El pop de la edad del pavo

Un ídolo de adolescentes, en música pop, es aquel que incluso cuando no canta desata la histeria entre el público quinceañero (mayoritariamente femenino) al tiempo que inspira el desprecio y la burla de los aficionados más estirados. Un desprecio y una burla casi tan antiguos como el propio concepto de teen idol. Ya en 1960, el cómico americano Stan Freberg los hacía picadillo en una de sus históricas grabaciones satíricas. “No sé cantar”, decía el candidato a estrella reclutado al azar por la calle. A lo que el representante contestaba: “¿Y eso qué importa? Tienes todos los requisitos: una cara bonita y un tupé”.

Puede que, al principio, su mala fama fuera merecida: nacieron como productos prefabricados durante la burbuja del rock and roll. Nuevos Elvis, solo que sin talento. Pero enseguida aparecieron los Beatles y jovencitas y enteradillos se vieron abocados a coincidir.

La próxima entrega de EL PAÍS de Música, titulada Cosas de la edad (a la venta mañana domingo con este diario por 5,95 €) reivindica el papel de los ídolos de fans en España, en concreto de aquellos que, a base de perseverancia, han logrado sacudirse los prejuicios y alcanzar el principal objetivo de un músico (por detrás de vender discos): la credibilidad. Aunque la década de 1960 tuvo sus buenas raciones de vocerío pubescente (con el Dúo Dinámico y más tarde con Los Brincos y otros grupos pop), en nuestro país los decibelios llegaron a sus niveles más altos a finales de los setenta, los primeros de libertad; como explica en el libreto Alejo Stivel, excantante de Tequila, las chicas “tenían la adrenalina que les salía por los poros y se volvían locas. Nosotros les dimos algo para poder canalizar esa locura”. Tequila les dio lascivia rockera; Miguel Bosé, desparpajo pop; Pecos, ensoñadoras baladas. Revistas como Súper Pop, lanzada en 1977, y matinales como las de El gran musical, modelaron, junto con unas voraces discográficas, la industria del griterío.

En los ochenta, el plantel se completó con grupos. Mecano fue un fenómeno social; también de fans. Y a mediados de la década apareció la piedra filosofal, encarnada en Hombres G: los chavales que encandilan con su actitud gamberra. Una rama fructífera incluso 15 años después, como demostraron El Canto del Loco. Por si quedaban dudas sobre el talento, Alejandro Sanz las disipó en los noventa, demostrando que un ídolo de adolescentes podía ser también un gran compositor y llegar, con el tiempo, a todos los grupos de edad.

Casi todos los protagonistas de este CD siguen en activo, muchos en primera línea y otros en la sombra; algunos ya sin tupé, pero todos con el premio de la credibilidad en el bolsillo.