Viejos

Hamlet se refería a la muerte como ese desconocido territorio del que no hay testimonio de viajero alguno. Y aseguraba que en nombre de esa ignorancia o de ese temor se soportan multitud de putadas con las que machaca la vida. Y si durante la juventud el final definitivo resulta algo remoto que sólo le ocurre a los viejos e incluso se puede cometer la irresponsabilidad de coquetear con él, a partir de cierta edad la gente sabe que la muerte puede convertirse en algo desdichadamente familiar, que se puede cebar contigo y que lo está haciendo con algunos de los que han acompañado tu existencia. El escritor Martin Amis definió esa sensación como “la información”. Dice que la revelación llega al despertarse en medio de la noche.
Mucha gente imagina su jubilación como algo venturoso que les permitirá dedicar su tiempo a lo que siempre han deseado hacer y no a lo que les obligó la existencia. Hablan de otras personas que se han marchitado al acabarse la rutina que representaba su trabajo, que no han sabido qué hacer con su ocio, que algo se heló para siempre cuando se sintieron libres para utilizar como quisieran su tiempo.
Y luego están los artistas,que al parecer no disponen de fecha de jubilación o la desprecian. Imagino que es una forma de espantar a la muerte, de continuar sintiendose vivos. Está claro que el director Manoel de Oliveira no ha rodado una película a sus 105 años porque lo aconseje su deprimida economía. Tampoco Woody Allen, a sus casi ochenta años, debe tener problemas de subsistencia. Si sigue dirigiendo como si fuera un rito una película todos los años debe de obedecer a su forma de seguir enganchado a la vida.
A Leonard Cohen su representante dejó reducida a la nada su considerable fortuna. Sospechas que sería la lógica razón de que abandonara su retiro budista para volver a actuar. Pero su caso es excepcional. Me cuenta un amigo que acaba de ver cantar al nonagenario Aznavour en el Liceo de Barcelona, que este aguantó dos horas de pie e incluso bailando sin aparente esfuerzo. Setentones enriquecidos como Dylan, los Rolling Stones, Tom Jones o John Fogerty son fieles a esa certidumbre de que donde mejor se está es fuera de casa y trabajando. Tal vez sea una forma de intentar retrasar lo inevitable. O de que les pille ofreciendo su arte.
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