Bautismo
En un momento en que vemos a todas las instituciones democráticas vapuleadas por el desafecto público, conviene reflexionar sobre lo que hacen los Gobiernos para frenar esa decadencia
Si se confirma el relevo de Leopoldo González Echenique en la presidencia de RTVE confirmaríamos que el control del servicio público televisivo tiene más rango que el de ministerio. Desafecto y degradación también acosan a muchas carteras del partido en el gobierno, pero no hay presiones internas para variar a sus titulares. Permanezcamos ajenos a los rumores que ya ponen nombres y apellidos a ese relevo al frente del canal y sus servicios informativos, pero detengámonos de nuevo en lo que podríamos considerar el pecado original de la Administración Rajoy. Cuando hablamos de transparencia y de respeto a la democracia, el ente televisivo de todos los españoles sufrió su puñalada mortal cuando el nuevo Gobierno deshabilitó el pacto parlamentario que Zapatero había impulsado en el nombramiento de presidente de RTVE y recuperó la tradición, tanto nacional como autonómica, de regalar esa designación al rodillo del partido gobernante.
El pecado original es un concepto bíblico que nos atañe a todos desde el día en que nacemos, por más que Adán y Eva nos queden lejanos y su jardín del Edén sea una fantasía que no somos ni siquiera capaces de soñar. Así que esa misma mancha iniciática tiñe a cualquier profesional que se ponga al frente de la televisión pública. No importa tanto el nombre como el desprestigio que acompaña a su nombramiento. Y por más que el Gobierno Rajoy se empeñe en transmitir una imagen de respeto institucional, una de las instituciones más importantes de la nación es machacada por esa manía intervencionista, lo que provoca un contagio en la pésima gestión de los canales autonómicos, que no se ven obligados a ser ejemplares en vista de que el hermano mayor no es una irreprochable BBC o un France Télévisions.
En un momento en que vemos a todas las instituciones democráticas vapuleadas por el desafecto público, conviene reflexionar sobre lo que hacen los Gobiernos para frenar esa decadencia. No basta con triturar y escupir a las personas, con renovaciones que tienen más de cosméticas que de esenciales. Es preciso avanzar en democracia y respeto a la ciudadanía. Pero en este caso no solo no hemos ido hacia adelante, sino que hemos pervertido de nuevo el proceso de nombramiento, convirtiéndolo en un bautismo con agua sucia.
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