Max Aub y las geografías
Profundamente europeo y culto, fue todo un resistente, un cronista de un tiempo trágico
1. Valencia. Max Aub (París, 1903-México DF, 1972), de origen judío, hijo de alemán y de francesa; la guerra de 1914 empuja a la familia a Valencia. Uno es —diría— de donde hace el bachillerato. Él, en el instituto Luis Vives; valenciano, pues. La Guerra Civil le devolvería a una Francia poco dispuesta; es detenido, denunciado por comunista: nunca lo fue. Geografías de internamiento (París, playas del sur, Djelfa en Argelia). Mujer e hijas vuelven a Valencia. En una reciente edición de Del Centro Editores —una hermosura—, Cartas a mi hija Elena, podemos leer algunas, las que enviaba a Maestro Gozalvo, 16, Valencia, desde Djelfa: “Mil besos libres de tu papá”. Max Aub llegó a DF en 1942; la familia, en 1946.
2. Madrid. Pero mucho antes, de joven, se fue a Madrid con 500 pesetas ganadas en la lotería. A hacerse escritor. Una novela, La calle de Valverde, Valverde, 32, a un paso de la Gran Vía, la crónica política y literaria del Madrid, alegre y confiado, de la dictadura de Primo de Rivera. Una novela coral, que tiene algo de precuela de sus Campos narrativos, esa crónica del laberinto español, hecho escombros con la guerra. No es exactamente un roman à clef, pero algo sí.
3. Europa. Con 11 años había conocido el primer exilio: su familia expulsada por la Gran Guerra. En 1942, embarcado en Casablanca rumbo a México, escribió a bordo Campo francés, un guion sobre la Francia que estaba muriendo por cerrar los ojos, por no haber visto con claridad la amenaza del nazismo. Dos años después publica Morir por cerrar los ojos, teatro: ya no es Francia, es toda Europa. Profundamente europeo, tan culto, no escogió el camino drástico de Stefan Zweig. Resistió. En su teatro, en sus textos, siempre fue el cronista de una Europa que nunca —entonces, ahora— debe cerrar los ojos. No: otro de sus dramas. Y más.
4. México DF. En el relato La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, que publica ahora Cuadernos del Vigía, con ilustraciones de Antonio Santos y un CD en el que Max Aub lee su propio texto —con sus célebres “erres” guturales—, los exiliados españoles en DF gritan tanto sus diferencias, “atruenan” (escribe M. A.), en tertulias de café, que el mesero, harto, decide irse él mismo a Madrid a solucionar de una vez lo de F. F., para ver si así dejan de atronar con sus nostalgias, los exiliados. Exilios, geografías.
5. España. Vino (no volvió: puntualizó) a España en 1969 (y en la primavera de 1972, poco antes de morir en julio, en DF) para preparar una novela sobre Buñuel, y se trajo su viejo mapa, cuarteado, de la España de 1939, que no pudo superponer con el de la España de 1969. Vio a toda la gente que pudo, viejos y nuevos, en Madrid, en Barcelona, en Valencia. Sus libros —por fin— aparecían en esa España que le costó (re)conocer. Editores, lectores, entrevistas en prensa. A todos estos, el periodista Emilio Romero los llamó “mierdecillas devotos”. De vuelta escribió La gallina ciega. Con legítima arbitrariedad.
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