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TEATRO

Versos clásicos contra el dolor

Pablo Messiez estrena en Almagro 'Los brillantes empeños', obra con textos del Siglo de Oro

Rocío García
De izquierda a derecha, José Juan Rodríguez, Javier Lara, Mikele Urroz, Rebeca Hernando, Carlota Gaviño e Iñigo Rodríguez-Claro, en el ensayo de la obra.
De izquierda a derecha, José Juan Rodríguez, Javier Lara, Mikele Urroz, Rebeca Hernando, Carlota Gaviño e Iñigo Rodríguez-Claro, en el ensayo de la obra.Álvaro García

Pablo Messiez se estrena como dramaturgo en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro con una obra que combina pasado y presente, versos clásicos de distintos autores del Siglo de Oro para narrar el dolor actual de seis hermanos huérfanos. Son los versos y las palabras de Lope de Vega, de Calderón, de Quevedo, Cervantes o Santa Teresa de Jesús los que van guiando el entramado de la obra Los brillantes empeños, una producción del certamen que dirige Natalia Menéndez y Nave 73, que se representó ayer en Almagro y lo hará hoy de nuevo, y que en otoño llegará a los escenarios de Madrid.

“Nunca pensé que esta propuesta la aceptaran en Almagro. No es una obra clásica, es un contemporáneo sobre textos clásicos”. Parece ya lejano el vértigo que Pablo Messiez confiesa que le embargó al inicio del proyecto de la compañía Grumelot. Los cuatro meses de encierro en la sala Nave 73, situada en el populoso barrio madrileño de Arganzuela, con los seis actores de la compañía —Javier Lara, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, Iñigo Rodríguez-Claro, José Juan Rodríguez y Mikele Urroz— para ensayar esta obra llena de sensaciones y emociones, de pocas palabras, algunos versos y música evocadora, le han colmado de tranquilidad. La propuesta le llegó a Natalia Menéndez sin ni siquiera estar escrita. Por no haber, no había ni título definido. “Era algo muy diferente a lo que estamos acostumbrados. Lo que me interesaba fundamentalmente era la mirada de Pablo Messiez, que es una mirada particular, interesante, curiosa y atractiva. Messiez es un dramaturgo que propone preguntas, y eso es la función del teatro. El poder de creación de Messiez va directamente al ombligo, es un autor y director que no tiene miedo a desnudarse como creador. Esa es su gran arma y el bastión de quien va a llegar a ser muy grande”, asegura la responsable de Almagro, para quien el maridaje conseguido con Los brillantes empeños entre la poética de Messiez y la del Siglo de Oro es rotundo. “Mi interés al frente de Almagro no es el de generalizar sobre un tipo de obras, sino en concretar en creadores, y eso es lo que voy a seguir haciendo”.

Los brillantes empeños se programa dentro del espacio del Corral de Comedias, precisamente para, según Menéndez, romper los tópicos con la cuestión museística y polvorienta de los clásicos.

El dramaturgo Pablo Messiez.
El dramaturgo Pablo Messiez.Álvaro García

Considerado una de las voces más estimulantes del teatro en español, Pablo Messiez, argentino de 40 años, tiene una obsesión: las palabras. Esas palabras —“elegidas siempre responsablemente”, apunta— que explosionaron en las seis obras (Los ojos, Las criadas, Ahora, La muda, Las plantas y Las palabras) que, desde su llegada a Madrid en 2008, ha conseguido estrenar. Ahora le llega el turno a Los brillantes empeños, una obra con seis hermanos huérfanos, muchos libros, un pasado que se reinventa por momentos y el recuerdo de un padre que ya no tiene ni rostro. Toda una búsqueda de la esencia del ser humano dentro de esa familia sin padre ni madre que se busca a sí mismo y a los otros, encontrando en la palabra un remedio contra el dolor.

Messiez, sentado en el suelo, contempla concentrado el ensayo de Los brillantes empeños. El escenario es sencillo, un oscuro rectángulo, con un ventilador a un lado, una gran cazuela sobre un hornillo y patatas y muchos libros en el suelo. Al fondo, un sencillo banco. “Donde halló piedad un infelice”. Los versos de Calderón de la Barca surgen de la voz de un hombre en camiseta y calzoncillos que aparece en escena. El ensimismamiento provocado por esas palabras evocadoras se rompe de inmediato ante el grito doméstico. “¡A comer!”, lanza una poderosa y enérgica voz femenina. Surgen entonces tres mujeres y otros dos hombres, todos en ropa interior y camisones, y se dirigen ávidos ante la cazuela con suculentas aunque sosas patatas calientes. Tienen hambre y comen con ansia esos tubérculos, mientras una música como religiosa suena fuerte. Una siesta, tumbados todos sobre el suelo, y un nuevo despertar. La acción se apodera entonces de la escena, mientras unos realizan construcciones con los libros, otra salta a la comba de espaldas al público, y el resto se acurruca cariñosamente.

Un momento del ensayo de la obra.
Un momento del ensayo de la obra.Álvaro García

¿Qué les pasa? ¿Qué angustia atraviesan? ¿De dónde les viene ese color compartido? ¿Buscan algo? ¿Cómo vivir? Algo ha pasado en el mundo exterior y estos seis hermanos encerrados, solos y sin contactos fuera, en un futuro indefinido, se pelean, se besuquean, se abrazan y lloran. Poco a poco, uno va intuyendo que unos padres desaparecidos les dejaron allí abandonados con libros y patatas para la supervivencia. Les incomoda hablar y recordar a sus padres. “¿Os acordáis cuando nació?”, dice la hermana mayor ante el más pequeño, al que, tras un ataque de miedo, le han conseguido calmar. “Había un silencio muy bonito”, prosigue. Es el único momento en el que se atreven a hablar y recordar a sus padres. “Hicimos algo juntos con papá y mamá”.

“Algo pasó con las palabras hace tiempo, algo que no nombran pero que temen. Es algo vergonzante, por eso ahora los hermanos hablan menos. Siempre que les hace falta utilizan versos clásicos porque les ayudan a calmar el dolor, a entrar en las situaciones en las que no se atreven a entrar con sus propias palabras. Son sus armas”, dice Messiez. Unas armas literarias que les dejó en herencia un padre que leía sin descanso a los clásicos. Homenaje a todo ello son los nombres que les impusieron; Dmitri, Ivan y Alexei para los varones por la novela de Dostoievski Los hermanos Karamazov, y Masha, Olga e Irina por Las tres hermanas de Chéjov.

Los brillantes empeños es, ante todo, advierte su autor y director, una obra de sensaciones, de emociones, también de intriga y de confusiones sobre el tiempo pasado y presente. “Yo prefiero que el público no se pregunte de lo que trata la historia, incluso que sea lo de menos, sino que se deje embelesar por esa atmósfera extraña y mágica que ocurre delante de tus ojos. Tal vez se trate de eso. De volver a la sensación previa al sentido. Al sabor, antes que al saber”.

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