Funciones para haber visto
Estoy disfrutando mucho con Cayetano Luca de Tena: itinerarios de un director (1941-1991), de Blanca Baltés, editado por la ADE (Asociación de Directores de Escena). De la extensa carrera de este “padre fundador” de nuestro teatro elijo, para mostrarles aquí, sus deslumbrantes comienzos, cuando Luca de Tena es un chaval de 25 años que, tras la muerte de Felipe Lluch, su mentor, se hace cargo del Español y en pocos meses pega dos campanazos consecutivos. En octubre de 1941 se atreve a adaptar y dirigir Lo que el viento se llevó, a partir de la novela de Margaret Mitchell (la película no había llegado todavía a las pantallas españolas) y presenta una versión de tres horas y media, con 38 actores en escena: redaños no le faltaban. Amplía el escenario sobre el patio de butacas para darle más capacidad y, doble escándalo, suprime la figura del apuntador y la salida de los actores a recoger aplausos en los mutis, porque considera que cortan el ritmo de la función. Desearía haber visto ese montaje, que intuyo muy rambaliano, pero también me hace babear su Macbeth de febrero de 1942, “un hito en la historia de la dirección de escena en España”, escribe Baltés, y tal como lo describe, a partir de los cuadernos y los textos memorialísticos de Luca de Tena (Ensayo general, recogidos en la segunda parte) podría recordar los trabajos de Welles en el Mercury Theater. Fue un estreno casi absoluto, porque la tragedia escocesa no se montaba en nuestro país ¡desde 1884!
En el Español, la pareja asesina eran Vicente Soler y Mercedes Prendes. El escenógrafo, que también firmó la luz junto con el director, fue el gran Sigfrido Burmann. Volvieron locos a los eléctricos, porque prescindieron de batería y diablas y echaron mano de focos del alumbrado público, que habían encontrado en un almacén del ayuntamiento, y que utilizaron como cenitales para las apariciones de las brujas. “También colocaron proyectores en los laterales y el fondo del escenario”, cuenta la autora, “de manera que, a medida que desfilaban los actores por una rampa, avanzaban las sombras, cada vez más grandes, de los guerreros de Macduff”. Otra idea espectacular: para la escena del banquete, Burmann se anticipó treinta años a Barry Lindon, de Kubrick, iluminando exclusivamente con cirios desde una lámpara enorme, que cubría casi todo el escenario. Al año siguiente (junio de 1942), Luca de Tena monta La dama duende sobre dos plataformas giratorias “para aligerar las mutaciones escénicas”. Fue la primera vez que se utilizaron en España y costaron, anota, “3.900 pesetas”. Pese a ser un teatro nacional, cuenta el director, “las subvenciones eran pequeñísimas y todos ganábamos muy poco. Había que hacerlo todo sobre el escenario: no teníamos un lugar donde montar y luego trasladarlo. Eso significaba noches sin dormir, horarios imposibles, jornadas interminables, pero lo hubieramos hecho gratis, porque entendíamos el teatro como una función social y cultural que no siempre encontraba eco en la Administración. Cuando en el Ministerio me propusieron un repertorio más comercial me puse como una fiera: yo era muy joven y muy insolente y les contesté que si querían ganar dinero, haber montado una cervecería”. Nuria Espert, que obtuvo un enorme éxito a sus órdenes con Gigí (1958) en el Recoletos, me dijo que era también “un extraordinario director de actores”. Y, por lo que parece, todo un personaje.
Babelia
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