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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tarjeteo

Hasta el cerebro más corto deduce que no es casual que se haga pública una parte mínima de la perpetua historia de la infamia

Carlos Boyero

Cada vez que son asediados por inquisidores groseros y maximalistas convencidos de que en política la corrupción es la norma, los políticos replican que las manzanas podridas existen en todas las profesiones y que la inmensa mayoría de los que se dedican al gobierno de la cosa pública lo hacen exclusivamente por su vocación de lograr el bien común. Y es probable que los abogados del diablo se hayan creído alguna vez lo que dicen, que nieguen la lógica irrebatible de que el poder político sirve desde la noche de los tiempos para robar impunemente, mentir, abusar, incumplir sistemáticamente las promesas que hicieron a los siervos.

Lo último pertenece a épocas modernas, a ese sagrado principio de la democracia. Antes los Gobiernos se alcanzaban a sangre y fuego, siguiendo los códigos de la ley de la selva, institucionalizando el orden natural de las cosas según el cual los fuertes esclavizan a los débiles, pero el progreso de la civilización ha decidido que los lobos necesitan el voto de los corderos para que los primeros hagan lo que les salga de los genitales con el rebaño. No estaría mal que entre tanto rasgamiento de vestiduras del pueblo llano ante el generalizado canalleo de sus gobernantes, que no olvidaran su responsabilidad en el esplendor de la cloaca, que la Cosa Nostra política fue legitimada por las urnas.

Hasta el cerebro más corto deduce que no es casual que se haga pública una parte mínima de la perpetua historia de la infamia. Que los lacayos de Blesa (ningún problema entre sus ideologías, la pasta pone de acuerdo a los feligreses de Marx, de Franco y de Pablo Iglesias), salgan milagrosamente a la luz pública, servirá para calmar durante una época razonable a los votantes, para que constaten que el sistema funciona ya que señala con su justiciero dedo a los malos. Y, por supuesto, su castigo será inexistente o mínimo, su botín seguirá íntegro, nunca pasará nada en lo de siempre.

Y te preguntas por los tres consejeros de Caja Madrid que no saquearon la cueva de Alí Babá con sus tarjetas. ¿Sufrían algún trastorno mental irreparable, o es cierto que Diógenes y su farol encontraron finalmente a tres personas honradas, que habían asumido la inútil tarea del héroe en medio del vertedero moral?

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