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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Diente de oro

Allá por donde pasa la MTV hay dinero, popularidad, fama, pero la música quedará en los retazos, detenida en los juncos de esa riada de videoclips

David Trueba

No creo que exista mejor expresión del mercado de la música contemporánea que los 18 minutos de actuación y tributo que los premios de la MTV concedieron a Beyoncé en su pasada edición. La cadena de televisión que transformó la percepción musical ha significado para algunos que la nalga sea un instrumento musical más trascendente que la guitarra o los teclados. Para otros ha sido sencillamente la ejecutora del trasvase de todo lo artístico hacia el espectáculo visual. Pero nos olvidamos de que lo más interesante siempre sobrevive en las cunetas, en las laderas, en la ribera del río caudaloso. Allá por donde pasa la MTV hay dinero, popularidad, fama, pero la música quedará en los retazos, detenida en los juncos de esa riada de videoclips.

El número de Beyoncé contuvo la milimetrada precisión de los mejores descansos de la Superbowl y la apoteosis estética de un pasillo de tragaperras en el mejor casino de Las Vegas. El espectáculo visual fue una falla reconvertida en un medley, como se dice en los ambientes cosmopolitas, o un popurrí de grandes éxitos entre el resto de españoles. El talento vocal de la artista se consume en un repertorio esclavo de la moda. Las canciones inmortales tampoco abundan, pero en su trayectoria ha alcanzado suficiente capacidad para imaginarte lo que sería con un piano afinado en un teatro silencioso. Las bailarinas de menor estatura que la solista se suman a la coreografía de barra de striptease, que es ya un paso tan común como el relevé.

La culminación es la salida del marido con la hija en brazos, las lágrimas ante el premio bautizado con el nombre de Michael Jackson, y la destilación final de las convenciones del amor y la vida matrimonial ante amantes furtivos que aplauden sumisos. Previamente, para frenar cualquier crítica sobre la explotación de tópicos, se introducen unos minutos de bailarines sometidos a la mujer/autoridad y unas frases feministas sobreimpresionadas, con lo que el gazpacho reúne ya todos los tropezones correctos. El error está en mirar esos 18 minutos con prejuicios. Son la exhibición del oro que antes caracterizaba a los artistas de fortuna. Son una enunciación, el más asequible paseo para un marciano alrededor de la cumbre musical de sus contemporáneos humanos.

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