Elegía sin contemplaciones
José Infante escribe un poemario inusual, contestatario, desnudo y casi hiriente
Asegura el crítico y escritor Francisco Ruiz Noguera, quizá quien más y mejor ha estudiado la poética del malagueño José Infante, que su poesía "siempre tuvo el sello de lo elegíaco". No en vano su puesta de largo por la puerta grande en el mundo literario fue el poemario Elegía y no, con el que se alzó con el Premio Adonais en 1971, con un jurado integrado, entre otros, por Vicente Aleixandre, Luis Rosales o Carlos Bousoño. Poeta insertado en la nómina del setenta, a los llamados venecianos por su radicación generacional y culturalista, Infante ha sido, quizá, de los más personales y libérrimos en sus búsquedas y hallazgos poéticos.
De sus constantes, con un manejo del culturalismo vivido y no impostado como en otros casos, tal vez este tono elegíaco sea la constante que permanece en toda su producción. También en las páginas de esta última entrega suya, La libertad del desengaño. El canto a lo perdido cobra nuevo peso específico de verdad biográfica y lírica en estas páginas. Nada más empezar, el poema que abre el libro es una elegía al propio cuerpo como metáfora del paso del tiempo: "Como es lógico y natural que ocurra / mi cuerpo ha ido cambiando al paso / implacable de los años. Arrugas, flacidez, / deterioro total por todas partes, los ojos apagados / y sin brillo. Y en la mirada opaca nada / que presienta el futuro. Es extraño / este cuerpo que ahora arrastro cada día / y cuyo paso se hace cada vez más lento / y sin destino. No hay nada que me espere".
No hay aquí contemplaciones. El propio ser, metafóricamente transformado en reflexión metafísica, se convierte en ajeno. En materia de la otredad más implacable y de la soledad más íntima. Ni siquiera la tristeza de la elegía encuentra en su propio ser consuelo o razón de ser, y por eso escribe: "Después de la tristeza ¿qué es lo que queda? / ¿Qué queda tras el dolor, la soledad / y la amargura? ¿Qué hay después del desconsuelo / y la desesperación? Pensaste que habría un fondo / al que llegar en el oscuro abismo, pero ¿dónde / está el fondo? ¿A qué pozo asomarse para saciar / a la desgracia y al infortunio? ¿Cuándo / terminará, si es que alguna vez termina, / y de algún modo, ese descenso sin pausa / a los infiernos de la desolación y de la nada?". Estamos, pues, ante un libro conversacional, que roza el soliloquio, lleno de referencias contemporáneas y de ironía crítica, cercano a la invectiva clásica. Un poemario inusual por contestatario y desnudo, casi hiriente, porque solo la poesía de verdad nos lastima con su belleza aunque sea crítica y descarnada, casi un ajuste de cuentas poético contra el mundo y, antes que nada, contra sí mismo.
La libertad del desengaño. José Infante. Olifante. Zaragoza, 2014. 48 páginas. 11 euros
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