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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Enigma

En la sinuosa relación entre políticos y electores, estos últimos se han acostumbrado a tomarse las promesas a chacota

David Trueba

El presidente Rajoy prometió tras alcanzar el poder que no utilizaría como excusa de su gestión la herencia recibida del anterior Gobierno. Y ha cumplido. No lo utiliza como excusa, sino como argumento absoluto. En la sinuosa relación entre políticos y electores, estos últimos se han acostumbrado a tomarse las promesas a chacota. En un giro imprevisto, con las declaraciones del candidato Cañete sobre el supuesto autocontrol al que se plegó durante un debate televisado para no humillar con su potencia intelectual a una mujer, nos han desvelado que nada hay más problemático que la sinceridad en campaña, especialmente cuando esa sinceridad desvela chabacanería y catetismo. En las encuestas, el ministro Cañete era el mejor valorado, pero a la vista del recorrido esto sucedía porque era el menos conocido y escuchado, amparada su popularidad en que todo español se siente involucrado en la suerte de nuestra agricultura y pesca e indiferente a la degradación de nuestro litoral.

Dejar en un segundo plano el candidato fue otro rapto de sinceridad, puesto que se sabía que su destino era convertirse en comisario europeo y la primera plaza en el Parlamento la ocuparía el número dos, González Pons, que ha cargado con la pugna mediática en campaña. Los socialistas, que han esquivado las primarias en su candidatura, se han esforzado por tratar de hacer ver que si la herencia recibida era muy mala, la herencia futura no tiene mejor pinta. En el elector ha calado cierta sensación de impotencia, como si Europa quedara tan lejos que mejor hablar de las cosas de casa.

Finalmente, para muchos, el domingo lo que está en juego es la salud del bipartidismo, que hasta ahora ha sido fuente de estabilidad en España, pero también de una incapacidad notoria para la regeneración. Los terceros partidos, y hasta los cuartos y quintos, tienen una visibilidad muy restringida, salvo en las comunidades autónomas donde mandan desde hace décadas pero se siguen vendiendo como víctimas del poder central. El enigma del domingo consiste en saber si los españoles encontrarán satisfactorias esas propuestas minoritarias, espontáneas y combativas, en ocasiones también ajenas a toda responsabilidad de Gobierno, o volverán al redil de las opciones mayoritarias. La tercera opción es borrarse del debate público, afrentados por sentirse expulsados de su propia casa común.

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