La literatura como tabla de salvación
Escritores, editores y traductores debaten en el Festival de Literatura de Iasi sobre el papel de la escritura
En Rumania, hace 30 años --como en la mayoría de los países del otro lado del telón de acero—, la televisión emitía un par de horas al día. La mayor parte del tiempo noticias sobre el dictador Nicolae Ceaucescu, o piezas sobre las ‘bondades’ de su Gobierno. El enloquecido régimen de Ceaucescu, que sembró ojos e informadores de la Securitate (la policía secreta) prácticamente en cada hogar, también cultivó sin desearlo una intensa vida interior en muchos ciudadanos. Eso, dice la premio Nobel de literatura Herta Müller, salvó a muchos de la locura. Fueron esa vida interior y también la literatura, ha relatado estos días en el Festival Internacional de Literatura y Traducción de Iasi (FILIT) --al noreste de Rumanía--, lo que ayudaron a la autora de ‘La piel del zorro’ a no ceder ante el terror.
Müller, novelista, ensayista y poetisa --que acosada por el régimen se vio obligada a abandonar el país en 1987, dos años antes de que Ceaucescu fuera ajusticiado--, blindaba su mente de los interrogatorios de la Securitate repitiendo versos; poemas enteros. Otro célebre escritor rumano contemporáneo, Mircea Catarescu (en español en Impedimenta), también encontró en la literatura su tabla de salvación. En el régimen de Ceaucesu existía –como no-- la censura, pero los autores clásicos y algunos contemporáneos estaban disponibles y traducidos al rumano; algo que labró toda una generación de lectores empedernidos.
“De pequeño vivía en los libros, leía unas seis horas al día”, contó Catarescu. “Era un niño increíblemente tímido, acomplejado”, relató con media sonrisa y la mirada huidiza en una de las mesas redondas en las que participó. Sumergirse en las palabras, en las historias, comenta después de una de sus conferencias, también le salvó. Luego empezó a escribir “sobre aquello que le rondaba por la circunferencia del cráneo”; aunque no como un proceso de psicoanálisis, comentó, sino como un órgano más de sí mismo.
Pero debatir sobre psicología, terapia y antiguos terrores no estaba en el guión de las conferencias del FILIT, que en los cinco días que ha durado esta segunda edición –y con otros nombres como Norman Manea, el búlgaro Georgi Gospodinov, Dumitru Crudu, y también a autores internacionales como David Lodge, Guillermo Arriaga, Edward Hirsch o la autora novel iraní Sahar Delijani—, se ha consolidando como una de las citas literaria más importante de Europa del Este. Sin embargo, como resumió el poeta Catalin Mihuleac, un escritor necesita ser “la voz de su tiempo”. Y en Europa del Este esas voces aún están en proceso de exorcizar muchos fantasmas.
Los años de la dictadura de Ceaucescu (1965-1989) impregnan la obra de Müller (Siruela), de Manea (Tusquets), de Dan Lungu (Soy un vejestorio comunista, Pre-textos) algunos retazos de la obra de Catarescu (como en Nostalgia). También otros muchos escritores de la zona, como Gospodinov (Saymon), aunque desde la narración de la cotidianeidad de esos tiempos, recorren la época previa a la caída del muro de Berlín en 1989. Sin embargo, el búlgaro rechaza que exista un denominador común entre los escritores del Este. Un área que continúa con la explosión de nuevos autores, --aunque también, como destaca Lungu, director del Festival, lastrada una importante carencia de financiación--. Escritores que cada vez más se traducen a otros idiomas.
En Iasi, en el festival que se clausurado este lunes, y a la que El País ha acudido invitado por la organización, algunos de los autores han podido encontrarse con sus traductores, que les ayudan a saltar la frontera de su país --"Soy uno de los tres únicos escritores mexicanos traducidos al rumano, y los otros dos no están vivos", ironizó Arriaga--. Martin De Haan, traductor al neerlandés de autores como Milan Kundera, cuenta que algunos escritores, como el autor de La insoportable levedad del ser o La broma han decidido dejar de escribir en su lengua materna: Kundera dejó el checo por el francés. Manea (El dictador y el payaso o El regreso del húligan), sin embargo, por ejemplo, sigue haciéndolo en rumano pese a que vive en Estados Unidos desde hace casi 30 años. “Para mí, el lenguaje es mi patria”, repite constantemente.
Sahar Delijani (A la sombra del árbol violeta) ha escrito su primera novela en inglés, el idioma en el que estudió. La iraní, que nació en una prisión de Teherán cuando sus padres estaban presos, relata en el libro –en parte ficción, en parte autobiográfico-- una infancia entre los muros. La novela se ha publicado en 28 idiomas (en español en Salamandra), aunque solo una pequeña editorial sueca lo ha hecho en farsi, para los iraníes de la diáspora. En irán, apunta, solo puede conseguirse quizá por internet.
El aroma de los tilos
Cuenta la leyenda que Mihai Eminescu (1850-1889), uno de los poetas rumanos más célebres, se sentaba a escribir algunos de sus poemas a la sombra de un tilo que crecía en un parque de Iasi. La villa de las siete colinas y las más de 300 iglesias es también la ciudad de los tilos. “En mi regazo sentada, solos en la soledad, en tu pelo alborotado flores de tilo caerán”, escribió Eminescu en ‘Deseo’. Estos árboles de pequeñas florecillas amarillas, que en primavera lo inundan todo con su suave aroma dulzón, aparecen en los versos de Eminescu y de otros autores rumanos que pasaron por Iasi cuando la ciudad (al noreste del país) era uno de los ejes culturales de la región.
Pero aunque el tilo de Eminescu sobrevive aún en el parque Copou, cercano a la zona universitaria de la ciudad, los simbólicos tilos de Iasi se alzan ahora escuálidos. El año pasado, tras cambiar el pavimento de la almendra central de la ciudad, la alcaldía decidió talarlos y sustituir gran parte de estos árboles que crecían en Stefan cel Mare –la calle principal— por acacias japonesas. En Iasi sigue habiendo tilos, pero su magnitud, su sombra y su aroma inspirarían ahora pocos versos.
La poda, de la que se salvaron unos 500 ejemplares --ya marcados-- vecinos del tilo de Eminescu, desató la polémica en la ciudad, que aspira a ser capital europea de la cultura. Bazas no le faltan. En Iasi --que fue capital de Moldavia, de Valaquia y después, entre 1916 y 1918 de Rumanía--, se construyó la primera universidad del país y nació Junimea, la sociedad literaria por la que pasaron relevantes nombres como Titu Maiorescu o Vasile Pogor. Y la villa, con o sin sus tilos, conserva una larga tradición literaria y cultural que ha brillado estos días, durante la celebración del Festival Internacional de Literatura y Traducción (FILIT).
Iasi ha acogido a más de 200 escritores, traductores y editores de todo el mundo –aunque principalmente rumanos o de Europa del Este—; pero también a actores y músicos, que han participado durante cinco días en debates, conferencias, conciertos, lecturas de poesía. Todas a rebosar por un público sediento de versos, cuentos y música, y que ha abarrotado la mayoría de las veladas por las que han pasado nombres como David Lodge, Herta Müller o Eduardo Arriaga, que convirtió su intervención en el Teatro Nacional en un auténtico show.
Babelia
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