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Un Follet de clase B

'El umbral de la eternidad', de Ken Follett, es entretenido, pero difícil de creer. El principal aliciente es el devenir histórico.

Juan José Mateo
Exposición en Moscú sobre Nikita Jruschov, líder soviético que aparece en 'El umbral de la eternidad'.
Exposición en Moscú sobre Nikita Jruschov, líder soviético que aparece en 'El umbral de la eternidad'.Vasily Maximov

El sexo. Rápido, egoísta y frío. Eso es lo que define al John Kennedy que describe Ken Follett en El umbral de la eternidad, el tercer volumen de su trilogía sobre el siglo XX. El miedo. A perder el poder, a la traición, a no ser más astuto que Estados Unidos ni más violento que los compañeros del partido comunista. Eso es lo que distingue a Nikita Jruschov y al resto de líderes del geriátrico soviético, según el libro. El odio. A los negros, a lo distinto, a lo que no se comprende. Eso es lo que une a los racistas del sur profundo estadounidense o a los policías de la Stasi de la Alemania Oriental, según el best seller. Demasiadas emociones, demasiados países y acontecimientos históricos como para que quepan armoniosamente en un solo libro.

Esta es una historia de buenos y malos. Aquellos que excepcionalmente se mueven en el gris lo hacen para redimirse. Para todos los personajes está reservada una vida de película. Viven increíbles peripecias que les permiten estar siempre en el sitio y momento adecuados para ser testigos de acontecimientos históricos de primera magnitud, oyendo los cuchicheos que intercambian los creadores de la historia, que se ofrecen al lector como amigos que entran en casa sin llamar a la puerta. Entretenido de leer, difícil de creer.

Como puede que haya lectores que se saltaran los anteriores, Follett mete con calzador referencias a lo más importante de la historia previa

Y, sin embargo, ahí está la Historia en mayúsculas, que actúa como una espuela y nos lleva hasta la siguiente página al ritmo de los acontecimientos que cambiaron el mundo entre los años sesenta y noventa del siglo XX. ¿Cómo frenar la lectura en medio del terror que despertó la carrera nuclear de la Guerra Fría? ¿Cómo parar en el punto álgido del drama que vivieron las familias separadas por el muro de Berlín? ¿Quién dejaría de lado una historia en la que hay rock & roll, hippies y agentes de la CIA? El problema es que las más de mil páginas dan para que el escritor recorra esos episodios, pero no para que construya una trama que se entrecruce sin forzarla, ni para que los personajes cojan forma y dejen de ser una simple fachada. Abundan las situaciones simplificadas y falta verdad, dolor en el sufrimiento y alegría en la felicidad. Cuando decae la trama, Follett echa pimienta con una escena de sexo. Cuando al contexto histórico (muy trabajado) le falta ligereza, el autor añade curvas femeninas. Cada vez que una mujer entra en escena, Follett tiene la irritante costumbre de subrayar que es inteligente, como si eso fuera tan sorprendente como para que merezca la pena gastar una línea.

Del autor que describía con minuciosidad la construcción de una catedral en Los pilares de la Tierra se pasa al Follett de El umbral de la eternidad, que va salpicando datos históricos sin tocar el corazón de los grandes problemas que le ocupan. Siempre escribe además mirando a la historia con ojos estadounidenses: lo que pasó en aquellos años sin la intervención de EE UU no existe. Si acaso, lo mejor del libro es su capacidad para retratar a los grandes líderes como hombres de carne y hueso, aterrados y aterradores, rodeados de dudas y miedos mientras deciden el destino del mundo. El resto de personajes solo sirven para dar la réplica a esas figuras y voz a dudas generacionales y momentos históricos demasiado grandes como para ser condensados en una única persona.

No es el único inconveniente. Este es el tercer volumen de una trilogía. Como puede que haya lectores que se saltaran los anteriores, Follett mete con calzador referencias a lo más importante de la historia previa, frenando el ritmo y complicando un relato ya de por sí difícil. Como buen best seller, ya pasa de mano en mano en el metro, donde hasta es posible que un viajero interrogue a otro sobre la novela. Es bien sencillo: al fan de Follett que disfrutara de La caída de los gigantes y El invierno del mundo le entusiasmará; pero será difícil que conmueva al lector que se acerque por casualidad a sus páginas.

El umbral de la eternidad. Ken Follett. Plaza & Janés. Barcelona, 20141.152 páginas. 24,90 euros

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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