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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Catedral

Aprendemos que el delito puede ser piadoso y cotidiano, que puede estar teñido casi de un aura de bricolaje, que no es necesaria la planificación ni la audacia

David Trueba

Resultó visualmente chocante que la operación policial contra los abogados de presos etarras se ilustrara con las monedas requisadas en colectas. La idea de que ese dinero de simpatizantes se escapaba al control del fisco, y por tanto incurría en delito punible, habrá puesto en guardia a las suscripciones populares, las recogidas de hucha postulante y hasta el cepillo de las iglesias, porque no parece que casi nadie declare con precisión y rigor esas actividades. Los vídeos del ladrón del Códice Calixtino en Santiago de Compostela apuntan en esa dirección. El hecho de que una de las cámaras de vigilancia inutilizadas en los despachos de la catedral siguiera grabando gracias a un mecanismo automático, nos ha regalado una vez más datos contundentes para continuar nuestra cruzada contra el prestigio del crimen. Porque en este sonado asunto tampoco hay inteligencia milimétrica y audacia sofisticada, sino bolsas de plástico, zafiedad e indicios de chapucería.

Mucho habría de ser el dinero descontrolado para que un electricista de confianza abriera con tal naturalidad la caja fuerte y se llevara al bolsillo fajos de billetes que anotaba puntualmente en un diario que ha servido a los investigadores como mapa de cabecera. Los pellizcos, que llegaron a sumar más de dos millones de euros y que pudieron ser blanqueados para el mundo civil, quedaban además registrados en esa contabilidad casera que todo criminal tiene que llevar al día, no vaya a ser que se le despisten los escondites, las cifras, y se le confundan los delitos. Ahí se anotaba con precisión hasta los rosarios y las misas que servían, quizá, para purificar la culpa. Nadie notaba esas desapariciones de divisas, por lo cual hasta el enfado personal que le llevó a robar el valioso Códice no levantó sospechas entre los eclesiásticos.

Aprendemos que el delito puede ser piadoso y cotidiano, que puede estar teñido casi de un aura de bricolaje, que no es necesaria la planificación ni la audacia, que a menudo el saqueo es una rutina doméstica. De nuevo España se ve retratada mejor en la novela picaresca y en la tragicomedia grotesca que en géneros de mejor reputación y sabor escandinavo. Lo que empezó como un misterio en la catedral termina como una farsa. Salvo que el fisco diga lo contrario.

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