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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otros bancos

Cuando llega el frío, miramos con más interés las soluciones de quienes se han quedado fuera del sistema inmobiliario y es bueno reparar en lo complicado que se les ha puesto el asunto

David Trueba
Banco de una plaza de Madrid.
Banco de una plaza de Madrid. Carlos Rosillo

El programa El convidat de TV3, donde Albert Om se instala durante un par de días en la casa de algún anfitrión relevante, quiso cambiar el paisaje y se fue a ver a un hombre acogido en una residencia social. En una quinta temporada con invitados como Jaume Massagué, Leopoldo Pomés o Albert Serra, quien convidaba esta vez era el periodista Jaume Marsé, al que la peripecia de la vida había condenado a la pobreza extrema. Aunque nos quedamos sin verles compartir el camastro del cuarto, sirvió para cambiar el paisaje habitual, cosa siempre de agradecer. Me quedo con el momento en que ambos, detenidos en los asientos de la calle, ahora reconvertidos en sillitas individuales frente al tradicional banco, reflexionaban sobre el difícil acomodo para los indigentes. En Madrid pasó a la historia el alcalde Álvarez del Manzano por incluir una barra separadora en mitad de los bancos y lograr de ese modo que los mendigos no pudieran usarlos como cama.

Las soluciones imaginativas no siempre tienden a un fin encomiable; en demasiadas ocasiones retratan la miseria moral de la autoridad. Ahora, en las paradas de autobuses madrileñas se ha incorporado un extraño murete divisorio que tiene la finalidad principal de impedir que nadie se tumbe. Las paradas de autobús boicoteadas como refugio de urgencia se suman a medidas como el empeño de muchos bancos por volver a deshacer sus cabinas de cajeros y retornarlas a la acera descubierta para evitar también que sirvan de improvisada habitación de hotel para los sin casa. Cuando llega el frío, miramos con más interés estas soluciones de quienes se han quedado fuera del sistema inmobiliario y es bueno reparar en lo complicado que se les ha puesto el asunto.

Era el Ayuntamiento de Sevilla el que quería multar la búsqueda de desperdicios en la basura y no es raro que vaya por ahí el ahínco legislativo. Si las autoridades son incapaces de frenar la caída en la pobreza de una parte de la población resulta lógico que propongan otra solución: multarles por ser pobres. Mejor que fastidiar bancos públicos, parques, paradas de autobuses, bocas de metro o recodos y pasillos subterráneos, que son instituciones sociales, prohibir ser pobre suena como la medida perfecta. Anímense.

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