Un oratorio sin palabras
Nikolaus Harnoncourt vuelve la mirada al clasicismo El músico alemán graba las tres últimas sinfonías de Mozart como si fueran una obra única
Hay músicos que nunca dejan de sorprender a los melómanos. En el caso del octogenario director de orquesta Nikolaus Harnoncourt (Berlín, 1929), la curiosidad sin límites, la intuición y la grandeza de espíritu cabalgan juntas en una carrera musical tan longeva como fascinante. Medio siglo después de impulsar junto a Gustav Leonhardt el movimiento historicista que revolucionó la interpretación de la música barroca con instrumentos y criterios de época, vuelve ahora la mirada al clasicismo y a uno de sus compositores fetiche, Wolfgang Amadeus Mozart, para redescubrirnos los sorprendentes lazos que unen las tres últimas sinfonías del compositor salzburgués en una grabación del sello Sony que presenta la trilogía sinfónica como si fuera una obra única.
No es una idea nueva, ni un capricho de divo de la batuta: tras décadas de reflexión, Harnoncourt considera que las tres partituras que cierran el legado sinfónico mozartiano, creadas en el verano de 1788 —las sinfonías números 39, 40 y 41 (K. 543, K. 550 y K. 551 según el catálogo Koechel)—, pueden ser consideradas como un audaz tríptico sinfónico concebido como una especie de oratorio instrumental en tres partes. A partir de esta teoría, nos propone un viaje sinfónico que se inicia con el primer movimiento de la Sinfonía número 39 en mi bemol mayor como preludio, y encuentra su radiante final en el último movimiento de la Sinfonía número 41 en do mayor, Júpiter. Así cobra un nuevo sentido el célebre, y misterioso, inicio de la Sinfonía número 40 en sol menor, que parece todo menos el principio real de una sinfonía.
Harnoncourt no pontifica. Insiste en que se trata de una opción interpretativa más —Simon Rattle, por ejemplo, también las ha ofrecido en una misma velada—, que él considera la más acertada para entender el misterio que rodea la creación de esta trilogía final. Lleva muchos años estudiando y dirigiendo estas obras por todo el mundo, y las ha llevado al disco con la Royal Concertgebouw de Ámsterdam, pero a la hora de explorarlas desde una nueva perspectiva ha escogido a su propia orquesta de instrumentos originales, el fabuloso Concentus Musicus Wien.
Las casi cincuenta sinfonías del catálogo mozartiano suponen un salto evolutivo desde el estilo galante de las primeras obras hasta el más agitado espíritu de sus últimas sinfonías, lleno de contrastes y claroscuros que anuncian las futuras pasiones románticas. Contemplar las tres últimas como un testamento unido por un nexo creativo común, es una teoría que suscriben muchos especialistas. No se conocen las razones que movieron a Mozart a escribir, una tras otra y en un plazo no superior a tres meses, tres partituras sinfónicas de tal envergadura. Se han dado muchas interpretaciones, incluidas las que apuntan el interés del compositor en producir una serie para ser vendida a los editores, o bien, ser objeto de una suscripción popular con destino a un futuro ciclo de conciertos en Viena o Praga. También hay quien sostiene que tuvo que componerlas en un tiempo récord para satisfacer una deuda económica o en respuesta a un chantaje por motivos oscuros y nunca aclarados, razones hilvanadas a partir de las cartas del compositor pidiendo ayuda económica a sus compañeros de logia masónica.
Harnoncourt considera que esta es la opción más acertada para entender el misterio de la creación de la trilogía
Simples conjeturas a las que Harnoncourt añade las consideraciones del musicólogo Peter Gülke, que inciden en la dimensión masónica del tríptico sinfónico a partir del juego de las tonalidades y los lazos de parentesco en sus tres temas principales, en una planificación que sugiere un viaje iniciático, como el que realiza Tamino en La flauta mágica. Desde el punto de vista estilístico, existe una fascinante conexión en sus procedimientos técnicos: Mozart, apunta el veterano director, da un paso más allá de la escritura convencional de las cantatas y oratorios de su época —y del pasado, pues conocía bien las obras de Bach y Händel a través de su relación con el barón Gottfried van Swieten— suprimiendo las formas tradicionales (coro, aria y recitativo) en busca de cambios dramáticos y musicales más rápidos y directos de los que podía ofrecerle un oratorio convencional o una ópera.
No deja de sorprender la poderosa unidad de las tres últimas sinfonías de Mozart, y el colosal esfuerzo artístico, el paso de gigante que Mozart da en su evolución como sinfonista y la nueva perspectiva que sugiere Harnoncourt: tras rodar la propuesta en conciertos, grabó el sugerente oratorio instrumental en octubre de 2013 en la Musikverein de Viena. Música, pues, de enorme plenitud, sentido teatral y absoluta perfección que, como señala Harnoncourt, “atrapa la vida en toda su plenitud, del dolor más profundo a la alegría más radiante. Y en ocasiones el espejo que nos presenta la vida causa pavor. Su música es más que bella, es sublime, lo ve todo, lo sabe todo”.
The last symphonies: instrumental oratorium. Mozart. Nikolaus Harnoncourt. Sony (2 CD).
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