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Que la vida iba en serio

'Felices los felices', de Yasmina Reza, encierra acción, nervio y pensamiento, pero su estructura nos lleva a la rutina

“Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. Felices los felices”. La cita de Jorge Luis Borges le sirve a Yasmina Reza (París, 1959) como título y como arco bajo el que pasamos al empezar a leerla. La escritora francesa parece gozar de uno de esos extraños idilios con público y crítica desde el primer día. Siendo además una creadora capaz de destacar en diferentes especialidades y —rara avis— mostrando una elogiosa y lúcida mirada sobre su propio éxito. Brilló como dramaturga (suya es Arte, de 1994), guionista, directora de cine (en 2009 dirigió Chicas, con Carmen Maura), y sus tentativas en la narrativa fueron recibidas con espléndidas críticas (Una desolación o En el trineo de Schopenhauer). También se acercó al relato periodístico con El alba la tarde o la noche, sobre la figura de Nicolas Sarkozy en la campaña de las elecciones de 2007. Para redondear el cuadro, una novela suya —Un dios salvaje— fue adaptada al cine por Roman Polanski con buenos frutos y mejores interpretaciones de Kate Winslet, Jodie Foster y Christoph Waltz.

Yasmina Reza es lúcida,

Yasmina Reza es hija de padre medio ruso medio iraní. A tenor de la solapa del libro, descendiente de familia judía expulsada de España por la Inquisición —dada la memoria proverbial familiar, dan ganas de preguntar si conocieron a Spinoza en Holanda y qué tal fue el Siglo de las Luces—. Su madre húngara y —¡oh là là!— violinista. Ambos se conocieron en París. Casi estoy viendo a los Aristogatos en los tejados y a Robert Doisneau haciendo fotos.

Felices los felices se sirve como un híbrido entre dramaturgia y novela. Un pastillero con 21 grageas y 18 personajes. Cada monólogo —que encierra acción y pensamiento, nervio y sentido de humor— es breve, pero te deja ver un mundo muy amplio, casi inabarcable, que hace que la novela —con o sin prescripción médica— te la automediques a dosis de dos o tres pastillas. Personajes algunas de cuyas vidas se cruzan con las de otros personajes. Reza es lúcida, divertida y cruel, pero sobre todo humanista. Entiende y no moraliza a sus personajes, que no son nunca engendros robóticos. Abre el monólogo/pastillero y deja caer una canica desde arriba hasta abajo. La bola se acomoda en todos los agujeros, en las situaciones, pensamientos y lugares trascendentes y/o superfluos que son la vida. La operación quirúrgica de Reza —ese tubo con una luz— nos muestra de lo que estamos hechos por dentro: de sadismo, bondad, risas, miedo, necesidad de calor y de dolor, de compañía y de víctimas. Una diosa que no juzga ni sabemos si se compadece, pero sí que permite y comprende. Un retrato de clases medias acomodadas, de parejas atadas a la guerra matrimonial, bostezos y adulterios low cost, insatisfacciones, armisticios y hasta un hijo que se cree Céline Dion.

El libro se sirve se como un híbrido entre dramaturgia y novela. Un pastillero con 21 grageas

Felices los felices tiene en su virtud —ramalazos, regates breves, goles en el minuto 90— su propio talón de Aquiles. El planteamiento estructural acaba por llevarnos a una cierta rutina que se extiende a lo que nos explica la autora. Las últimas voces nos da igual qué nos digan, lo sabemos todo, no nos importa. Ya están agotados los fuegos artificiales.

Ello no debe ocultar todo lo bueno que tiene y se propone en este libro. El escáner de la autora hace que la difícil incisión se realice sin que perdamos al paciente, que éste siga vivo, como si tal la cosa. Pero a lo largo del libro se nos instala una determinada melancolía. Es como si los 18 personajes hayan intentado distraer a la Vida, engañarla, ir más deprisa que ella, refugiarse tras un montón de casas, amores, éxitos y cenas con amigos. Pero que la Vida, como pasa siempre, les diera alcance. Agotados y sin recursos para seguir ilusionándose, mintiéndose o simplemente seguir corriendo. Y cuando les atrapa la Vida, les pone la mano en los hombros, les sienta en una silla y les pide que la miren a los ojos. Que hagan el favor de escuchar, al menos por una vez. Que traten de entender que la Vida va en serio y es mortal y sin sentido. Pero al cabo de unos segundos, ellos, nosotros, seguimos a lo de siempre. A vivir, a contarnos la vida, a creernos que lo del fin no va del todo con nosotros.

Felices los felices. Yasmina Reza. Traducción de Javier Albiñana. Anagrama. Barcelona, 2014. 192 páginas. 14,90 euros

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