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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El veneno del teatro prendió hace tiempo en Vargas Llosa

El peruano siente pasión por el teatro, lo ha escrito, lo ha visto desde abajo, pero hasta ahora nunca se había atrevido a tanto

Juan Cruz
Vargas Llosa y Aitana Sánche Gijon durante 'Los Cuentos de la Peste'
Vargas Llosa y Aitana Sánche Gijon durante 'Los Cuentos de la Peste'Quim Llenas (Getty Images)

Mario Vargas Llosa tiene 78 años y más premios de los que caben en un programa de teatro. Entre esos premios hay uno que la gente no conoce: se lo dio la naturaleza y se llama entusiasmo. El entusiasmo hace a las personas entrañables y contumaces; les sirve para olvidarse del tiempo y también de la edad; se miran al espejo y ven en ese amable o perverso refractario al chiquillo que un día tuvo una ilusión, y aún sigue intentando cumplir.

En el caso de Mario Vargas Llosa, el muchacho que a los diez años debió abandonar lo que él creía que era el paraíso y encontró a su padre, la primera ilusión, el impulso de su entusiasmo, fue la poesía; antes de esa edad ya había abrazado la literatura, el arte de contar; un día dijo que se puso a escribir “para escapar de la pena”. Y vivió ese entusiasmo incluso a través del infierno, pues el descubrimiento de su padre fue una amarga contradicción con la serenidad en la que había vivido mientras, junto a su madre, era consciente de ser un huérfano feliz.

Ha sido toda su vida, desde entonces, un hombre que fabulaba, y sigue fabulando; la tesis principal de esta adaptación tan suya del Decamerón que ahora somete a la crítica del público en el Español de Madrid es que la ficción nos salva hasta de la peste. Nos salva de la pena, sin duda; todos esos cuentos con los que Vargas prolonga los cuentos de Bocaccio tienen como raíz la alegría (o la pena) y desembocan en su contrario.

Por ejemplo, el cuento en el que es un halcón el protagonista inconsciente del origen de una felicidad contrariada produce no sólo la pena de la que habla Mario sino la constancia de que uno está en la vida para que el azar se convierta en desgracia. Claro, todas esas cosas tienen que ver con la literatura, con el teatro, con la manera de hacer de Joan Ollé, el director de escena, con Aitana Sánchez Gijón, con Pedro Casablanc, con Marta Poveda, con Óscar de la Fuente…, pero ese trabajo cierto que es el teatro tiene sus misterios que desentrañan los críticos, y que ahora el nuevo actor, Vargas Llosa, leerá ávidamente seguro que para seguir aprendiendo como aquel muchacho que leía a Neruda en las oscuridades de su cuarto.

De lo que yo quería hablar, y es lo que hago de inmediato, es de esa pasión sin refugio que tiene Vargas Llosa por el teatro; lo ha escrito, lo ha visto desde abajo, lo ha intentado alguna vez (en el cine, en el teatro, ha sido dizque actor..., hasta ahora), pero nunca se había atrevido a tanto. Dirán lo que tengan que decir quienes lo han visto y quienes lo verán, pero hay algo que es incuestionable: este es su homenaje al teatro, un veneno tan potente que le ha puesto (cómo él mismo ha dicho) en el rigor del ridículo. Él ha afrontado esa eventualidad con el vigor de un muchacho y le ha dado, con el ejercicio de ese entusiasmo, un enorme reconocimiento de respeto al teatro, su pasión.

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