_
_
_
_
LLAMADA EN ESPERA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Censura

Es inadmisible e innecesaria: el impacto de determinadas obras de arte es muy escaso

Estrella de Diego
'Always Franco' de Eugenio Merino.
'Always Franco' de Eugenio Merino.Gorka Lejarcegi

Era el año 1930 y Luis Buñuel estrenaba la que hoy se considera como una de sus obras maestras: La edad de oro. La película, realizada al año siguiente de Un perro andaluz, había sido financiada por los vizcondes de Noialles, mecenas de muchos experimentos vanguardistas, y se proyectaba en el cine Studio 28. La sala estaba llena. Sin embargo, no todo eran buenas noticias. Desde la prensa ultraconservadora las voces de protesta no tardaban en hacerse oír, y un día, en plena proyección, los radicales entraban y destrozaban las pinturas surrealistas —colocadas en el hall con motivo del estreno—, los asientos y la propia pantalla donde se proyectaba la película, para algunos un atentado contra la moral. La violencia de los disturbios fue tal que la película estuvo prohibida en Francia durante cincuenta años, recuerda el propio director aragonés en su libro de memorias, Mi último suspiro. No obstante, lo curioso de esta historia es un hecho que a primera vista podría pasar desapercibido: por mucho que se destrozara, la película, a buen recaudo en la sala de proyección, se mantuvo incólume. Lo que se proyectaba sobre la pantalla era un reflejo, no la realidad.

Quizás el arte sea siempre, en el fondo, un mero reflejo, nunca la realidad misma, por lo cual en mi opinión es absurdo tomarlo al pie de la letra. De hecho, por mucho que se esfuercen los seguidores de la secta del “documento” en ver en el arte una manifestación política eficaz, convendría recordar cómo desde el momento en que se muestra en las salas de un museo cualquier propuesta pasa a ser “arte” —o a tener aspiraciones de tal— y, por tanto, a perder su impacto directo y adquirir un status de representación. ¿Qué censurar entonces? ¿Por qué hacerlo si es “sólo arte”, sin un impacto real en la sociedad al ser expuesto en las salas de un museo? Sobre todo, ¿cuántas personas se dejan influenciar por esa determinada obra y, más importante, cuántas la ven?

Lo cierto es que las llamadas obras de “arte político” actuales —y pido perdón por este término paradójico— tienen un impacto mínimo en la sociedad y sus conductas, en primer lugar porque frente a Dalí o los impresionistas, los visitantes de esas exposiciones son exiguos. De modo que la censura no es sólo inadmisible —porque el artista debe mantener siempre su libertad creadora—, sino un poco innecesaria, ya que el impacto de esas determinadas obras, consideradas ofensivas por algunos, es muy escaso, en especial teniendo en cuenta que se trata a veces de obras menores, con cierto aire de anécdota, de ocurrencia. Es más, tengo incluso la impresión de que son las protestas —y el consiguiente revuelo mediático— las que dan a dichas obras sus 15 minutos de popularidad: probablemente sin las protestas y el revuelo nadie se hubiera detenido en ellas. Pasa también en Arco. Sucedió con la escultura de Franco o con aquella cosa grande que hablaba de religiones y que no sentó bien entre determinados sectores. Por eso, aunque la censura es siempre inadmisible —cualquier tipo de censura en un museo, incluida también la que veta a determinados artistas, por ejemplo—, quizá lo realmente problemático de algunas de estas obras que despiertan tanto revuelo es su idiosincrasia misma de prescindibles.

Así que no a la censura en el arte, jamás, bajo ninguna circunstancia, pero quizá también no a las protestas, porque dan visibilidad a las ocurrencias y pueden acabar en humo, igual que la pantalla quemada mientras la película permanecía incólume. Lo dice Laurie Anderson: “¿De verdad estás aquí o es sólo arte?”. Me parece que es sólo arte, aunque los frikis del “arte documento” se empeñen en argumentar otra cosa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_