¿Sigue siendo EE UU el referente cultural?
Europa lleva décadas mirándose en el espejo de América, y viceversa. La globalización ¿consolida o deteriora las hegemonías?

El espejo de Europa
Por Javier Aparicio Maydeu
La Europa de Pavese, Benet, Robbe-Grillet o Grass admira a Faulkner, pero Faulkner admiró a Joyce. Europa lleva décadas mirándose en el espejo de América: del jazz a la generación Beat, del nuevo periodismo a su cine. Y América lleva décadas mirándose en el espejo contrapuesto de Europa: desde que Hemingway y Fitzgerald frecuentaran aquel insustituible París vanguardista hasta el cine de autor. Nuestro Mayo del 68; su Woodstock. Su Chandler; nuestro Simenon. Su Hollywood; nuestra mode. Su fa(s)t food; nuestro diseño. Vasos comunicantes. Y, sí, parece que la prevalencia de los valores americanos resulte indiscutible, por su idioma sintético y camaleónico y por sus medios de comunicación omnipotentes; porque su maquinaria de creación de tendencias funciona las 24 horas (ahora la chick lit, más tarde el mash-up, después vaya uno a saber); porque su cultura puede ser sumamente provinciana, pero tiene sobrados recursos para devenir global sin pedirle permiso a nadie, porque su industria editorial siempre ha sido autárquica (vende sin descanso y compra a regañadientes); porque ellos fueron los que registraron el show business y nosotros apenas si somos comparsas de su show de Truman; porque Inglaterra ejerce de Caballo de Troya; porque saben mucho de eclecticismo y a nosotros nos complace más el dogmatismo; porque, ¡cómo cuesta quitarse de encima la factura de habernos liberado para siempre desde la playa de Omaha! Abogo por no cometer de nuevo el error que denunció Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall. Y, a la vez, si algo es realmente bueno, ¿qué más da que sea americano? Ellos nos ven como la vieja Europa, y la vieja Europa se deja raptar. Eso sí, Europa podría ejercer de agencia evaluadora, al fin y al cabo lo americano triunfa porque triunfa en Europa, y es nuestro espejo cóncavo el que engrandece América. ¿Acaso no quiere ser europea esa América indie?
Ya nada es exótico
Por Ada Castells
Desde la aparición de Internet, andamos poco hegemónicos. Nos tomamos con la misma normalidad atónita una ración de coreano cabalgando un ser invisible al ritmo de un estribillo pegadizo que una de latina explosiva confesando al mundo que está loca, loca, loca. El ámbito de la literatura no es ajeno a este gran bazar y los frutos más lejanos ya no nos parecen exóticos. Antes, con La Pléiade teníamos los deberes hechos, pero ahora no hay grandeur incontestable. Nos hemos acostumbrado a pedir libros de autores con nombres impronunciables, como nos pasó con los kiwis, que al principio solo decoraban pasteles posh y ahora son postre de menú.
Cosas de la globalización: nuestra referencia cultural ya no es ni made in USA. Aunque persista el desequilibrio en las traducciones —la industria anglosajona compra poco autor de otras lenguas y vende mucho de la suya—, las líneas más experimentales nos vienen del más allá de Manhattan. Pienso en apuestas creativas abiertas desde Asia, con nombres como la japonesa Hiromi Kawakami, que en su última novela traducida permite que convivan personajes suyos con los imaginados por la protagonista. Pienso en Oriente Próximo, con el dramaturgo libanés afincado en Quebec, Wajdi Mouawad, y sus insólitos puntos de vista animalescos. Hasta pienso en la decadente Europa con el nuevo Nobel francés, Patrick Modiano, o con Michel Houellebecq, a quien nunca darán el Nobel, aunque espero tenerme que comer algún día esta afirmación con patatas. Junto a ellos conviven autores de culto nada genuinamente americanos, como Jennifer Egan o Junot Díaz, aunque en su pasaporte ponga United States of America. Todos ellos forman parte de esta nueva realidad líquida donde hasta los referentes culturales han quedado convertidos en un batido de kiwi, crema de leche y un punto de cardamomo.
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