Tan poco diferente, tan poco atractivo
El Reina Sofía, el José Guerrero y la Fundación Juan March destacan en el balance de 2014
Es costumbre que al terminar el año, como si de una larga y agotadora jornada se tratara, tendamos a recapitular sobre lo provechoso y lo superfluo. Pero ¿es obligatorio? En cierto sentido no. En estos tiempos de confusión, falta de compromiso y sensación de persecución de lo banal que infecta el mundo del arte y la cultura en general, resulta conmovedor comprobar que todavía hay autores y emprendedores para quienes daría igual vivir en cualquier época, tal es su entusiasmo. Para el resto, el arte no es más que una oportunidad periodística, el hallazgo de un alfiler entre los restos de un yacimiento expoliado, de una utopía fracasada.
Si hubiera que situar en dos polos lo que ha dado de sí este interminable 2014, la línea empezaría con el Año Greco y acabaría en el inenarrable retrato de la familia real, ejecutado después de una eternidad por el pincel de Antonio López. En medio, y con muy pocas excepciones, el taconeo tosco y exangüe de la mayoría de centros de arte como síntoma de la nula autoexigencia de la farandulera y farolera política española.
Mientras, nos autoconsolamos con la donación del legado de la galerista Soledad Lorenzo al Estado español, un regalo que tiene más de valeroso que de valioso. También estamos muy contentos con el nombramiento de José Miguel Cortés como nuevo director del IVAM, sin exigir de manera firme que se depuren responsabilidades por la pésima gestión y supuesta malversación de caudales públicos durante el largo periodo de Consuelo Ciscar, lo más lamentable y repugnante que le ha ocurrido culturalmente a este país en los últimos 10 años. Nos satisface la obstinada renuncia al premio nacional del músico Jordi Savall y la fotógrafa Colita, mientras criticamos con la boca pequeña a dos artistas más felinos, Jaume Plensa y Esther Ferrer, por no haber hecho parecido desaire al ministro Wert. Culturalmente somos un país muy parasitario, preferimos los gestos de protesta en el escenario antes que en la calle.
Manuel Borja Villel continúa siendo uno de los pocos “maestros antiguos” de este país, y eso que le sobran detractores. Sus ambiciones, casi wagnerianas, le sitúan como el gran catalizador de la escena artística española. El director del Reina Sofía piensa en términos de grandes ciclos, de un proyecto total que incluya la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza y el cine. Su idea es la de un romántico que escapa de los vestigios de una edad dorada perdida. Su programa, diseñado con el portugués João Fernandes, subdirector del MNCARS, revela sus esfuerzos por dar sentido y ampliar las colecciones a las culturas latinoamericanas.
La exposición de Juan Luis Moraza, todavía en cartel, es un delicado impasse entre las posibilidades inimaginables de la escultura. En otra línea, Playgrounds mostraba algo tan necesario hoy: la capacidad del juego como resistencia política. El tiempo y las cosas. La casa estudio de Hanne Darboven fue un maravilloso gabinete de curiosidades a escala humana reconstruido para ser contemplado como el color de las nubes o la hierba en otoño. La enésima reinvención del retrato a cargo del afroamericano Kerry James Marshall y la arquitectura emocional de Mathias Goeritz todavía despiertan ecos del poder emancipador de las artes visuales. La retrospectiva de Richard Hamilton, en colaboración con la Tate Modern de Londres, aportó al público una nueva visión del pionero del pop británico. Hamilton fue el Edison del mundo del arte durante décadas hasta su muerte, en 2011. Cada obra suya es una patente. Su trabajo estaba pensado para cotejar la posibilidad de convertir una imagen en una construcción cultural a la manera como lo haría un comisario.
En el Centro José Guerrero de Granada, la muestra The Presence of Black, que celebra los cien años del nacimiento del pintor granadino con obras de su etapa americana, marca la línea de flotación de las colecciones dedicadas a un solo creador o a una corriente artística —el Museo Esteban Vicente, el Vostell Malpartida—, habitualmente menospreciadas por las Administraciones públicas.
Las exposiciones Josef Albers: medios mínimos, efecto máximo y Depero Futurista, en la Fundación Juan March, fueron sobresalientes, como la de la italiana Carol Rama en el Macba, artista radical y estridente cuya pintura es todo un acto de exorcismo real. El Greco y la pintura moderna (El Prado) y Georges Braque (Guggenheim Bilbao) nos recuerdan cuántas revisiones del arte quedan pendientes. La última estación de este recorrido nos lleva a Toledo y al proyecto Tres aguas firmado por Cristina Iglesias. Recorrer los tres enclaves de su obra a lo largo del río Tajo es comparable a visitar la sala de máquinas de la escultura, donde el proceso supera la forma final.
Y este ha sido un resumen, entre los muchos posibles, de lo que ha dado de sí 2014. Menos aburridas prometen ser las nuevas franquicias museísticas que muy pronto se implantarán en España como dogma de fe de la recuperación económica.
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