Los cartones para tapices de Goya reviven en el museo del Prado
El museo expone como obras maestras autónomas las piezas preparatorias para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara que el pintor creó a su llegada a Madrid
Goya en Madrid, exposición que se inaugura hoy en el Prado (hasta el 3 de mayo), otorga una nueva dimensión al escurridizo afán de hacer de la necesidad virtud. Una necesaria obra de mejora en las comunicaciones entre la galería central del museo y la planta superior, donde se exponen los cartones para tapices del pintor, ha desembocado en la virtuosa puesta en valor de la serie, cuya elaboración ocupó a intervalos casi dos décadas de la vida del artista.
Un tiempo tal vez menos épico que el que inaugurarían las calamidades (sordera, enfermedad, muerte de los hijos y guerra), pero terriblemente decisivo; son los días de su aterrizaje en Madrid —cuando el artista ya frisaba la treintena, había dado prueba de su valía en Zaragoza y viajado, como correspondía, a Italia—. También corresponde al momento de su consolidación como pintor en las cortes de Carlos III y IV.
Tradicionalmente tenidos por utilitarios medios para un fin (servir de modelo para tejer un tapiz), los cartones abandonan su “condición servil”, en las palabras del director Miguel Zugaza, para salir reforzados de la exposición como “obras maestras autónomas” llenas de matices.
Para lograrlo, las comisarias Manuela Mena y Gudrun Maurer, del departamento de pintura del siglo XVIII y Goya del museo, han agrupado en 15 salas las series (que no están completas; faltan, por ejemplo, las célebres El pelele y El albañil herido, prestadas a Boston y Barcelona). Los variados tonos museográficos articulan conceptos como la caza, los divertimentos, las clases sociales, la música y el baile, la niñez, los sueños, las cuatro estaciones o el aire, tema tratado en un espacio final cuyas paredes imitan el color del cielo y sus nubes, efecto subrayado por una grabación que emula el sonido del viento moderado.
En cada capítulo de la historia, Goya se enfrenta a otros artistas. El diálogo con sus coetáneos, Maella, Paret, Téllez o los Bayeu, no siempre arroja resultados honrosos; la comparación adquiere tintes cruentos cuando se miden los sublimes perros de caza del aragonés y el más bien ramplón ejemplar pintado para un cartón por Ramón Bayeu. La cosa cambia al oponer a Goya y sus maestros, que conoció en las colecciones reales o en su viaje a Italia.
El equipo de investigación capitaneado por Mena y Maurer, y completado por Virginia Albarrán y Gemma Cobo, propone estimulantes citas artísticas, más o menos obvias. En La gallina ciega (1788) se reconoce la Danza de personajes mitológicos y aldeanos (1630-35), de Rubens, colocada a su lado, mientras que el modo de apoyarse del hombre en primer término de Partida de caza (1775) recuerda a la escultura romana El fauno y el cabrito, y el pintor tal vez pudo inspirarse en el Lorenzo de Médicis de Miguel Ángel para el majo que, indolente, fuma en el centro de El juego de pelota a pala.
El cine entre en la pinacoteca
Una de las sorpresas que depara la propuesta comisarial de Manuela Mena y Gudrun Maurer para Goya en Madrid es la inclusión de fragmentos de la obra maestra de Jean Renoir La regla del juego, concretamente, las escenas de caza de la película, una comedia de apariencia ligera que desemboca en tragedia a golpe de escopeta. Es la primera vez, según los cálculos del director, Miguel Zugaza, que el cine forma parte de una muestra del Prado. La proyección se enfrenta con naturalidad a Bodegón de caza con liebre y varias aves, de Mariano Nani, en una sección que cuenta también con la sorpresa del lienzo Fábula sobre el perro y la presa(1938), de Paul de Vos, "las Meninas de la pintura canina", según Mena.
Otra novedad de la muestra es la colocación, hacia la mitad del recorrido, de unos puestos ultratecnológicos de escucha con un menú musical relacionado con lo que se cuenta en las paredes. Es una iniciativa de Juan Alberto García de Cubas, museógrafo y melómano, y la pianista y musicóloga Marta Espinós. Los visitantes pueden navegar en las pantallas táctiles por una selección compuesta por música coetánea de Goya y alguna composición actual, como Echoes from an Arena, de Christos Tsitsaros. La idea es que la experiencia de contemplar el cartón de Goya Riña de gatos quede completada con la audición de Duelo cómico de dos gatos, verdadera lucha de maullidos atribuida a Rossini. Y si uno quiere contemplar esa obra maestra de la pintura moderna que es La nevada, cartón de la última época, quizá no haya mejor banda sonora que El paseo en trineo, de Mozart.
El monumental cartón, rico en detalles como las capas que se amontonan en primer plano o la perspectiva original que invita al espectador a entrar por la derecha en la composición, ejemplifica bien el lugar central que para Mena tienen los tapices en la producción del artista. Esa intención, despojar al conjunto de su marchamo “de ejemplo del Goya más popular y populachero, que se comporta como un reportero de poca monta que recoge la vida de Madrid”, se suma al esfuerzo sostenido de la biógrafa Janis Tomlinson, autora en los ochenta de un seminal tratado sobre el tema y de un texto del catálogo editado con ocasión de la muestra.
En él, Tomlinson detalla las circunstancias que rodearon la llegada de Goya a Madrid. En las tres dimensiones, esa función la cumple la primera sala, que da cuenta de las circunstancias que motivaron estos encargos reales.
Felipe IV, Carlos III y Carlos IV, pintados como cazadores por Velázquez, Goya y Mengs, dan la bienvenida al visitante a su mundo y a sus temas: los cartones los encargaban los reyes y se tejían en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara para satisfacer sus gustos y adornar sus estancias con temas que en la época buscaban ilustrar al pueblo con metáforas como la que asimilaba la caza con el buen gobierno o con defensas como la que los reformistas ilustrados hicieron del juego.
Tras la sala inaugural, comienza el recorrido temático, que, con todo, no olvida el paso del tiempo. El Goya que inaugura la muestra está recién llegado a Madrid, gracias a la iniciativa de su cuñado, Francisco Bayeu, y al beneplácito de Mengs. Su reconocimiento en la corte no sería completo hasta 25 años después, cuando fue nombrado primer pintor de cámara, honor compartido con Maella.
Su primera encomienda fue pintar cartones con temática de caza, empresa que había dejado a medias Ramón Bayeu. A ese grupo pertenece Cazador cargando su escopeta, que se presenta, tras una ardua restauración, tal y como lo concibió Goya, sin la parte añadida en 1933, cuando la obra se tenía erróneamente por un Bayeu y fue enviado al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes.
El resultado, que se acompaña de una radiografía, es la parte visible del logro más perdurable de la muestra, patrocinada por la Fundación Axa, un paso de gigante en el programa de estudio completo y restauración de los cartones. Zugaza se felicitaba ayer durante la presentación de la exposición de esos “avances científicos” logrados en el proceso de convertir la necesidad en virtud, al tiempo que invitaba a los presentes a trascender las paredes del Prado y adentrarse en ese incomparable museo de Goya que es el Madrid del título: de la ermita de San Antonio de la Florida al Banco de España; del Lázaro Galdiano a la Academia de San Fernando.
Babelia
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