal”. El caso de las Guerrilla Girls era, también, un asalto a la mirada —en su caso más obvio— y a las conciencias. Sobre todo, ¿por qué si un hombre aspira a la notoriedad hasta hace gracia y si lo hace una mujer despierta sospechas?
Estuvo bien la acción de las Guerrilla Girls: ser molestas e increpar a uno de los más famosos museos del mundo. Porque bajo su apariencia de gamberrada ayudaron a reflexionar sobre las exclusiones en un claro ámbito del poder: los museos. Gracias a acciones como éstas, también, acciones que hacen visible lo evidente, hoy todos miramos asombrados el nuevo gabinete griego: ni una mujer. Por fin, entramos al museo vestidas, pero parece que queda mucho camino por delante.
Ni clases, ni sexos
Por Javier Maderuelo
Ante la pregunta ¿aún tienen que desnudarse las mujeres para entrar en el museo?, mi respuesta es inmediata y clara: en el museo los únicos que deben entrar son aquellas obras de arte que sean paradigmáticas por su excelencia estética o su cualidad historiográfica y el público que esté dispuesto a aprender algo de o sobre ellas. Cuando se plantean cuestiones sobre si las obras que deben entrar en un museo han sido creadas por hombres o mujeres, blancos o negros, cristianos o musulmanes, locales o forasteros estamos claramente desviando la cuestión sobre su necesaria excelencia para centrarla en otros temas de índole política o sociológica. Mi pregunta entonces es ¿qué pinta la política en un museo?
Ciertamente, la Declaración Universal de Derechos Humanos en su artículo 1 empieza diciendo: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…”, lo que no tiene nada que ver con que todos puedan llegar a ser grandes bailarinas, futbolistas, biólogos, paracaidistas o juristas. Todos deberían tener el mismo derecho de llegar a ser los mejores, pero no todos logran adquirir las cualidades necesarias para serlo, de aquí la condición de excelencia exigible a las obras para entrar en un museo.
La situación por la cual las mujeres han sido discriminadas se debe al papel que todas y cada una de las religiones les han asignado"
El activismo político del colectivo feminista Guerrilla Girls denuncia desde 1985 la escasa presencia de mujeres en el mundo del arte, que califican de machista. Es cierto que la mayoría de las obras históricas que se encuentran en los museos han sido realizadas por hombres que además solían ser blancos, buenos cristianos y leales servidores de los reyes, papas, tiranos, cardenales, banqueros o empresarios que les mantenían o pagaban por tenerlos a su servicio para satisfacer sus más caprichosos deseos, lo que no quiere decir que fueran siempre bien pagados ni que lograran cobrar lo que les prometían.
La situación por la cual las mujeres han sido discriminadas no solo del mundo del arte sino de la mayoría de las esferas sociales en las que se detenta el poder se debe al papel que todas y cada una de las religiones les han asignado. Los Derechos Humanos son consecuencia de la Ilustración y más concretamente del sentido laico que animó a la Revolución Francesa, que permitió la proclamación por primera vez de la igualdad de todos los seres humanos en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) desplazando al Dios represor por la razón, fraternal e igualitaria.
A medida que las mujeres han ido sustituyendo el misal por el libro, el velo por el biquini, el confesonario por el aula, han ido cobrando conciencia de su papel en la historia, la sociedad y el mundo laboral. La lucha política por la liberación no es ni de clases ni de sexos, es una lucha por acceder a la educación, la cultura y la salud. Pero eso Guerrilla Girls parece no tenerlo claro cuando publica su Code of Ethics for Art Museums con la carismática forma de las tablas de la ley que Charlton Heston, reencarnando a Moisés, presenta ante el pueblo elegido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.