Se acabó
No deberían subestimar la capacidad de violencia de los desesperados cuando les provocan, por muchas leyes de seguridad ciudadana que se inventen
La sentencia de la sabiduría popular convencida de que los borrachos y los niños dicen siempre la verdad es negociable aunque resulte muy lírica. De acuerdo en que el alcohol desinhibe y suelta la lengua, a veces con resultados desastrosos y en los que deduces que si las barbaridades, la autocompasión, la mala baba o las estupideces que suelta la boquita del volcánico templado responden al estado de su alma, a la sinceridad absoluta, o a sus secretos mejor guardados, sería preferible que no volvieran a beber o que hicieran votos permanentes de mudez. En cuanto a que los niños no mienten imagino que se refieren exclusivamente a los bebés, ya que en el momento que dominan el lenguaje pueden prodigar tantos embustes como los adultos, por supervivencia o por capricho, para lograr lo que quieren o para defenderse.
Y si fuera cierto que la embriaguez o la infancia no mienten, resultando evidente que Mariano Rajoy abandonó la guardería y el colegio hace muchos lustros, solo se puede entender su desvergonzada afirmación de que la crisis ya es historia del pasado y que estas Navidades todo dios se va a sentir por primera vez recuperado, en la seguridad de que había pronunciado su discurso en excesivo estado de embriaguez o que su delirio se debe a la intoxicación de sustancias que crean alucinaciones. Si fuera así, habría que exigir la abstinencia de alcohol y de otras drogas a los presidentes de Gobierno, a los filantrópicos y lúcidos timoneles que dirigen nuestra existencia.
Y si no existiera el eximente de que el prócer ha perdido la cabeza y dice tonterías, si lo que pretende es insultar a la cordura y a la menesterosa realidad de tanta gente con algo tan cruel, mentiroso y cínico como asegurar que la época de la asfixia colectiva se ha esfumado, lo puede pagar caro. Incluso las mentes más simples se encabronan si les tratan como a deficientes síquicos, si intentan burlarse de ellos y de sus penurias. No deberían subestimar la capacidad de violencia de los desesperados cuando les provocan, por muchas leyes de seguridad ciudadana que se inventen para implantarles un bozal. Y, por supuesto, no hay final de crisis para Rajoy y sus colegas de profesión, ya que ellos jamás han tenido que sufrirla. Las crisis económicas son para los pringados.
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