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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El bello monstruo

Diego A. Manrique

Maravilla la pasión que todavía despiertan los Smiths (1983-1987). Alcanzaron una posición central en el rock británico, anteriormente ocupada por The Jam o The Clash. Con una diferencia: en vida, The Smiths no consiguieron grandes éxitos ni ventas millonarias, valiosos indicadores de impacto social.

Por sorpresa, lograron deslumbrantes alquimias. Como trío instrumental, refundieron hallazgos de los 60 y 70, adaptados a las peculiaridades vocales de Morrissey. Y este, un hermoso diablo, amplió la sexualidad del rock, entre las brumas del “cuarto sexo” y su improbable celibato.

Su eco se prolonga en una voluminosa bibliografía, con abundantes tomos de aire académico. El último es The Smiths. Música, política y deseo, donde Errata Naturae utiliza la misma fórmula que aplica al estudio de las series de TV: textos variados, que conforman un conjunto poliédrico.

Me picaba la curiosidad por comprobar el efecto de la reciente Autobiography en la fe de sus seguidores. El libro de Morrissey contiene notables hazañas descriptivas pero muestra igualmente que el Emperador está desnudo: tanto rencor, narcisismo y empecinamiento llegan a ser abrumadores.

Los participantes en Música, política y deseo parecen haber sido asimilados en Autobiografía sin menoscabo de la devoción subyacente. Wendy Fonarow abre la antología atribuyéndolos la fundación de la teología indie: una rebelión de los puritanos (indies) contra la Iglesia Católica (el mainstream). Una equivalencia quizás poco afortunada en el contexto de una Inglaterra anglicana y de un grupo procedente de familias católicas e irlandesas.

Aceptemos cocodrilo como animal de compañía. Si los Smiths definieran lo que ahora llamamos indie, su historia es la negación, otros dirían que superación, de los mismos valores que supuestamente encarnaron. Sí, cumplieron con preceptos de Fonarow como la discográfica independiente, con distribución no corporativa. Rough Trade lo era pero los Smiths nunca estuvieron felices allí. El odio de Morrissey no muere: todavía denuncia la torpeza e impotencia de su compañía.

Igual ocurrió con el ascetismo sonoro: de rechazar el sintetizador a las producciones sofisticadas, con Johnny Marr creando orquestaciones vía Emulator. Ni hablar de lealtad a Manchester: en cuanto pudieron, se instalaron en la babilónica Londres. Una más de las “traiciones” de Morrissey: aparte de encamarse con las multinacionales (donde también se sintió infeliz y traicionado), el reivindicador de una inglesidad radical terminó residiendo en…Los Ángeles.

Parafraseando una de sus canciones, Manchester ha engendrado un monstruo. ¿Cuánto de genuino hay en sus provocaciones? Morrissey baila un tenso minué con los media. Lanza bombas y, cuando explosionan, asegura que hubo un malentendido. Y desaparece.

Significativamente, recurrió a la (detestada) Justicia británica cuando sus equívocos alardes nacionalistas desembocaron en acusaciones de racismo. Y obligó a que rectificaran el NME y Word. No acepta que se le pinte con brocha gorda, aunque eso hace él cuando retrata a Isabel II o Margaret Thatcher.

En Música, política y deseo, Alex Niven señala los paralelismos entre Thatcher y Morrissey. Aunque el cantante gana en demagogia: en el comunicado emitido cuando Maggie fallece, recuerda la muerte de “los luchadores de la libertad irlandeses”; imaginen, el cantante de los gladiolos comparte los métodos y objetivos del IRA.

La lista de incoherencias podría alargarse ad infinítum. Tarea inútil: estamos ante un brillante polemista profesional. Al final, lo esencial son los actos. Puedes ir de jacobino pero resulta que, en los conciertos, te comportas como un dictador o un semidiós (lo menciona Victor Lenore). Y exprimes a tus colaboradores, a los que racaneas el dinero acordado. El detalle Morrissey: deja a su madre la engorrosa tarea del regateo.

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